Veinte años después de la caída del régimen comunista, viajamos a Bohemia, en el corazón de Europa. Tras los nuevos muros de una cultura atea, de la indiferencia y del individualismo, vive una pequeña comunidad de CL, un signo elocuente de que la presencia de Jesucristo sigue atrayendo a los hombres incluso en «la cuna del ateísmo centroeuropeo»
Una multitud invade las calles de la ciudad. En sus manos alzadas sostienen manojos de llaves de sus casas. Piden libertad y democracia. Praga, 17 de noviembre de 1989. Pocos días antes el Muro de Berlín había caído, dando lugar a una ola de insurrección que barrió cuarenta años de régimen comunista en los países del Este europeo.
En Praga la policía cargó contra los manifestantes, uno de los últimos coletazos de una represión destinada a morir al cabo de pocas semanas. El 29 de diciembre era elegido presidente de Checoslovaquia el escritor disidente Vaclav Havel, líder del Frente Cívico que había animado la oposición desde finales de la Primavera de 1968. Así terminó el comunismo checoslovaco: en 1991 los últimos soldados rusos abandonaron Bohemia, y en 1993, de manera consensuada, la República Checa y Eslovenia se separaron.
Las calles de Mala Strana y de la Ciudad Vieja, con su Starome?stské náme?stí, la plaza más importante, están abarrotadas de turistas. Es una ciudad que brilla por sus colores, donde cada esquina, calle, plaza, te deja boquiabierto por su belleza. ¿Dónde han ido a parar los años del régimen?
«Quienes los vivieron, los llevan dentro». El Padre Stefano Pasquero es de Turín. Misionero de la Fraternidad de San Carlos Borromeo. Llegó a Praga en 2002, donde le acompañó al año siguiente el Padre Andrea Barbero (que ya ha regresado a Italia). Desde septiembre de 2009 le acompaña el diácono Marco Basile: «Durante años la gente corriente convivió con el régimen, soportándolo casi con indiferencia». La disensión fue llevada a cabo fundamentalmente por parte de los intelectuales, los de Charta77, por ejemplo, y de algunos movimientos católicos, como el del padre Josef Zve?r?ina, autor de la Carta a los cristianos de Occidente. A finales de los años 70, por voluntad expresa de don Giussani, el movimiento de CL contribuyó a la difusión de su pensamiento y de sus escritos clandestinos.
«Aún hoy es muy difícil acabar con el cinismo de entonces», dice el Padre Stefano. Te das cuenta enseguida hablando con cualquiera que haya vivido aquí en esos años: respuestas cortas a las preguntas, ojos que desvían la mirada cada vez que coinciden con los tuyos, cierta desconfianza. Vit’a es ingeniero de obras públicas, de poco más de cincuenta años. Por aquel entonces era uno de esos chavales que pedían la libertad para su país. Hoy pertenece a la comunidad de CL de Praga y es uno de los más veteranos. Habla bien italiano y traduce la Escuela de comunidad a su lengua materna. «Sí, un par de veces fui sometido a interrogatorios. Se podía ir a la iglesia, pero te amenazaban con denegar a tus hijos el permiso para ir a la universidad».
Corazón ateo de Europa. Exactamente veinte años después de la “Revolución de terciopelo”, en un edificio de la medieval Vyšehrad, un antiguo barrio de la capital bohemia, unas 50 personas escuchan las palabras de Julián Carrón mirando el video con la grabación de la Apertura de curso en Milán. Y Vit’a hace la traducción simultanea. Alguno es de Praga. Otros han llegado desde Brno, corazón de la vecina Moravia. El Padre Stefano, coadjutor en Vyšehrad, guía el acto y celebra la Eucaristía. Esta es la comunidad checa. Con algunos ausentes y algunas caras nuevas.
El acento madrileño de Carrón resuena en la sala. Casi ninguno sabe italiano; escuchan la traducción. Pero se percibe su seguridad: «Experiencia, juicio, vivir la fe dentro de la realidad, desafiar la confusión». En sintonía con las palabras que Benedicto XVI, durante su visita a la República Checa a finales de septiembre, dirigió a los jóvenes de Praga, corazón de Europa, considerada la cuna del ateísmo centroeuropeo: «En cada joven existe una aspiración a la felicidad; una aspiración que, sin embargo, la actual sociedad de consumo explota frecuentemente de forma falsa y alienante. Es necesario, en cambio, valorar seriamente el anhelo de felicidad que exige una respuesta verdadera y exhaustiva. (…) La fe cristiana es esto: el encuentro con Cristo, Persona viva que da a la vida un nuevo horizonte y así la dirección decisiva».
La presencia del movimiento en Praga no es algo reciente. Ya en 1968 un grupo de universitarios de CL llegó a orillas del Moldava, para conocer a los exponentes de la llamada “Primavera de Praga”. Entre los contactos mantenidos durante el régimen, y las repetidas visitas de personas que en los años del post-comunismo don Giussani enviaba a visitar a ciertas comunidades cristianas, se fue tejiendo una trama de relaciones. La llegada en 2002 de los misioneros de la San Carlo fue un paso decisivo. Para algunos, un “segundo” encuentro: para Vit’a por ejemplo, pero también para Lenka. Viajó a Italia en los 90 para trabajar y aprender el idioma. Conoció CL en la Universidad Católica de Milán. No se matriculó, pero terminó asistiendo a los cursos de Teología de don Giussani. De vuelta a Praga, intentó revivir con entusiasmo lo que había visto, pero sin grandes éxitos. «Aquí, en Bohemia, el clima cultural actual aparta la dimensión comunitaria. Incluso cuando la gente se agrupa trata de no implicarse; se puede hablar de una especie de “individualismo comunitario”», explica el Padre Marco. Mejor permanecer solos, libres de todo vínculo... Lo había señalado ya repetidas veces Juan Pablo II en sus viajes a los países del Este (tres sólo en la República Checa), al denunciar el riesgo de que la concepción de libertad derivase hacia la negación de cualquier vínculo: «Los efectos se ven en la soledad de la gente, lo que a menudo se traduce en alcoholismo, o en la disgregación de la familia», sigue explicando Marco. «Estamos en el país europeo que primero aprobó leyes sobre el aborto y el divorcio. La de hoy es la tercera generación que sufre los efectos de esta mentalidad», añade el Padre Stefano. A esto se añade un amplio background protestante y la desconfianza hacia la Iglesia, que a menudo se considera sometida al poder: «Basta mirar la Catedral: “empotrada” en el patio del castillo de los Habsburgo. La Iglesia está dentro del Estado (extranjero); para entrar en la catedral es necesario primero pasar por el Palacio, sede actual de la Presidencia de la República». Tampoco es simple que el movimiento arraigue en esta tierra. «Las palabras de don Giussani son, en cierta manera, incómodas. “Seguir”, “autoridad”, son palabras que asustan, de primeras, porque las utilizaban también los rusos. Incluso la palabra “liberación” escandaliza, porque suena a la antigua propaganda rusa».
Para hacerse cristiano, aquí como en cualquier otro lugar del mundo, necesitamos ver un acontecimiento vivo que cambia la vida. Lucie, una de las primeras en conocer a los sacerdotes italianos cuando eran capellanes en la universidad, tenía a su espalda una situación familiar difícil. Conocer el movimiento para ella supuso descubrir una «paternidad que jamás había experimentado». Jana, estudiante de “Hebreo y judaísmo”, se quedó sola con su madre, tras la muerte de su hermana Teresa en un accidente de coche. «Era el aniversario de su muerte y fui a la iglesia. Estaba triste. Al final de la celebración me quedé allí un rato. El Padre Andrea pasó cerca de mí con el Padre Stefano, me sonrió y me acarició». Ya nunca se ha separado de ellos. Invitó a participar en la Escuela de comunidad a su madre, Jitka, que dice: «Tras la muerte de Teresa, pedía a Dios que me la devolviese. Sabía que era una locura. Pero después conocí a esta gente y comprendí que me la estaba devolviendo de verdad».
Es una comunidad joven, tienen casi todos entre veinte y treinta años. Algunos estudian, otros han empezado a trabajar. Jan ha formado una familia. Es de Brno, pero conoció CL siendo estudiante Erasmus en Barcelona. Su historia va ligada a la de Jir?í y a la de Tomáš. Un trío de verdaderos amigos, desde el colegio. Tanto es así que discuten a muerte sobre cualquier tema. A su regreso de España, Jan vio a Jir?í, de vuelta también él tras un período de estudios en Francia: «He encontrado una comunidad extraordinaria», le dice a su amigo. «Yo también: se llama CL». Comienzan a verse para hacer juntos la Escuela de comunidad en Brno, con el Padre Andrea. E invitan a Tomáš, que se presenta pensando en encontrar allí chicas guapas y cervezas: «“Vivir la vida sin perder un segundo de tiempo”: aquellas palabras me tocaron». Con el tiempo, su amistad ha madurado. Se ve en cómo están juntos ahora, completamente aferrados por lo que les ha cambiado la vida. Tomáš siempre está dispuesto a organizar cosas: vacaciones, cenas, encuentros. Cuando presentaron en la universidad Educar es un riesgo, en primavera, se lo tomó como un preámbulo de un centro cultural que él y Jan quieren poner en marcha.
Él. «Él me invitó a un encuentro. Fui. No comprendí casi nada, salvo que no quería perder de vista lo que estaba viendo». Lucie, ciega de nacimiento, conserva agradecida la belleza de las cascadas “que escuchó” en sus primeras vacaciones con la comunidad de CL. Anna, rubísima y siempre sonriente. Y también Marek, guía aventurero; Marco, arquitecto italiano que se trasladó a Bohemia hace años; Eva, la novia de Tomáš, a la que todos toman el pelo por su estatura...
Los suyos son rostros, corazones, que desbaratan todas las imágenes que te hacías en el avión, antes de desembarcar en la República Checa: «Tengo que ver cómo el cristianismo sobrevive en una cultura así». Lo cual no es un error en sí mismo. Pero la fuente de donde surge todo lo que veo reside en otra parte. En la correspondencia entre la experiencia viva de Cristo y el corazón de cada hombre. Es igual en todas partes, más allá de la historia y de las culturas. Me maravilla ver a estos chicos: están ante Cristo, en diálogo permanente con sus corazones. Tomáš y sus hermanas, Jir?í, Anna, Petra y Jana, que no se conforma y te bombardea con preguntas porque quiere comprender...
Decía Julián Carrón, haciéndose eco de la lectura que don Giussani hace de Leopardi: «La infinita vanidad de todo no logra arrancar la semilla de este “pensamiento dominante”, de esta sed, de esta pasión por la felicidad. Este “pensamiento dominante”, al que llamamos corazón, es una realidad “que se puede olvidar, falsificar, una realidad ante la que se puede objetar, pero que permanece, que es inextirpable”». Lo compruebo en Praga, donde tantas cosas parecen remar en contra.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón