Escritor, presentador de televisión y periodista. Aleksandr Archangel’skij es un personaje muy conocido en Moscú, conduce un programa de debate e información en el canal cultural. Laico ortodoxo, hablamos con él tras una clase sobre medios de comunicación que imparte en la universidad, en el departamento de estudios económicos. El coloquio empieza con un rápido análisis de la situación de la Iglesia en Rusia.
Hace unos años, un periodista italiano, Vittorio Messori, escribió un importante libro-entrevista con Joseph Ratzinger, entonces cardenal, titulado Informe sobre la fe. ¿Por dónde empezaría usted si tuviera que escribir un “informe sobre la fe” de la ortodoxia rusa?
En primer lugar, por el punto de vista. Si miramos las ciudades de provincia, observamos una Iglesia viva, tanto en sus edificios como en sus gentes. Hace tiempo que volvió a respirarse y a vivirse libremente la fe: se han restaurado decenas de miles de iglesias y se han construido otras tantas, hay miles de nuevos sacerdotes. En Moscú, sin embargo, los grandes jefes de la Iglesia viven de una manera muy distinta, y se notan mucho más los condicionamientos de la política.
¿Lo sucedido en Moscú el pasado invierno ha supuesto nuevas dificultades para la Iglesia desde este punto de vista?
Muchos han juzgado a la Iglesia como una entidad sobre todo rígida y politizada. Ciertamente, se ha acentuado la división en la opinión pública entre clericales y anticlericales. Muchos de los promotores de los movimientos de protesta creen que la Iglesia no puede participar y tienden a asociarla con instancias filogubernamentales. Quien pertenece a la Iglesia pero desea un cambio, yo por ejemplo me reconozco en esta categoría, termina siendo marginado por estas facciones. Tampoco ayuda el hecho de que a una nueva generación de obispos jóvenes, preparados, que a menudo dirigen diócesis pequeñas, la han mantenido al margen.
¿Esta situación supone una dificultad para la fe?
No. Creo que hay que saber leer nuestra situación. Desde el punto de vista de la sociedad, sé que mi posición es marginal. Yo tengo mis puntos de vista, mi responsabilidad me lleva a evitar escorarme a un lado u otro. Mi acercamiento a la Iglesia se produjo después del comunismo, antes me mantenía al margen. Entonces la Iglesia no podía hacer más que ocuparse de sus propios asuntos, con más prudencia y menos rigidez. Los creyentes sufrían una presión terrible, lo que paradójicamente hacía que la situación fuera trágica, pero más clara. Hoy todo es más confuso y es mucho más difícil comprender.
¿Qué esperanza existe para su país?
Si Rusia tiene alguna posibilidad, esta va ligada a la superación del culto al Estado. Desgraciadamente, todo lo que veo va justamente en la dirección contraria. La esperanza está en que la vida que hay sea más fuerte que la ideología. Espero que las personas actúen movidas por esta posibilidad, pero me asusta mucho la esclerotización y el empeoramiento de este culto.
¿No le parece que las manifestaciones que han tenido lugar en Moscú pueden corroborar esta esperanza?
No creo que esas manifestaciones puedan llevar a un cambio directamente. Las veo como una suerte de pruebas generales, por el momento la fase aún no está madura para un verdadero cambio. La sociedad misma aún es inmadura. Nuestra situación desde este punto de vista me recuerda a la Polonia de los años setenta: los disidentes eran grandes individuos que luego fueron capaces de establecer redes y cambiar las cosas. Ya veremos si en el futuro puede suceder algo similar.
¿Cómo ven desde aquí a la Europa en crisis? ¿Qué atención prestan a Occidente en comparación con los años del comunismo?
Hay varios ámbitos. Las personas de éxito, los ricos de verdad, que viven en Londres o en Berlín y que son cientos de miles de rusos, ven a Europa sin ilusión, porque de hecho viven en ella. Sin embargo son muchos los que nunca han estado allí y les resulta completamente indiferente. En general, no se dan sentimientos anti-europeos, mientras que sí están aún muy difundidos los anti-americanos. Lo cierto es que hoy nadie ve en Europa un modelo a imitar. Sin embargo, frente a algunos pecados de la Iglesia rusa, muchos ven en la Iglesia católica un ejemplo positivo. El hecho es que bajo el régimen comunista nuestra Iglesia fue aplastada, pero algunos consideran que eso también ha constituido una cierta coartada. Hasta el punto de que tras la caída de la URSS salieron a la luz los mismos defectos que antes se habían camuflado, problemas trágicos. Por desgracia, lo cierto es que muchas iglesias tienden a convertirse en una especie de politburó. Y la gente muy a menudo recurre a la Iglesia en busca de protección social. Desde este punto de vista, no siempre la construcción de nuevas iglesias es necesariamente un paso adelante para la fe.
Usted es un personaje público y creyente. ¿Eso no supone un obstáculo para su pertenencia?
La Iglesia no es un partido. Es un cuerpo místico en torno al cual se ha construido una institución social. El instituto eclesial es histórico, y por tanto presenta problemas y dolores. Pero los creyentes somos parte de ese cuerpo místico, no sólo de la institución. Si Cristo vive aquí, nosotros nos quedamos aquí. Me gusta mucho citar al obispo Anthony Bloom, que a la pregunta sobre por qué se quedó en la Iglesia rusa bajo el comunismo, respondía: «La Iglesia es madre. Y cuando una madre es desacreditada, es precisamente el momento de estar con ella».
¿Qué se espera de la relación con los católicos en este momento?
Un gran sacerdote ruso, que en el siglo XIX tradujo los Evangelios del eslavo al ruso moderno, decía que un día nos veremos obligados a olvidar nuestras diferencias. Vista así, es una esperanza en negativo. Creo que, una vez que se eliminen las muchas barreras que existen, los intercambios positivos serán cada vez más intensos. Sin embargo, habrá que dejar de hablar sobre diálogo y ecumenismo en abstracto, y mirar los testimonios de personas y relaciones que ya existen. La fe sobrevivió al siglo XX, y eso es importante para el hombre. Si pensamos en figuras como el padre Men, o don Giussani, vemos que la fe construye obras impensables. El amor de Cristo es un tesoro que debe ofrecerse continuamente al mundo. Es lo único que permite seguir siendo hombres. Lo que espero es una experiencia recíproca de amor.
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