Los títulos de las obras de Giussani y el paraíso a la puerta. El fariseísmo que nos amenaza y la misericordia que vence
Cada vez que cojo un libro de Giussani, en mi alma se produce un acontecimiento. He abierto Crear huellas en la historia del mundo. Así son los títulos de Giussani. Una vez vino un señor, que no conocía, de la otra parte de España, a encargarme unas misas por la curación de una mujer que él quería mucho. La mujer era oriunda de este pueblo. Y acertó a poner la vista en la estantería donde tengo los libros de Giussani. Tomó el primero que había visto y leyó: Decisión para la existencia. No sé lo que pensaría de ese título, pero dijo muy admirado: “¡Qué título tan interesante!”. Yo le expliqué un poco quién era Giussani. Y siguió curioseando por la estantería. Dijo: “¡Otro!”, y “¡otro!”. “¡Todos son de Giussani!”. Todos los años volvió por las mismas fechas para encargar sus misas, hasta que al cabo de unos años se murió la mujer. Gracias a él comprendí la impresión que los títulos de las obras de Giussani suscitan en personas que no le conocen. La misma impresión suscitan en mí cuando me paro a pensar lo que significan.
“Ninguna persona puede sentirse afirmada mejor, con la dignidad de quien tiene un valor absoluto que está por encima de cualquier logro suyo, como lo hace Cristo”, escribe don Giussani. “¿Cómo se puede descubrir que esta alegría, que embarga mi corazón y mi voz, es algo verdadero y razonable para el hombre de hoy? Porque ha resucitado y es la Realidad de que depende todo lo positivo que hay en la existencia de cada uno de los hombres”.
Leyendo al papa Benedicto XVI, aprendí yo más claramente que el Espíritu de Jesús se introduce en los que le siguen, uniéndolos en una sola cosa con él, de manera que un simple saludo (¡buenos días!) puede ser ya una promesa del Paraíso, como dice Fabrice Hadjadj en su libro El paraíso en la puerta. “Cristo – explica Giussani– se hace presente, puesto que ha resucitado, en todos los tiempos a través de la historia… La gracia de Jesús se ha convertido en una experiencia de fe en la Santa Iglesia, llenándola de gozo…”.
Es verdad que el corazón del hombre puede fallar “y surge la infidelidad ante las cosas más bellas y verdaderas”. A esto contesta “la humildad de Santa Teresita del Niño Jesús: Cuando tengo caridad sólo es Jesús quien actúa en mí, cuando falto, soy yo sola la que falto”. Hoy estas cosas casi se han olvidado. En cambio, nos hemos hecho unos fariseos que no perdonan los pecados de los demás. ¡Cómo acusa la gente en la televisión, en los periódicos y en la calle! Verdaderas procesiones de fariseos acusadores. Como si Cristo no hubiese dicho lo que dijo, sino lo contrario: “No he venido por los pecadores, sino para salvar a los justos”; o “no he venido para servir, sino para ser servido” (¡Dios mío, qué trabalenguas! Ya no se sabe si es así lo que dijo o es al revés). Los jueces – me parece recordar que una vez don Giussani dijo algo así – han hecho más daño en Italia que el que pretendían remediar. Pues esto está pasando ahora en el mundo entero (y los jueces somos cada uno de nosotros).
Pero “el afecto a Cristo está destinado a perdurar, aun dentro de la incapacidad, de la gran debilidad que tiene el hombre”. Pedro, después de su traición a Cristo, dijo tres veces que le amaba, cada vez más fuerte, y al final Jesús lo reiteró como sucesor suyo al frente del rebaño. Y entonces el pobre Pedro podría decir (dándole la vuelta) lo de aquel que, cuenta Giussani, le dieron un premio y lo estaban esperando todos en la estación para felicitarle: “¡Me he portado mal! ¡Y qué!”.
Dicen los santos y los psicólogos que cuando un matrimonio se separa y luego se vuelve a unir, se aman mucho más que antes. “El misterio de la misericordia de Dios desborda cualquier imagen humana… incluso el sentimiento de perdón, que también pertenece al misterio de Cristo (– setenta veces siete –: otra de las grandes palabras olvidadas del Señor). Pero “el misterio y su misericordia quedan sin duda como la última palabra”.
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