Sergej Chapnin es sustancialmente el Gian Maria Vian de la ortodoxia rusa. Responsable de las publicaciones del Patriarcado, dirige la célebre e histórica Revista del Patriarcado de Moscú, que tiene como principal objetivo el de difundir los discursos y la actividad pastoral del jefe de la Iglesia. Es una de als revistas más importantes del mundo religioso ruso: nació a finales de siglo XIX en un periodo de gran expansión de la prensa rusa, inmediatamente llegó la confiscación y la destrucción de su maquinaria de impresión con la llegada del comunismo. Se reabrió durante apenas cuatro años (del 31 al 35) y se “rehabilitó” nuevamente en 1943, cuando el régimen no podía permitirse acallar voces que pudieran despertar el sentimiento de patria amenazada por la invasión nazi.
Con gran realismo, Chapnin reconoce las condiciones de trabajo de su revista bajo el comunismo: «No era posible sobrevivir sin celebrar de algún modo al régimen. Pero a pesar de la censura, permaneció como el único centro intelectual para la ortodoxia en nuestro país. Hoy que la Iglesia puede vivir libremente, y gracias al apoyo del patriarca, intentamos día tras día convertir esta publicación en un instrumento a la altura de las cuestiones y desafíos a los que nos enfrentamos en este momento».
¿Cuáles son las prioridades de su revista mensual? ¿Cuál considera que es el objetivo principal de su trabajo?
Hacer comprender a los hombres que las respuestas que la Iglesia ofrece con humanamente convenientes. Por tanto, suscitar interés por el magisterio, hacerlo lo más actual posible y cercano al hombre. El principal problema que encuentro es la desconfianza casi automática hacia los documentos oficiales. El periodo soviético transmitió una sospecha muy difícil de vencer en la sensibilidad común hacia cualquier cosa que lleve el sello oficial. Por eso es un gran desafío hacer legible e interesante la sección “oficial” de nuestra revista, que acoge, como es natural, actos y discursos de la jerarquía. Nuestra segunda gran tarea es garantizar una transmisión eficaz de la experiencia pastoral, que sea de ayuda para nuestros sacerdotes. Otro filón es la atención al arte cristiano contemporáneo, que documentamos con información y crítica.
En el último congreso de Rusia Cristiana, la poetisa Olga Sedakova ofreció una lectura cercana a la suya, explicando cómo en la mentalidad soviética ha arraigado la convicción de que todo lo que es público, común, compartido, debe de algún modo ir en contra de la persona. ¿Está de acuerdo?
Sí, pero creo que eso es sólo una parte del problema. En la raíz hay una falta de personas libres. Tras veinte años desde la caída del comunismo, todavía no somos capaces de superar esta incapacidad del pensamiento. Seguimos viviendo en una sociedad que no conoce la libertad de pensamiento cristiana. Y esta ausencia de libertad produce distorsiones sobre el pasado y sobre el futuro, generando infelicidad.
¿Puede explicar mejor qué entiende por distorsión del pasado?
Para nuestros contemporáneos, la única historia es la del pasado soviético. Todo lo anterior a ello está en los confines de la mitología. Un confuso amor por la patria nos hace olvidar las páginas horrendas que componen su historia o que lo achaquemos todo al mito de la victoria sobre Hitler. Incluso dentro de la Iglesia existe una profunda división entre los que revindican la era soviética y los que tienen una actitud más lúcida y crítica. Por desgracia, la relación con el pasado divide a la Iglesia actualmente.
¿Y el futuro? ¿Qué piensa de los movimientos que hubo en Moscú el pasado invierno?
Ha sido la primera manifestación auténtica de una oposición: como autoconciencia, ha sido un momento muy importante, sobre todo considerando lo difícil que es despertar a las personas. Sin embargo, no he visto un programa completo de acción, por lo que es difícil lanzar hipótesis sobre el destino que tendrán estos movimientos.
¿Qué dice la Iglesia al respecto?
En diciembre de 2011, el Patriarca invitó al gobierno a escuchar todas las voces de la sociedad. Luego, tras producirse ciertos sesgos, pidió a los ortodoxos que no participaran en las manifestaciones. Tras el caso de las Pussy Riot, se desató en los medios de comunicación un violento ataque contra la Iglesia que endureció la situación. Personalmente, lamento esta fractura. Por primera vez, la gente se movió con una explícita motivación moral, ofendida por las irregularidades en el voto. Incluso personas tradicionalmente desinteresadas se sintieron llamadas a la causa. Indirectamente, lo sucedido despertó un interés – no necesariamente positivo – por la Iglesia. Muchos de los ataques eran síntoma de una confusa pregunta sobre quién está hoy autorizado para proponer y encarnar una fuente de moral en nuestro país y en nuestra sociedad.
¿No cree que estos hechos hayan agudizado las posibilidades de una separación entre la Iglesia como jerarquía y el pueblo de fieles?
No, para nada. La Iglesia, en la unidad entre el Patriarca y el episcopado, ha aparecido de hecho como una realidad unida. Las personas normales, los laicos, tienen una actitud más concreta, que tendencialmente no se ocupa de las dinámicas internas de la jerarquía. Seguramente ahora se ve con más claridad que la ortodoxia no puede ni debe concebirse como una ideología.
Sin embargo, con el proceso a las jóvenes que ultrajaron la iglesia de Cristo Redentor, muchos ortodoxos no compartieron las posiciones más bien rígidas del patriarcado.
No existe un grupo que pueda arrogarse el derecho de representar a la ortodoxia en cuanto tal. Es verdad que los “duros y puros” invocaron penas ejemplares. Quien vive la fe como dimensión humana y la articula en el realismo de las relaciones deja emerger su propia sensibilidad, y comprende que la pena conminada a las dos chicas era excesiva, sin por ello obviamente condescender con el gesto sacrílego que cometieron. Por su parte, el Estado quiso imponerse como garante y custodio de los lugares sagrados, como defensor de una fe que sin embargo no tiene nada que ver con él y quizá ni siquiera comprende. Eligió interponer un proceso penal, cuando podía limitarse a una sanción administrativa. Hay muchos aspectos que revelan la voluntad de crear un caso, y la Iglesia permitió que sucediera. A veces, para quien siguió el proceso, parecía que los propios abogados defensores de las chicas estaban cómodos con una posible condena.
¿Qué espera de la posible relación entre católicos y ortodoxos en Rusia?
Que siga testimoniando la universalidad de la Iglesia cristiana. Esto sólo puede suceder si miramos las relaciones personales concretas. Sé bien que en la ortodoxia hay un movimiento que mira con hostilidad y sospecha este tipo de relación, que considera casi una traición, mientras que otros son más libres y amistosos. Personalmente, no creo que los primeros hagan un gran servicio a la profundización de su fe.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón