Durante el puente del Pilar, del 9 al 12 de octubre, con un grupo de amigos fuimos a visitar Barcelona.
La mayoría del tiempo estuvimos acompañados por Andrea, una joven profesora de Historia del Arte del colegio Abat Oliba. Con ella visitamos en primer lugar el monasterio de Montserrat, cuna de la fe, la cultura y la unidad de Cataluña. Con ella fuimos también a ver el Museu Nacional D'art de Catalunya y focalizamos nuestra atención en el románico catalán. ¡Una verdadera joya! Allí entendimos que el objetivo del arte románico era trasmitir el núcleo esencial de la fe. ¿Y cuál es este núcleo esencial? Cristo se conoce a través de sus discípulos, los Doce apóstoles, es decir, a través de la Iglesia. Se comprende muy bien viendo la distribución de los personajes en las pinturas de los ábsides románicos, con sus Maiestas Domini (Cristo en majestad) en la parte más alta y los discípulos en la baja, cuyo mejor ejemplo es el del Pantocrátor de Taüll.
También visitamos con Andrea la iglesia de Santa María del Mar, el ejemplo más emblemático del gótico catalán, único en el mundo.
Lo que más me impactó de esta iglesia es en primer lugar su sobriedad que se esposa perfectamente con el ideal de San Bernardo de Claraval (siglo XII), impulsor de la orden del Císter en toda Europa. De hecho, el gótico, que por el norte de España llega a través del Camino de Santiago, llegó a Cataluña gracias a los monjes cistercienses, cuyo deseo era volver a la primitiva regla de san Benito. Al igual que en la regla monástica, nada hay en esta iglesia que no sirva para comprender qué es lo esencial.
Andrea nos explicó la historia de su construcción. Los arquitectos Berenguer de Montagut y Ramón Despuig tardaron solo 54 años en finalizar esta iglesia, porque dedicaron su vida a esta obra, trabajando día y noche en ella. Lo prueba el hecho de que firmaran un contrato por el cual, si faltaba uno, el otro estaría siempre a pie de obra y así hasta el final de sus días. Otro aspecto conmovedor es que esta iglesia es fruto del deseo de la gente, del pueblo. En la construcción participó activamente toda la población de la Ribera, en especial los descargadores del muelle, llamados bastaixos, los cuales llevaban las enormes piedras destinadas a la construcción de la iglesia desde la cantera real de Montjuïc y desde las playas, donde estaban los barcos que las traían a Barcelona, hasta la mismísima plaza del Borne.
Nuestro itinerario prosiguió con la visita al Tibidabo, nombre que nace de la unión de dos palabras latinas tibi dabo (te daré) tomadas del evangelio de San Mateo (Mt 4, 9).
Aquí nuestro guía fue un salesiano, el Padre Antonio, un hombre absolutamente apasionado por este lugar. El Tibidabo es un "Templo Expiatorio". Así lo explicó el cardenal Casañas en la colocación de la primera piedra en 1902: “Santificar la montaña del Tibidabo dedicándola al adorable Corazón de Jesús es, sin duda, la mejor reparación que puede ofrecerse a Dios por parte de Barcelona de las ofensas de toda clase que contra Él se cometen en nuestra ciudad [...]. El Sagrado Corazón de Jesús se alzará en la cumbre del Tibidabo [...] como eficacísimo pararrayos que, desarmando los de la divina justicia irritada por nuestros pecados, los convierta en centellas de misericordia, que conmuevan y enciendan en su amor a todos los hombres”.
La fachada presenta un tímpano ricamente ornamentado en el que se contempla un resumen de la historia de España y, en su cauce, la de Cataluña.
Desde lo alto del Tibidabo, justo a los pies del Cristo del Sagrado Corazón, pudimos contemplar un atardecer preciosísimo, una verdadera "obra de arte" de la naturaleza. A mí, personalmente, me faltaba el aire ante tanta belleza.
Nuestro viaje finalizó viendo otro templo expiatorio, el de la Sagrada Familia. Esta vez nos acompañó otro amigo, Joan, que nos enseñó a contemplarla a través de los ojos de su gran arquitecto Antoni Gaudí, que asumió el proyecto en 1883 dedicando literalmente su vida a esta iglesia hasta el día de su muerte, en 1926. Todo nos habla de él y de la concepción que él tenía de la vida, es decir, de a quién pertenecía.
Un día, en clase, el profesor Ignacio Carbajosa planteó esta pregunta: "¿Cómo podemos introducirnos adecuadamente en la lectura de la Sagrada Escritura?". Yo me fui a Barcelona con esta pregunta, que me acompañó a lo largo de la semana. Mirando la realidad que en aquellos días tenía delante y que he explicado arriba, me planteaba la misma cuestión y ahora puedo contestar: puedo acercarme y entender la belleza que he visto y escuchado porque yo tengo una experiencia por lo menos parecida, similar, si no idéntica, a todos estos hombres y mujeres que han construido, edificado y realizado tanta maravilla. Todo lo que he visto y escuchado es la reverberación de la Belleza y de la Verdad que yo he encontrado y de la que participo.
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