El sábado pasado, mientras estaba con mi mujer de viaje, recibí un mail de mi hija de 11 años que decía:
«Hola qué tal, supongo que estáis bien los dos.
Mira no te enfades conmigo por lo que te voy a decir:
¿puedo hacerme tuenti? Sabes que saco buenas notas, soy responsable y nunca he hecho nada sin tu permiso.
Vamos a hacer un trato: yo saco buenas notas este trimestre y me dejas hacerme tuenti, ¿te parece?
Por favor, es que todos los de mi clase tienen y yo soy la única que no tiene porfa porfa
Bueno piénsatelo bien anda.
¡Ah y otra cosa si no me dejas porque piensas que me va a pasar algo, no me va a pasar nada porque lo privatizaría y así nadie podría mirar mi tuenti!
Fíjate si es seguro que hasta a una amiga le han dejado tener tuenti y no la dejan salir sola a por el pan.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡POR FAVOR!!!!!!!!!!!!».
La primera impresión que tuve fue de una cierta tranquilidad al ver que mi hija con 11 años aún tiene la delicadeza de pedir permiso para hacer algo que muchos chicos a su edad hacen sin que los padres se enteren pero a medida que avanzaba en la lectura del mensaje empecé a darme cuenta de que teníamos un problema y a la vez una oportunidad de educar.
El mensaje no tiene desperdicio porque contiene suficientes datos como para ver que nuestra hija, por encima de un deseo consciente de tener algo, actuaba principalmente movida por la presión ejercida por esos a los que ella subraya como "todos" que no son otros que sus compañeros de clase o alguna prima de mayor edad que tiene ya tuenti. No se trata de una presión consciente, decidida y llena de maldad, es una presión inconsciente, subliminal y empaquetada en un bello envoltorio que la hace sin duda apetecible, como un inofensivo caramelo que todos saborean sin peligro alguno.
Esos todos somos también nosotros, los padres, que cedemos a los caprichos de nuestros hijos. Esta cuestión no sería diferente a tantas otras como el "quiero un g-Mail", "la blackberry", "una Wii", "una play"... si no fuera porque para empezar los menores de 14 años no pueden estar en tuenti o al menos así lo dice la propia página de la conocida red social.
Por lo tanto, si no se puede, ¿cómo es posible que todos los de la clase de mi hija tengan un perfil en tuenti? Sencillamente porque han mentido y se han registrado con un año de nacimiento que no es el suyo.
Ante su insistencia (me envió un segundo mail una hora más tarde que rezaba):
«Mira papá esta es la invitación que me ha enviado la prima para que me haga tuenti. ¡Todo el mundo quiere que me lo haga por favor!
Bueno ya no insisto más que si no si que no me vas a dejar.
un beso muy grande
tu hija».
Tras regresar del viaje me senté a hablar con ella de la cuestión. Estaba tensa. Por un lado albergaba alguna esperanza de conseguir su objetivo pero los mensajes que le había enviado en respuesta a los suyos introducían cuando menos una duda que frenaba su optimismo. En el viaje tuve la oportunidad de comentarlo con algunos amigos, padres de chicos en edades similares, una profesora, y en todas las conversaciones había un punto en común. No es adecuado, además de no ser "legal" por la edad mínima requerida en este caso.
Llegado un momento de la conversación con mi hija en la que incluso renegaba de sus frágiles certezas respecto a algunas cuestiones en las que ya había tenido que decidir por seguir su criterio o aceptar nuestras indicaciones, se me ocurrió una idea. Adelante, le dije, vamos a hacerte un tuenti y empecé a dar los pasos para crear un perfil poniendo todos sus datos.
La tensión inicial se iba convirtiendo en desconcierto porque ella intuía cada vez más cercano el deseado momento de estar en tuenti pero tras introducir su nombre, mail, contraseña, día y mes de nacimiento, llegó la casilla maldita, la casilla en la que había que poner el año de nacimiento y aquí emergió la mentira de todos los demás. Este fue el momento en el que mi hija se dio cuenta de que algo no iba bien. Ella nació en el año 2000 pero tuenti "sólo te deja" clickar hasta 1998 (menuda seguridad).
En ese momento le dije: hasta aquí hemos llegado, no es posible seguir adelante y sólo hay una forma de hacerlo, mintiendo. Para esto no cuentes conmigo. A partir de aquí empieza tu camino. Si quieres estar en tuenti tienes que mentir sobre tu edad y yo no voy a hacer eso por ti.
Ella intentó quitar hierro al asunto alegando... Papá, si todos hacen lo mismo, no pasa nada. Yo le dije: sí pasa. Si tú, que eres libre para llegar hasta aquí, sigues adelante, asumes las consecuencias de esa mentira y me haces además a mí asumirlas como tutor tuyo. Ella insistía: ¡Como si tú no hubieras mentido nunca, ni que fueras un santo!
Qué momento más maravilloso. No tener que fingir frente a una hija que te dice algo así. No sólo no fingir sino decirle que efectivamente su padre no sólo no es un santo sino que se ha equivocado una y mil veces y que ha hecho experiencia del mal de la mentira y de sus efectos pero también del bien de la verdad y sus beneficios.
Volví a insistir. Tú, hija, no eres menos por no estar en tuenti, es más, tienes una ventaja sobe todos los demás porque no tienes nada que ocultar, si te pegas a la verdad podrás incluso darles las razones de por qué no estás en tuenti y puede que sea una ayuda para ellos pero es tu libertad la que debe decidir y este camino lo tienes que recorrer tú. Yo no lo voy a hacer por ti y cometería un grave perjuicio si fuera cómplice de tu mentira.
Le decía también lo que Carmen, una amiga profesora, me dijo: dile que si sus amigos dejan de tratarla por no estar en tuenti no merecen su amistad.
A partir de ese momento mi hija empezó a hacer un camino que no se reduce a tuenti sí, tuenti no. Un camino en el que podrá hacer experiencia de la conveniencia de las cosas y sobre todo aprenderá a usar la razón y la libertad como no debiéramos olvidarnos de usarla nosotros y seremos más padres en la medida en que educamos a nuestros hijos dándoles razones de las cosas y aceptando el riesgo de que puedan equivocarse también ellos.
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