Sandro Rondena regresó a los brazos del Padre el pasado viernes, gozando de la prenda de lo que el Señor nos tiene prometido. De Sandro podemos hablar mucho desde el punto de vista cultural y artístico. Abbiategrasso y Morimondo llevan grabada la impronta de su obra. A otros, más cualificados que yo, les corresponde destacar la valía profesional de Sandro. Yo simplemente quiero recordar su gran sensibilidad ante la belleza y la verdad, y su entrega total a cada persona con la que se encontraba. Así fue Sandro para mí desde que le conocí en los años de nuestra impetuosa juventud, así ha sido en los últimos siete años, marcados por la enfermedad: un amigo que, probado por el peso del sufrimiento, sin embargo cargó también con mi propio mal y lo llevó con una fuerza incansable, que Otro sostuvo y alimentó.
Sandro me ayudó a mirar la realidad, a aprender de ella, a buscar en toda situación, incluso en la más complicada o comprometida, lo positivo. A pedir a Cristo que se haga presente y nos indique el camino a seguir. Para mí Sandro fue un gran hombre religioso. En él he visto vibrar el sentido religioso. En él era una vida. Estar con él para mí fue siempre la gracia de una posibilidad nueva que se abría. Para Sandro lo importante era la realidad, no sus ideas u opiniones sobre las cosas. Este es el secreto de su testimonio: en la realidad lo tenemos todo por ganar, mientras que apostar por nuestras ideas nos cierra a la vida.
He aprendido mucho de él, porque nunca quiso enseñarme nada, solo estaba a mi lado viviendo. Y así me sostenía. El amor por su mujer, la entrega a sus hijos con total disponibilidad para estar ahí, para afrontar cualquier dificultad, el valor sagrado de la amistad, buscada con pasión y marcada por el reconocerse en el mismo camino humano, su compromiso profesional con la belleza que expresaba siempre de una forma nueva: son todas facetas de la personalidad de Sandro que sentí en profunda consonancia con mi experiencia. Sin duda, Sandro ha sido todo esto, pero hoy algo más me ayuda a recordarle: quien daba vida, intensidad y vigor a su mirada era Cristo.
Todo esto es Sandro, un hombre sediento de realidad, convencido de que en sus ganglios habitaba esa misma Presencia de la que su corazón vivía. Por esa pasión incontenible que le hizo abrazarlo todo, absolutamente todo, incluso estos largos e interminables años de enfermedad, por esta pasión fue un amigo siempre dispuesto a ponerse en discusión, siempre disponible para aprender. Porque lo que compartía con nosotros era el amor a Jesús, aquel que le hacía gustar la vida.
Un amigo. Un don inesperado del que hoy estamos más agradecidos que nunca. Sus amigos son el signo de que para él lo importante era siempre afirmar no un proyecto suyo o una idea, sino el designio bueno de Aquel que es el único que conoce lo que necesitamos.
Hoy siento una gran ausencia. Su ausencia es una herida muy profunda, pero dentro de este dolor siento también la fuerza de sus manos que me atraen hacia Aquel a quien él siempre se aferró, recibiendo a cambio ese ciento por uno aquí en la tierra que el Señor nos ha prometido.
Gianni, Abbiategrasso
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