Después de los atentados de París, mis compañeras de apartamento y yo nos quedamos sobrecogidas. Yo, que soy la mayor, notaba tal clima de miedo y aprensión que una noche, con una amiga de Ciencias Políticas, intentamos explicar a las demás lo que estaba sucediendo en Oriente Medio, improvisando incluso "estrategias militares" para entender cómo poder combatir concretamente contra los terroristas. Pero era evidente que nada de eso bastaba, no me fui a la cama contenta. No dejaba de preguntarme: ¿basta con hablar?, ¿qué resolvemos así? Mi mayor compañero era el silencio.
El jueves por la noche sucedió algo que lo aclaró todo. Estábamos cenando y de pronto llamaron a la puerta. Vivimos en un cuarto piso sin ascensor y no esperábamos a nadie, así que nos miramos preguntándonos quién podía ser. Cuando una de nosotras abrió la puerta vimos aparecer a un sacerdote que venía a bendecir la casa. Nos levantamos de un salto, dejando caer los cubiertos, y salimos corriendo a recibirle. Él nos miró conmovido. Nos dijo que después de un edificio entero de puertas cerradas con gente que le rechazaba, recibir una acogida como la nuestra era un regalo de Dios. Empezó a hacernos un montón de preguntas: «¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué estudiáis?... Ah, ¿estás haciendo la tesis?, ¿sobre qué?». Y a cada respuesta replicaba con más preguntas, y así empezamos a hablar.
Venía con él una chica que le estaba acompañando en su visita por las casas. Entró en silencio y en un primer momento se quedó a un lado. Luego ella también empezó a preguntar. En un momento dado el cura nos preguntó si pertenecíamos a algún movimiento y cuando le dijimos que éramos de CL ella se sorprendió. Nos contó que estudiaba en la Universidad Católica y que no tiene gran simpatía hacia el movimiento. Pero a pesar de los prejuicios y las experiencias pasadas, se sentó con nosotras y allí estuvo media hora, junto al sacerdote, que no dejaba de repetir que tenía que irse a cenar con su madre pero que permanecía como pegado a la silla. Cuando se fueron, nos pidieron el número de teléfono para volver a quedar otro día. Y ella nos invitó a ir juntas a misa y quedar a comer.
Mientras fregaba los platos, hablé con la chica de Políticas y le dije: «Creo que esta es la forma concreta que nosotras tenemos para derrotar al Isis. Lo que nosotras podemos hacer no es entender el envío de misiles, sino vivir. Y viviendo, encontrarnos con aquellos que el buen Dios nos pone delante». En aquel momento, en ese apartamento de Milán, nosotras estábamos contribuyendo a frenar el avance de la nada y del mal que están invadiendo este mundo. Sin sermones, sin grandes palabras, sino saliendo al encuentro del corazón abierto y lleno de curiosidad de aquellos que el buen Dios nos ponía delante. Eso es lo que necesita este mundo, lo que busca el mundo es esta forma de vivir, es lo que desea, aunque no lo sepa. Seis chicas de veinte años que viven así son «algo de otro mundo, en este mundo».
Francesca, Milán
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