Un déjà vu: la fila para embarcar en el vuelo Malpensa-Madrid nada más empezar la primavera se convirtió en una especie de lugar de encuentro, la antecámara de lo que nos esperaba. Un rastro de encuentros acontecidos durante los últimos años me lleva por segunda vez al EncuentroMadrid.
Hay algo que atrae, algo (difícil de creer) mucho más tentador que las tapas y la sangría, que anima a un grupo de jóvenes y no tan jóvenes a emplear su tiempo y su dinero para venir aquí. ¿Por qué tanto lío para algo que en principio no parece ser más que una versión en su expresión primordial del Meeting de Rímini? ¿Qué necesidad hay de hacer este viaje cuando bastaría con esperar unos meses para volver a estar inmersos en la flor y nata de los “eventos” cielinos? Venimos hasta aquí porque cada uno de nosotros ha encontrado a alguien con quien comparte un tramo del camino. Encuentros inesperados que han vuelto a suscitar nuestro interés por la vida y el deseo de valorar la propia experiencia.
Uno no se mueve por el evento, sino por el encuentro, para volver a descubrir y profundizar en lo que ya ha visto. «El otro siempre es un bien», decía recientemente Julián Carrón, «ir a su encuentro» permite que yo lo pueda reconocer y testimoniar. Esta esencialidad destaca en los aspectos concretos. El primer impacto que sufre el invitado italiano cuando llega a EncuentroMadrid son sus dimensiones. No es que vayamos esperando algo mastodóntico como nuestro querido Meeting, pero nos imaginamos algo grande, discretamente grande, en todo caso nada pequeño. Y la primera sorpresa es que nos vemos reflejados en una realidad que ciertamente no es grande.
La imaginación vuela, como suele suceder, redimensionada, pero se abre ante nuestros ojos un dato no menos evidente. La atención a los detalles habla por sí sola. El cardenal Scola, hablando de gratuidad, dirá que «todos nosotros confundimos la gratuidad con lo gratis. En cambio, es una relación entre el sujeto personal y el comunitario, una relación donde el fin es perseguido con amor, con libertad creativa». Como señalaba Péguy a propósito de los artesanos de antes: «Las partes de la silla que no se veían las trabajaban con la misma perfección que las partes visibles. El mismo principio que se seguía en la construcción de catedrales».
Afecto y conciencia, que se revelan en los pequeños gestos. Durante meses algunos han estado ensayando canciones de los Beatles que tocarán en el concierto de la segunda noche. Uno de ellos cuenta: «Como muchos de nuestros amigos no la conocen y nosotros sabemos que la música de los Beatles es demasiado bonita como para perdérsela, queremos compartirla con ellos, dársela a conocer».
El equipo de azafatas no reduce un ápice la seriedad y rigor con que hace su trabajo, ni siquiera cuando el contexto es más familiar. Durante tres días las casas de amigos y conocidos se abren a todos los que pueden acoger. Una vez desmontada la zona infantil, las madres recogen los juguetes que han prestado para volvérselos a llevar a casa.
Esta dimensión de la construcción del EncuentroMadrid como relación con el otro da vida a la edición de este año: “Buenas razones para la vida en común” y se resume en las palabras del arzobispo Angelo Scola que, en el encuentro dedicado al lema, afirma: «¿Quién quiere ser el hombre postmoderno? ¿Su propio experimento, o un yo-en-relación? Este es el desafío. Y este Encuentro es expresión de este yo-en-relación». En la misma amplitud de onda se sitúan los demás encuentros y espectáculos, una ocasión para compartir la experiencia de ponentes y artistas, y para reencontrarse, inesperadamente, comiendo con alguno de ellos.
Ante una ración de patatas bravas, el pianista y compositor Marcelo Cesena nos cuenta. Comparte con nosotros historias rocambolescas de su vida («necesito al menos una hora, debo contaros todo para poder mostraros que si estoy aquí es porque alguien me ha traído. Si dejo algo fuera, pensaríais que estoy loco») con una pasión por sus desconocidos interlocutores que abre de par en par la pregunta sobre su origen. «Cristo es la respuesta a tu corazón, nada que sea menos basta. Si respondes con algo que sea menos, te irás, aunque sea después de cincuenta años, pero te irás. Existe una coherencia misteriosa en lo que me ha sucedido. Dios se ha servido de todo, de mi deseo y de mis errores, de todo lo que os he contado, para hacerme llegar hasta aquí ahora».
Una amiga me decía esos días: «Cada vez que alguien se me acerca y me cuenta algo personal, algo de sí mismo, no puedo evitar conmoverme. Porque eso es lo menos obvio del mundo, nadie está obligado a eso». La experiencia de narrarse recíprocamente es el tesoro que este fin de semana madrileño nos dejó para custodiar. Algo que tiene mucho que ver con una palabra que empezaba a desgastarse por el uso y que responde al nombre de testimonio.
Pietro, Milán
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