Querido Julián:
Quería compartir la experiencia que he vivido durante los Ejercicios de la Fraternidad, que seguí vía satélite con todos mis amigos de la comunidad irlandesa. Sin duda alguna, puedo decir que he sido testigo directo de un acontecimiento que nos cautivaba a todos por su excepcionalidad. Durante los diversos momentos, me volvían a la mente las palabras de Benedicto XVI cuando hablaba de la Resurrección de Cristo como de una explosión, una fisión nuclear en lo más íntimo del ser. Él decía que «solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entrar en este dinamismo». Resumiendo, se nos ha dado la posibilidad de experimentar la contemporaneidad de la presencia de Cristo.
Desde la introducción del viernes por la noche hasta el último aviso del domingo, hemos sido amorosamente llevados de la mano, directos al corazón del carisma de don Giussani. A propósito del video de Reconocer a Cristo, me ha llamado la atención que cuanto más hablaba Giussani, más familiares me resultaban las cosas que decía, más me sentía "en casa". Me doy cuenta de que esta conciencia no derivaba del hecho de haber oído o leído esas cosas antes, sino de un camino hecho a lo largo de estos años. Sin el trabajo que tú nos has hecho hacer, yo no habría entendido ni reconocido como verdadero lo que decía don Giussani. Tenía la sensación de llegar a un lugar que me era familiar precisamente por el camino que había hecho, por el mapa que había seguido hasta esa meta, y que me sigue guiando. De ahí mi profunda conmoción llena de gratitud. Lo que más me ha sorprendido es ver cómo el reconocimiento de Cristo presente ahora entra hasta el corazón de nuestra experiencia humana. Las cosas que has dicho sobre el trabajo, la familia, las relaciones no eran preceptos ni indicaciones morales que debemos intentar aplicar a nuestra vida, sino el descubrimiento, lleno de gratitud, de ver lo que sucede en nuestra humanidad, hasta en sus aspectos más íntimos, cuando uno llega a reconocer el tejido que le constituye en último término: Cristo.
Mauro, Dublín (Irlanda)
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