No quiso perder ni un solo minuto. Desde el primer instante, Miguel puso sobre la mesa su situación y todas las necesidades que de ella se derivan. Nos habíamos reunido a cenar para despedir el año en un encuentro que comienza a constituirse en tradición. Los curas de la parroquia, mi familia, y los hombres de la casa de acogida.
No hay nada como terminar el año en buena compañía y, para ellos, recibir a alguien en su casa, recibirnos a nosotros, constituye todo un acontecimiento que disfrutan con intensidad.
En esta ocasión Hakim está a los fogones. Un albañil marroquí que, poco a poco y con la ayuda del CEPI Hispanodominicano, se va reconvirtiendo en cocinero. Pero todos ellos participan y se esmeran para que no falte un solo detalle; la organización de la mesa, las velas, las uvas, los cubiertos, todo está en el lugar adecuado.
Los invitados hemos llegado y no hay más tiempo que perder, de modo que todos a la mesa. Juan y Hakim comienzan a servir, mientras Miguel, que es guineano y el último que ha llegado a la casa, toma asiento junto al párroco y se apresura a contarnos sus cuitas. «Me han quitado tres columnas vertebrales», anuncia para indicarnos que le han realizado una intervención en las vértebras lumbares. Es una forma impactante de recabar nuestra atención.
Se hospeda en la Casa de San Antonio durante seis meses y tiene problemas de movilidad. Se ayuda de unas muletas y con frecuencia tiene que utilizar la silla de ruedas.
- Tomo muchos medicamentos y tengo que ir al baño con frecuencia –continúa recreándose en detalles...
- Miguel, déjalo –le insto a dejarlo, pero él insiste.
- Cuéntanos tu vida en Guinea –le preguntamos para cortar por lo sano su descripción.
Sonríe e inicia un relato un tanto deslavazado, en el que nos cuenta cómo ha sido cocinero en las plataformas petrolíferas. «Yo soy un tipo importante allí», afirma eufórico sintiéndose protagonista del momento. Luego continúa desgranando una serie de actividades en un relato que, regularmente, apoya en Emeterio (el otro guineano de la casa), con un convincente: «Este lo sabe», mientras le señala con el dedo.
- ¿Este? –le pregunto.
- Sí, este –corrobora señalando a Emeterio.
- ¿No tiene nombre? –insisto–. Mira que nuestros nombres están escritos en el Cielo.
Emeterio se siente violento y se levanta para ayudar a servir, algo que no es nada habitual en él. Miguel, por su parte, rectifica tras unos instantes de duda:
- Bueno, Emeterio.
Vuelve a su relato y un minuto después vuelve al “este lo sabe” y a un bucle de preguntas que se repetirá varias veces en la noche.
- ¿Este?
- Bueno, sí, Emeterio.
Nos hablará de su mujer, que falleció alcohólica. De sus hijos, una que está en Bilbao y que se ha quedado embarazada –«una noche de juerga»– y otros dos que ha dejado en Guinea y que vagan indigentes, o al menos eso entendemos, porque las palabras fluctúan algo imprecisas.
La cena avanza y disfrutamos de las capacidades culinarias de Hakim, una sorprendente “témpura de verduras”, que seguía a los entremeses de inicio, y un “ragout” de segundo plato.
La conversación va girando sobre varios de los presentes. Hakim rememora emocionado la noche navideña de “Te invito a cenar”, mientras reclama nuestra atención hacia un cuadro en la pared que contiene el tarjetón con el menú, firmado por todos los que le acompañaron.
Pero Miguel no se deja vencer y, como si de una sonata se tratara, una vez expuesto y desarrollado el segundo tema, insiste en retornar al tema inicial, y no pierde oportunidad para introducir de nuevo su situación, hasta que por fin conseguimos que concrete su deseo.
- Necesito una llave de la casa para poder entrar y salir siempre que quiera.
Todos sonreímos. Por fin ha llegado al fin que se había marcado desde un primer instante.
La cena está terminando y los momentos más intensos se suceden. Juan, Hakim y Emeterio, recuerdan a Georgi y Orest, que esa noche están fuera de Fuenlabrada, y afirman que aquí han encontrado de nuevo una familia, que somos una familia y esto les está ayudando a ponerse de nuevo en pié y comenzar a reconstruir su vida.
Miguel no puede ser menos y se une también afirmando que lleva tan solo tres semanas y se siente acogido como no se había sentido desde hace muchos, muchos años.
Está llegando el momento esperado y todos tenemos las uvas en la mano dispuestos a cumplir con el ritual. En ese momento, unos instantes antes de iniciarse las campanadas, Miguel nos sorprende de nuevo, esta vez visiblemente emocionado:
- Aunque me marche de aquí y regrese a mi tierra, no podré olvidar jamás esta cena, ni a ninguno de vosotros.
Comienzan a sonar las campanadas, comemos las uvas, brindamos y nos felicitamos el nuevo año con un fuerte abrazo. Somos una familia que empieza junta el 2015.
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