Queridísimos amigos, durante estos días de diciembre me vienen a la mente vuestros rostros en los cuales durante años (y son ya muchos) se encarna el rostro de Cristo para mí. No importa si por mucho o por poco tiempo: lo que importa es que Dios se ha servido de vosotros para llegar hasta mí y a través de mí, llega a todos aquellos que Dios me ha puesto en el camino. Por eso quiero daros las gracias y deseo, para cada uno de vosotros y para todos, una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo.
Han sucedido muchas cosas en estos últimos tiempos. Estoy pensando en dos hermanos de 10 y 12 años, David y Ever que viven en un orfanato abandonados por sus padres y recibirán el bautismo el día de Navidad como es tradición en la parroquia de San Juan Bosco. Con ellos, durante estos tres años, son ya cincuenta los niños y chicos abandonados que se han convertido en nuestros amigos, hijos de Dios y hermanos en Cristo.
Pienso en los muchos rostros de personas pobres que piden apoyo, o una ayuda para comer o para poder vivir cotidianamente, como mis amigos que no tienen trabajo o los toxicómanos que viven aquí cerca.
Pienso también en mi joven amigo Sebastián, de seis años, que ha ido a Italia con su madre Lorena porque tiene leucemia y le han hecho un trasplante de médula; volverá durante estos días a Ecuador y se encontrará con su padre que le está esperando con su hermana para abrazarlo de nuevo.
Recuerdo también a algunos amigos que estaban con nosotros el año pasado en Navidad y que han muerto. Por ejemplo, en Pisulí, un barrio de Quito, algunos han muerto de forma violenta o en accidente de tráfico: que el Niño Jesús tenga misericordia de ellos. Pienso también en todas esas personas, que por motivos diferentes, también seguramente por mi culpa, han abandonado la Iglesia: que Dios tenga misericordia y el Santo Niño toque su corazón.
Podría seguir recordando todo lo que ha sucedido, los rostros en los cuales Jesús se ha encarnado y aquellos en los que le pedimos que se encarne. A todos les pido que vengan conmigo al portal de Belén a ver al niño Jesús que nace también este año de una forma nueva y sorprendente.
Pero este año estoy todavía más contento porque he recibido el don de muchos amigos nuevos con los cuales compartir el deseo de pertenecerle más a Él. Especialmente estos últimos días Cico, un viejo amigo de los inicios, de antes de ser sacerdote, ha venido a verme a Ecuador y ha estado conmigo un tiempo: esto también es una gracia del Señor.
Entonces felicito la Navidad cargado con todos estos dones recibidos, con el deseo de felicidad y pidiendo ser siempre fiel a Cristo, ese rostro del Misterio que nos acompaña y que nunca nos deja tranquilos.
Padre Alberto Bertaccini, Guayaquil (Ecuador)
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