Cincuenta y cuatro personas en un hotel de cuatro estrellas que compartíamos con unos veintitantos alemanes, los cuales se marchaban de la piscina en cuanto llegábamos; nos observaban, se sonreían y se asombraban de ver aquel familión de edades tan diversas: de un año y medio a 65 años.
Todos éramos todo: los niños trepaban por las espaldas de los mayores aunque no fueran sus padres. Los adultos nos convertíamos en niños. Los curas se implicaban en los juegos a cuál mejor, y luego me sorprendía su paz y seriedad en la Eucaristía y en la Confesión.
Tres universitarios jugaban con los niños mientras los mayores rezábamos laudes y escuchábamos el momento de palabra. Aquí Juanfra te colocaba en la postura adulta.
Hicimos dos caminatas con niños incluidos. Impresionante ver cómo Rocío o las tres niñas de Fran e Inma eran ayudadas por cualquiera de los otros padres; o cómo Juancar llevaba a sus espaldas una silla-mochila con su hija Carmen. La propuesta de los 20 primeros minutos en silencio mientras caminábamos se respetaba por todos. Solo el bello paisaje hablaba.
Marta y Emilio y sus dos hijos vinieron a mezclarse con nosotros y a ayudarnos ante cualquier propuesta. Como siempre.
Algunos participaron solo dos días, otros se incorporaron más tarde, hay quien vino a gestos concretos, alguna persona fue invitada a cenar por amistad… Nadie sobraba.
Hubo dos testimonios de personas que no son de CL: una madre con una hija Down sordo-ciega y tres seminaristas que visitan a los presos de la Cárcel Tenerife II. Les acompañó un ex preso que habló de su vida cambiada tras el encuentro con los seminaristas. Todos buscando… como yo que, aunque por primera vez mi marido, mi hija, mi yerno y mi nieto compartieron conmigo las vacaciones, eso no impedía que yo siguiera implorando la Misericordia que cada mañana Juanfra nos recordaba.
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