Os escribo nada más llegar a casa porque hoy ha sucedido un pequeño milagro. No es nada realmente "milagroso", pero nos ha dejado a todos con la boca abierta. Una mujer encinta a la que le habían diagnosticado la muerte del feto en el útero ¡ha dado a luz a un niño vivo! La enfermera empezó a gritar al verlo, no podía explicárselo. Este hecho me ha animado a contaros cómo hemos pasado la Navidad en este pequeño belén burundés porque aquí también ha venido el Niño Jesús para tomar parte en mi historia.
Quiero empezar por él, por el niño Jesús. Cuándo niños Jesús tengo la suerte de ver cuando vienen al mundo. Realmente mi trabajo es el más bonito de todos. Como dice el poeta indio Tagore, «cada niño que nace nos recuerda que Dios todavía no se ha cansado de los hombres», sobre todo aquí, donde hay tantos hombres que ya se han cansado unos de otros.
Quiero hablaros especialmente de un niño Jesús que se ha quedado grabado en mi corazón. Una mamá de 17 años, parto prematuro, nace una niña de 1,3 kilos. Al nacer no respira, la reanimamos deprisa y la llevamos a neonatología, donde gracias al cielo aparece mi querido Israël. Durante media hora intentamos reanimarla. Israël me mira y me dice: «Voy a por el agua bendita para darle el Bautismo». Con lágrimas en los ojos, la bautizamos y decidimos dejarla morir en paz. Mientras se iba, yo rezaba por ella y pensaba: «Pobre niño Jesús, en el mismo día su Natividad y su Pascua». Vienen a mi cabeza ciertos iconos donde el niño Jesús es representado con los brazos abiertos y pienso que es lo mismo que estoy viendo.
Junto a estos niños nunca faltan sus madres. Estas madres son lo más bonito que hay en Burundi y mirarlas es para mí como contemplar el rostro de María. Me llama mucho la atención su fuerza, pero al mismo tiempo su dulzura cuando ver a su pequeño por primera vez. Un espectáculo al que todos deberíamos asistir alguna vez en la vida. Un día, estaba acompañando a una mamá con unos dolores de parto muy largos y duros. El paritorio estaba lleno y no tenía a nadie que me ayudara con la traducción, así que traté de hacerme entender con gestos y miradas. En un momento dado, durante una contracción, la madre se fijó en que tenía todo el pelo delante de la cara. A pesar de los dolores de la contracción, me sonrió y me retiró el cabello del rostro, como si quisiera decirme: «Esto quizá te molesta». Pensad qué ternura. Y cómo me conmovió. Como otra mamá a la que ayudé y luego me dijo: «Gracias por tu paciencia, siento que por atenderme tengas que comer tan tarde». Mis pobres mamás, que suelen estar un poco abandonadas debido al exceso de trabajo de las enfermeras, que igual que los posaderos en tiempos de Jesús les dicen: «No hay sitio».
Al lado de María siempre está José. Aunque no suelo encontrarme con muchos maridos, porque se mantienen un poco apartados. Pero una vez encontré a un padre que sí entró en la sala de partos. Su mujer, en su undécimo embarazo, había perdido el niño que llevaba en su seno debido a una diabetes no diagnosticada. Aquel fue el primer parto que atendí y fue terrible. Hubo complicaciones graves y yo no era capaz de mirar a la cara a la madre, sentía todo aquello como un fracaso total. ¡Pero para ella y su marido era todo lo contrario! Nos agradecieron muchísimo nuestro trabajo, incluso nos invitaron a su casa y el padre nos dijo: «Quiero aprender a estar al lado de la gente igual que vosotras habéis estado al lado de mi esposa». ¡Qué gran regalo!
En este belén también hay ángeles, como vimos en la misa del Gallo. La catedral se llenó de gente, cada canto era una fiesta. Los niños y niñas bailaban ante el altar con vestidos tradicionales. Era la danza para el rey, ese día para el Rey de reyes. Al verlos, yo pensaba: «Así debían ser los ángeles». Cuando empezaron a cantar Gloria in excelsis Deo, me conmoví: verdaderamente la Iglesia es Una.
Entre los pastores estoy yo. Trasladaron desde otro hospital a una mujer que estaba a punto de morir debido a una hemorragia postoperatoria. La recibí junto a una enfermera musulmana con la que tengo una relación de afecto mutuo, nos ayudamos a no sucumbir ante la dramaticidad de la vida, que aquí se hace tan patente. Buscamos una vena para poder hacer una transfusión, yo en el pie derecho y ella en el izquierdo. Mientras estábamos allí, de rodillas una al lado de la otra, le pregunté: «Si no encontramos la vena, ¿morirá?». Ella me miró a los ojos: «Sí». Inmediatamente surgió en mí un grito desesperado: «Señor, hazte ver. ¡Hazte presente! Igual que los pastores, una vez recibido el anuncio lo único que deseaba era poder ver a Jesús». Mientras seguíamos buscando la vena, yo le esperaba a Él, esperaba que se manifestara para salvar a esa mujer porque yo me sentía completamente impotente, incapaz. De pronto apareció la vena y se pudo iniciar la transfusión. Había una posibilidad. La enfermera musulmana que estaba a mi lado se puso en pie de un salto y gritó: «Gracias a Dios». Yo pensé lo mismo, era evidente que se nos había concedido una gracia que no era en absoluto fruto de nuestra capacidad.
En esta circunstancia comprendí mejor qué significa el Adviento, qué quiere decir que el corazón del hombre espera la salvación. Allí estábamos una enfermera musulmana burundesa y yo, de rodillas ante una mujer que se moría, y las dos no podíamos hacer otra cosa que esperar, nuestro corazón esperaba lo mismo. En el momento en que Dios se manifestó, fue imposible no reconocerlo. Era imposible no decir: «Gracias a Dios». Se me hizo evidente. Podía habernos caído una bolsa de sangre del cielo, en cambio tenía que pasar por medio de nosotras, de mí y de esa enfermera que estaba entonces allí casualmente. Salvó a aquella mujer, pero también me salvó a mí, que tenía el corazón adormilado. Este método de Dios lo experimento todos los días, porque la vida aquí, diariamente, me hace pedir que Él se manifieste, que se haga presente en todo drama humano. Que todos los días sea Adviento y Navidad.
Maria Chiara, Ngozi (Burundi)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón