Las calles de la capital carioca estaban el lunes abarrotadas de gente que esperaba al Papa. En medio de miles de personas, una extraña soledad. Extraña porque estaba marcada por la espera de alguien que venía a mostrar algo que no pasa nunca. Lo que para él es más valioso.
El lunes fue impresionante para mí, un italiano que lleva 13 años viviendo en Río, ver cómo en su primer discurso en Brasil el Papa se dirigió inmediatamente al corazón del pueblo brasileño. Como él mismo dijo: «He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo».
Yo estaba en la calle con mis amigos, esperando a Francisco. Ha sido increíble ver todos estos grupos de jóvenes, y no tan jóvenes, procedentes de varios países, esperando juntos lo mismo, llenos de alegría. Pero a decir verdad, después de esos instantes en que el Papa Francisco pasó ante mí, me dio por pensar, en silencio. «¿Qué estará pensando él, cómo se sentirá?». Estaba rodeado de miles de personas, pero experimentaba una extraña soledad.
Luego, nada más llegar a casa, me conecté para escuchar el discurso del Papa. Y me quedé estupefacto. Este hombre está verdaderamente apegado a Cristo, y como Benedicto XVI, con la inmensa libertad que vive, le afirma siempre… «a veces también con palabras» (como ya ha repetido varias veces, el testimonio no es en primer lugar lo que se dice sino cómo se vive).
Ha venido hasta aquí para encontrarse con los jóvenes, conmigo y con el mundo, para traernos y darnos a conocer algo que no pasa nunca, para traernos lo que él ha recibido y tiene como lo más valioso. Entonces comprendí qué era lo que yo estaba esperando, en esa soledad que sentí entre la multitud.
Más tarde me llamó Otoney, mi amigo de Salvador de Bahía, que acababa de despedirse de su hija, que venía a Río. Hablando de las manifestaciones de los habituales grupos violentos que siguen por aquí durante la visita del Papa, me dijo: «Es como cuando vivía Jesús. Aquel hombre vivía en el mundo, con sus problemas, sus preocupaciones y sus alegrías. ¿Pero has visto a Dilma (la presidenta de Brasil, ndt)? Sonreía, nunca la había visto con esa cara».
Un día querían hacerle rey y Jesús huyó de la multitud… Algo así sucedió aquí. Estaba casi atrapado en las calles, pero él siempre llevaba a otra parte, allí donde menos se le esperaba, dando a conocer lo más valioso que tenía: su relación con el Padre. Y el pasado lunes nos sorprendió a todos.
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