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CARTAS

Esas amigas de la puerta de al lado

12/06/2017

Querido Julián:
Quiero contarte mi historia y, con ella, expresarse mi gratitud por el don que he recibido al conocer el movimiento gracias a la comunidad de Memores Domini que vive desde 2011 en el apartamento al lado del mío. Cuando las chicas se mudaron era otoño y recuerdo que empecé a sentir su presencia aun antes de verlas. Todas las mañanas, durante meses, las oía rezar y mi jornada comenzaba así en comunión con ellas porque, sin conocerlas, unía mi oración a la suya.

Solo en primavera, cuando empezamos a cruzarnos en el jardín, supe que aquella oración eran los laudes y que se trataba de una comunidad femenina del Grupo Adulto de CL. «¡Ah, los de CL!», pensé inmediatamente con cierta decepción, aunque por fuera sonreía por educación.

Pero al final no me dejé condicionar por los prejuicios. De hecho, aquella experiencia significaba algo, aún no sabía qué, pero me llamaba la atención y quería profundizar en ello. Así fue como, gracias a las ocasiones de encuentro y de diálogo que iban surgiendo con el tiempo, sucedió lo que tú dices: «Sucede el imprevisto, nos hacemos amigos», sobre todo con una de ellas, Gabriela. Por ese afecto que empezaba a n hacer y por ese algo que percibía en ellas, empecé a desear comprender cada vez mejor qué era aquella diferencia, las razones que sostenían aquella vocación, tan totalizante y tan particular.

Primero empecé a leer la revista Huellas, luego los libros que allí se citaban, para acercarme directamente al pensamiento original de don Giussani y de paso acabar de una vez con los rumores, los estereotipos y los prejuicios. ¿Por qué seis chicas habían decidido seguir a Jesús en ese camino? Era increíble. Lo que leía estaba tan cerca de lo que yo sentía, de mi deseo de vivir y testimoniar la fe... La experiencia de Cristo en la realidad, el juicio, la belleza, etcétera. Finalmente, comprendí que CL no era lo que yo había pensado hasta entonces, sino que era un pedacito de "mi" Iglesia.

Este encuentro tuvo lugar en un momento muy especial de mi vida, un año después de la muerte de mi marido. Una situación que viví, tanto en el tiempo de la enfermedad como después, con gran sufrimiento, pero al mismo tiempo con la "loca" conciencia de que lo que estaba viviendo era en cierto modo una "gracia". De hecho, no sé cómo ni por qué, pero junto al dolor de su pérdida, junto a la carga de responsabilidades frente a mi hija, siempre he sentido la mano del Padre sosteniendo a mi familia. Cuando empezó la enfermedad, yo no tenía una fe especialmente fuerte, pero en aquella experiencia reencontré el camino de «mi historia particular» con Cristo, me confié totalmente a Él a cada paso del camino y nunca me sentí sola ni abandonada. Tras la muerte de mi marido -es difícil explicarlo con palabras- nunca sentí acabado mi matrimonio, me sentía (y me siento) aún dentro de ese sacramento.

Poco a poco, acompañada por un sacerdote, empezó a abrirse camino en mí la idea de una consagración para dar continuidad a mi experiencia esponsal, para que pudiera continuar de otro modo, junto al Esposo Jesús. Lo confronté con mi párroco y mi obispo, que me invitó a vivir el discernimiento con seriedad y, puesto que no había caminos así en la diócesis, bendijo mi camino y me indicó la vía de una consagración privada, y así lo hice. Ante mi padre espiritual, el día de Pentecostés de 2017 hice "mi promesa". Aquel día también estaban allí algunas de las Memores.

En estos años, nuestros caminos han seguido vías paralelas muy cercanas entre sí, y siempre en la misma dirección. Mi opción de vida seguía su normalidad, ligada a un pequeño grupo con el que me reunía periódicamente para momentos formativos. Pero con el tiempo esta compañía empezó a resultarme insuficiente, la sentía separada de mi vida cotidiana. Así que decidí, con mucho sufrimiento, dejar el grupo y vivir mi "llamada" en soledad, en las circunstancias que la vida me iba poniendo, poniéndome al servicio del pedacito de Iglesia que tenía más cerca, mi parroquia. Cuando tomé esta decisión, dije en mis oraciones: «Este camino es para Ti, para estar más cerca de Ti. No busco soluciones para mí, pero si Tú quieres búscalas». Estaba tranquila, me había puesto en Sus manos.

Unos días después, Gabriela, que conocía mi historia, con la que hablaba bastante con el paso de los años, llamó a mi puerta y me dijo: «Tengo que decirte una cosa. Dentro de la Fraternidad también hay "algo" para los que llegan más tarde. Si quieres, puedo preguntar». Le pedí tiempo. Lo había puesto todo en Sus manos y quizás mi oración estaba siendo escuchada, pero entre todos los caminos que yo habría podido elegir el de CL no lo había considerado en absoluto. Al mismo tiempo, puesto que no era una elección mía, decidí fiarme y dije "sí" a la propuesta.

Desde entonces, todo ha sido un descubrimiento. Conocí a Silvia, de la Fraternidad de San José, que con paciencia me escuchó. Delante de todas mis preguntas, una vez me dijo: «Emilia, tú ya lo has dado todo, ¿entonces qué le falta a tu corazón?». Esta pregunta me fulminó, pero al mismo tiempo me hizo estar disponible ante la novedad que se abría ante mí, me ayudó a reavivar el deseo de una compañía, no necesariamente física, pero que fuese sobre todo un camino compartido, capaz de ayudarme a mantener la conciencia despierta, el juicio sobre la realidad en la que vivo. Un día Silvia me dijo: «Ven y velo tú misma, sin proyectos».

Así que en noviembre de 2015 me inscribí en la Escuela de comunidad y descubrí que esa era justo la modalidad que necesitaba, un "laboratorio" donde las experiencias, la tuya y la de los demás, se confrontan y resuenan dentro de ti, acompañándote luego en el tiempo y en los lugares donde moras, ayudándote a "desenterrar" a Jesús, el oro en el fango. En diciembre pedí entrar en la Fraternidad aunque todavía, por compromisos familiares, no consigo vivir plenamente todos los compromisos que requiere, pero sí tengo el deseo de poder hacerlo plenamente. Por ahora, creo que mi tarea consiste en secundar libremente lo que veo y he visto suceder en mi vida, y darle cada vez más espacio, dejándome fascinar cada vez más por el carisma de don Giussani.

A veces sonrío pensando que Dios ha tenido conmigo un gran sentido del humor, al ponerme delante un camino que estaba lejísimos de lo que yo nunca habría pensado, poniéndome una comunidad de CL justo en la puerta de al lado. Recientemente, me topé con el tema de la virginidad, que don Giussani aborda con una novedad preciosa, una novedad que ya leí hace años en Se puede vivir así, pero que he ido entendiendo lentamente con el tiempo, sobre todo mirando cómo vive Gabi su vocación, su trabajo, sus relaciones.
Emilia, Florencia

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