Está Pascua está siendo especialmente decisiva para mí. Por decirlo en pocas palabras, me bautizaron nada más nacer, pero no crecí en una familia católica. Sencillamente, no creía en Dios, no creía que Él pudiera generar diferencia alguna en mi vida. Pero siempre sentía como si me faltara algo. Luego conocí el movimiento en Italia, hace unos meses, y el hecho cristiano se hizo real. Él se hizo presente en mi vida como nunca me había pasado antes. Por fin me sentía amada y buscada, estaba muy agradecida por la compañía que Él me había donado. Desde entonces empecé a sentir el deseo de recibir la Eucaristía, de vivir mi vida en plena comunión con Él.
Tenía que irme a Kenia durante un año por motivos de trabajo, y creo que era la primera vez en mi vida que sentía la urgencia de salir corriendo, aunque también quería seguir cerca de los amigos que Él me había dado. Pero se trataba de una ocasión que sucede una vez en la vida, así que la aproveché, con fe y confiando en que me llevaría exactamente allí donde Él quisiera que yo fuese.
Mi deseo de estar con él crecía día tras día y no quería esperar un año para volver a Italia y hacer mi Primera Comunión. Así que me puse en contacto con una monja italiana aquí, en Nairobi, y ella me acompañó en el camino de catequesis que duraría hasta finales de julio. Tenía un plan que me parecía muy bueno, hasta que Él llegó con otro plan mejor. Después del Via Crucis del Viernes Santo, Joakim se acercó a mí y me sugirió hablar con el padre Valerio para verificar la posibilidad de hacer la Primera Comunión al día siguiente, durante la Vigilia Pascual. Estuve a punto de decirle: «No, déjalo», pero la idea de aquella posibilidad se quedó grabada en alguna parte de mi mente. Hablé con algunos amigos de Italia para explicarles la situación y su respuesta fue: «¿Pero tú qué deseas realmente?». Entonces me di cuenta de que todo era más grande que lo que yo esperaba, y de lo infinito que es mi deseo. Decidí ir a hablar con el padre Valerio para ver qué pensaba de este cambio en el programa. Yo estaba dispuesta a esperar a julio si él me decía que hacía falta más tiempo. Sin embargo, me sonrió y me dijo que "sí" con gran alegría. Sentí que una felicidad enorme estallaba en mi corazón.
Pasé todo el sábado presa de la impaciencia. Me quedé parada en la iglesia durante cuarenta minutos antes de decidirme a entrar en el confesionario. Seguía mirando mis errores y límites, y juzgándome por ellos. Me daba vergüenza y miedo no poder superarlos. La caricia del padre Alfonso y su invitación a sentarme en los primeros bancos de la iglesia con los otros candidatos a recibir los sacramentos aquella noche fue para mí como la caricia de la misericordia de Jesús. En este gesto todo volvió a empezar de cero.
Todavía ahora sigo sin ser plenamente consciente de la Belleza que contemplé aquellos días ante mis ojos. Él había venido a mí, Él deseaba estar conmigo más aún de lo que yo deseaba estar con Él. Él sabía mejor que yo, mejor que mi perfecto plan, cuál era el momento adecuado. Estaba esperando mi "sí", lo hizo pacientemente durante 26 años.
Federica, Nairobi (Kenia)
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