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CARTAS

“Después del Papa, nos toca a nosotros”

La comunidad de CL de Palermo
13/10/2010

“A la espera de un encuentro”. Es el título del manifiesto con el que la comunidad de Palermo invitó a amigos y conocidos a preparar la visita del Papa, por el significado que este hecho podía tener para cada uno.
Todo nació del deseo de vivir de forma significativa un acontecimiento tan importante para la vida de cada siciliano y por la provocación de la polémica previa a la visita. “¿Qué ayuda concreta nos puede ofrecer la visita del Papa a Palermo?”.
El manifiesto decía que “hay quien intenta reducir este evento a una lectura ideológica, otros incluso formulan propuestas o sugerencias, como si tuvieran que decirle al Papa de qué cuestiones tendría que ocuparse”. En resumen, las posiciones iban desde los que sabían que el Papa no diría nada nuevo hasta los que querían oír del Pontífice sólo lo que creían ya saber. Este trabajo “nos ha desafiado en primer lugar a nosotros mismos, y nos ha hecho mirar a los demás a partir de lo que significa ese encuentro en el que cada uno ha descubierto, tal vez de manera embrionaria, la respuesta a su deseo de felicidad”.
El documento concluía afirmando que vale la pena esperar “la venida del Sucesor de Pedro como la ocasión para todos los sicilianos de renovar un encuentro así. A través del testimonio que Benedicto XVI ofrece al mundo entero, es Jesús mismo, vivo y presente en la humanidad herida y redimida de la Iglesia, quien se hace compañero de cada uno de nosotros”.
El domingo 3 de octubre, esta espera se cumplió para decenas de miles de personas que se sintieron abrazadas y comprendidas por el Sucesor de Pedro, que llegó no para indicar nuevos recorridos morales sino para ofrecer Su persona como testimonio viviente del cambio que Cristo opera en la historia del mundo.
Fue un gran acontecimiento para el pueblo. Un pueblo que esperaba una palabra de esperanza y que encontró a un hombre capaz de testimoniar que la novedad es posible porque ya está presente en medio de nosotros.
Las crónicas periodísticas, siempre prontas a encontrar los fallos y defectos, se apresuraron a afirmar que todo había ido bien, y que el milagro había sido obra de la organización. Pero en realidad el milagro fue la cantidad de personas que, en silencio, participaron en la misa, probablemente después de varias horas de viaje. Fueron allí no para admirar a un líder de gran espesor moral, sino para encontrar a un Padre, un hombre capaz de ofrecer esperanza incluso en esta tierra tan maltratada por el pecado y el odio entre los hombres.
Un abrazo que continuó por la tarde en el encuentro con los jóvenes y las familias. Precisamente sobre la familia el Papa sijo que “es fundamental porque allí germina en el ánimo humano la primera percepción del sentido de la vida. En la relación con la madre y el padre, que son responsables de la vida de sus hijos, pero que son también los primeros colaboradores de Dios para la transmisión de la vida y de la fe”.
Luego llegó la invitación a confrontarse con algunos ejemplos concretos de santidad, como Chiara Badano, Maria Carmelina Leoni, Pina Suriano, Rosario Livatino, Mario Giuseppe Restivo, don Pino Puglisi. Con estos ejemplos, invitó a todos a reconocer tanto el deseo de bien como la traición del pecado que se encuentran en el alma humana, reclamándonos a un camino hacia la santidad que pasa a través de la conversión. Dirigiéndose a cada uno, añadió: “Vosotros sois signo de esperanza, no sólo para Sicilia, sino para toda Italia. Yo os he traído un testimonio de santidad, y vosotros me ofrecéis el vuestro, los rostros de tantos jóvenes de esta tierra que han amado a Cristo con radicalidad evangélica, y vuestros propios rostros, como un mosaico”.
La espera del encuentro, por tanto, encontró respuesta ampliamente, y cada uno se sintió comprendido e interpelado hasta lo más profundo del corazón.
El último reclamo se refirió a la importancia de la Iglesia. “Éste es el don más grande que hemos recibido: ser Iglesia, ser en Cristo signo e instrumento de unidad, de paz, de verdadera libertad. ¡Nadie puede quitarnos esta alegría! ¡Nadie puede quitarnos esta fuerza! ¡Ánimo, queridos jóvenes y familias de Sicilia! ¡Sed santos! Siguiendo a María, nuestra Madre, poneos a disposición de Dios, dejáos hacer por su Palabra y por su Espíritu, y seréis aún, y cada vez más, sal y luz de esta amada tierra vuestra. ¡Gracias!”.
Ese gracias del Papa es sobre todo lo que cada uno de nosotros conserva en el corazón de aquel día inolvidable. Gracias por las palabras y por el testimonio del Sucesor de Pedro, que vino a Palermo para confirmarnos que la Resurrección de Cristo es un acontecimiento que actúa y genera novedad, y que salva también hoy.
A nosotros nos toca, una vez más, la libertad y la responsabilidad de adherirnos.

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