Davide es un preso de la cárcel de Ferrara. El 27 de mayo recibió la Comunión y la Confirmación, junto a otros presos
Dentro de unos días cumpliré 36 años, y por primera vez he elegido y decidido yo mismo mi regalo. Hoy, 27 de mayo de 2011, he participado en mi Confirmación y Comunión. Digo participado, porque hacía muchísimo tiempo que no me sentía vivo en nada que hiciera. Y digo “mi” Confirmación y Comunión porque yo mismo las he querido y deseado. Confirmación, comunión, vocablos y palabras conocidas para la mayor parte de la gente, ¿pero qué sucede verdaderamente durante esta ceremonia?
Eran las seis en punto, los confirmandos estábamos en fila fuera de la iglesia de la cárcel, dispuestos a entrar con nuestros padrinos. A mi lado estaba Paolo, la persona que elegí espontáneamente para que me acompañara. Entramos, nos inclinamos ante el altar, nos sentamos en el lugar asignado... todo perfecto, la iglesia llena de caras alegres. De repente, la emoción me embarga, anulando mi afán de tenerlo siempre todo controlado. Empiezo a temblar, quién sabe por qué me siento como si estuviera haciendo un examen para el que no estoy preparado. Trato de disimular y sigo adelante. La ceremonia continúa y llega nuestro turno: «Renuncio, creo, creo, creo, creo, amén». No sé por qué, pero he pronunciado estas palabras en voz muy alta, como si quisiera que todos me oyeran, incluso los que estaban lejos. Quería oírlas retumbar dentro de mí.
Miles de pensamientos, en pocos minutos, mientras te dejas investir por todo aquello que estás pronunciando. Es extraño, muy extraño. Al final de la ceremonia sientes que hay algo más, que formas parte, que perteneces. Y como yo me concibo como un combatiente nato, mi sensación es la de ser un guerrero de Dios, un cruzado, y en mi aparente calma me siento más fuerte.
Al final me reúno con Silvia, una voluntaria que, con un abrazo, me entrega una carta donde habla de una persona que yo no conozco y que reza por mí. Entonces, mi sensación de sentir algo más se hace más real. Ildefonsa, una monja que leyó una carta que escribí en La Voce di Ferrara, quiso hacerme llegar su abrazo, sus palabras, sus oraciones, todo para mí.
¡Así que es verdad! ¡Pertenezco! Uno de los mandamientos del Señor dice: «Ama al prójimo como a ti mismo». Pero yo quisiera añadir que sentirse amado incluso por quien no conoces es mucho más.
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