¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Más gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 15:55-57).
Con estas palabras de Dios doy inicio a este testimonio de vida y muerte de Don Reinaldo, en el que no quiero quedarme solo a contar lo que sufrió a través de las enfermedades que le aquejaban, sino la postura de la familia ante esta realidad que se hizo carne en nosotros. En estos años de padecimiento la enfermedad, algo negativo para muchos se volvió positivo para nuestra familia, puso de manifiesto nuestra fe en la misericordia del Señor, no en nuestras capacidades. Empezamos a rezar más, rezábamos todos juntos frente a la Gruta dedicada a la Virgen que Don Reinaldo mandó a construir en honor de nuestra Madre Santísima, aprendimos a suplicar, a arrodillarnos, aprendimos a cuidar al enfermo, a acompañarlo, a compartir con él todo el tiempo necesario, nuestra caridad iba aumentando.
El sábado 15 de marzo nos dieron de alta después de 16 días de intenso tratamiento, volvimos a casa, le preparamos una cama de hospital en su dormitorio y allí todos los hermanos y nietos nos turnábamos para cuidarlo las 24 horas; sí, digo bien, las 24 horas, veíamos a Don Reinaldo como Cristo mismo, Cristo sufriente, en silencio, nunca se quejó.
Llegado el viernes 21 de marzo, al mediodía comenzó su agonía en presencia de toda la familia, con dificultades para respirar, con mucha tos y agudos dolores, ya no había morfina que lo calmara, a medida que pasaban las horas se hacía más dramática su agonía, no parábamos de rezar el Rosario. Una vez, después de un intenso dolor, a la madrugada se despertó y dijo: «Soñé a la Virgen que estaba sentada a mi lado y me cuidaba».
Se cumplían 24 horas de agonía, Don Reinaldo se estaba yendo de nosotros, una profunda espina nos atravesaba el corazón. Estábamos en el tercer Misterio Luminoso, “La proclamación del Reino de Dios”, cuando mi hermana Olga dijo: «Papá se ha ido». Inmediatamente, dos sentimientos encontrados en un solo momento, en un solo tiempo tristeza y alegría, tristeza porque papá dejaba de mirarnos y alegría no porque el dolor y sufrimiento se habían ido, sino porque ya estaba definitivamente en los brazos de Jesús y María.
El domingo 23 de marzo, en la Parroquia Medalla Milagrosa fuimos recibidos por el Coro de Cavevi de la Parroquia San Rafael, una gran sorpresa que me dieron los padres, jóvenes, niños y catequistas, que fueron realmente un alivio para mi alma. Al ver a mis amigos de la comunidad no pude contener las lágrimas, al sentir el abrazo de cada uno de ellos. Una vez terminada la Santa Misa, bendecido y acompañado por el sacerdote, Don Reinaldo se dirigió hacia su morada final.
¡Qué sería de nuestra familia sin el acontecimiento cristiano, qué sería de nosotros sin la Santa Madre Iglesia!
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