Tal vez por carácter, tal vez también por la educación recibida, tras ver las imágenes y noticias del terremoto en Norcia, no podía quedarme tranquila, no implicarme de alguna manera. Luego, cuando me enteré de que hacía falta personal de apoyo psicosocial intenté organizar familia y trabajo y me fui.
Llegué a Norcia en la tercera semana después del terremoto. Llovía y hacía frío. Me saludaron rápidamente, me puse un peto amarillo e inmediatamente me llevaron debajo de una tienda donde empecé a recibir y escuchar las necesidades de la gente. Hasta las nueve de la noche. La dramaticidad de la realidad que tenía delante era muy profunda, cosas y personas devastadas. El miedo y las lágrimas eran una constante en los ojos de las personas que me hablaban. En nuestras conversaciones todo eran necesidades y preguntas. La gente se mostraba desorientada e indefensa. Muchos seguían aún durmiendo en coches, con temperaturas muy bajas, con tal de no abandonar su ganado, sus actividades y sus casas inhabitables. Muchas familias se habían separado: unos se habían ido a hoteles y otros se habían quedado.
Yo ayudaba a clasificar las peticiones de "primera necesidad" para las casas de madera que deberían llegar en primavera y el acceso a "prefabricados colectivos", un poco más confortables que las tiendas. Pero cuando hablaba con la gente siempre había que ir despacio y pararse de vez en cuando, porque necesitaban llorar, expresar todo el miedo que sienten y contar todo lo que les había pasado. Algunos estaban en tal estado de shock que ni siquiera recordaban su fecha de nacimiento o el nombre de sus familiares... Yo intentaba animarles, les hablaba de la gran solidaridad que toda Italia estaba mostrando con el drama que estaban viviendo. Entonces muchos me abrazaban y me daban las gracias conmovidos.
Nadie podía, ni quería, volver a entrar en casa, preferían estar al aire libre, pasando de una tienda a otra, a pesar del frío. Comían todos juntos en el campamento y había una gran presencia de voluntarios, bomberos y Protección Civil, todos muy activos a la hora de ayudar...
Yo me sentía como en una realidad paralela donde todo era muy esencial. La pregunta que me ha acompañado todos estos días era: ¿pero cómo sacar de aquí algún bien? Sientes que te confían todo el drama que sufren, te dedicas a ellos, pero sabes que pronto los volverás a dejar como están. En cambio, escuchándoles y acompañándoles te das cuenta de que ellos tienen un valor aquí y ahora, en este momento y en este espacio, hecho de tiendas de campaña y numerosas dificultades. Pero he visto muchas veces cómo entre ellos se abrazan y se animan, diciendo: «¡Saldremos adelante!». Por eso he empezado a pensar que la realidad siempre tiende a lanzarte a una perspectiva más grande, que toda la vida es para el infinito y no solo para la parcela de la que tú te ocupas, que todo está ya salvado. Después de dos días en Norcia, me enteré de que nadie había ido a los pueblos colindantes, especialmente afectados por el seísmo, para dar apoyo psicosocial.
Junto con un bombero y una psicóloga, pusimos en marcha un servicio itinerante. El primer destino fue Preci. Allí, el responsable del campo era Luca, un amigo del movimiento de Turín. Encontrarme con él, aunque solo fuéramos dos en una situación así, me hizo caer en la cuenta de que yo no estaba sola. Le pregunté: «Luca, ¿tú cómo lo haces?». Me respondió: «Aquí te sientes padre de toda esta gente, acoges lo que se te confía y compartes su drama cotidiano. Pero te das cuenta de que es algo que no puedes hacer tú, no los puedes salvar tú, solo puedes acompañarlos. Por supuesto, dándote y ofreciendo toda la ayuda que puedas, pero solo puedes ponerlos en manos de Jesús mientras tú les acompañas y les quieres».
En Cascia, en una estructura que acogía a personas ancianas y con discapacidad, vi al fondo una estatua de Santa Rita que habían trasladado desde el santuario. Una anciana me dijo: «Yo, igual que muchos aquí, los hemos perdido todo, pero tenemos a santa Rita y queríamos que estuviera aquí, con nosotros».
El momento más significativo fue cuando llegaron al polideportivo cuatro monjas cuyo convento había quedado destruido en gran parte y me pidieron que las ayudara a buscar un lugar para poder quedarse en Norcia y seguir rezando allí por esta pobre gente. Mientras las ayudaba a rellenar el formulario para solicitar una casa de madera, yo las observaba. Aun sometidas a dura prueba, soportando y compartiendo la suerte de esta gente, sus palabras estaban llenas de certeza y de fe. Exactamente igual que Jesús, que vino entre nosotros para compartir nuestra suerte e indicarnos el camino a seguir. En aquel momento recordé que cuando vine aquí, había rezado así: «Jesús, haz que todo lo que haga sea para aprender a reconocerte».
Paola, Bassano del Grappa
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