Hoy en Kenia es fiesta nacional porque, por primera vez desde su elección, el Papa visita África. Su figura es un símbolo que la mayor parte de los líderes mundiales y autoridades religiosas de otros credos, también en Kenia, escucha y reconoce.
Para nosotros es un privilegio y una gracia poder recibirlo. Su primera misa es en la Universidad de Nairobi, a un kilómetro del lugar donde Juan Pablo II la celebró durante su viaje apostólico a este país en 1995. Hace veinte años, yo solo tenía tres. Mi madre aún recuerda con nostalgia la belleza de aquella misa, a la que asistió. Ella misma me lo ha contado.
Esta vez, mis amigos y yo nos hemos preparado para ir. ¿Qué esperamos? Que el Papa traiga un mensaje de esperanza a todos los keniatas y demás africanos que irán a verle. La esperanza de que nosotros todavía podemos vivir, y hacerlo en plenitud, con la certeza de que Dios está con nosotros, a pesar de la corrupción rampante, la pobreza, la elevada tasa de desempleo y el tribalismo que hace siete años precipitó al país en una guerra civil que hoy, aunque ya no se combate por las calles, siguen alimentando ciertos líderes locales. A todo esto hay que añadir una gran inestabilidad política, que en gran parte se debe al grupo terrorista de las milicias de Al-Shabaab.
Para mí, el Papa es un símbolo de esperanza, de amor, de fe. Rezo para que se la transmita a los cristianos, católicos y no católicos, a los musulmanes, a los fieles de otras religiones y a los ateos.
Me alegro de que Francisco pueda hablar a mi país. Se dirigirá a todos nosotros, a los líderes y a la sociedad civil, a los ricos y a los pobres. Agradezco mucho que haya tantas personas esperando impacientes su visita. Muchos se han preparado para estar presentes allí donde hable estos días, lo que demuestra que, a pesar del laicismo extendido que se insinúa entre la gente, todavía hay una enorme parte del país que desea a Dios, desea oír su voz. Justamente este deseo, que forma parte de nosotros, es lo que nos lleva a mí y a mis amigos a ir al encuentro del Papa.
No puedo evitar comparar lo que sentí cuando vino el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de origen keniata, con lo que siento ahora con la visita del Papa. Ambos son líderes muy importantes, pero qué distintas son sus visiones de la vida. Cuando estuvo aquí, Obama dijo que el cambio es el resultado del hacer y el construir, y habló de un cambio en la cultura social. Todo eso está bien, pero no cambia el corazón del hombre. Pone al hombre en el centro de un mundo donde él debe producir el cambio. Un proyecto de revolución cultural.
En cambio, del Papa Francisco espero que me desafíe, a mí y a los demás, a cambiar el corazón, que hable del amor y de Cristo, de cómo Él cambia la vida. Es Otro quien cambia la vida, es la Providencia. Cristo es el centro, nos dijo el 7 de marzo en Roma, y eso nos quita el peso del vivir. Sé que puedo ser feliz a pesar de que todo diga lo contrario.
El Papa es un símbolo de lo que el cristianismo, mi ser cristiano, anhela. Es un símbolo de esperanza, de fe, de amor. Por eso voy a verlo y a escucharle hablar.
Daisy, Nairobi
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