Me miro y me veo cambiada. Y todo viene de ahí. Es un hecho. Y como dirían mis alumnos, lo flipo. También los demás lo dicen. Lo bueno de ser una tía como yo, bastante cabezota, burra o “cafre” es que se ve que este cambio de mentalidad no puede venir de mí, que a estas alturas de mi vida se podría decir que tendría que estar ya de vuelta de todo... O quizá sería más apropiado decir que, ya que en estos últimos meses estoy pasando por momentos muy difíciles (enfermedad de mis padres, problemas económicos...), tendría que estar desanimada. Y sin embargo, estoy viviendo estos acontecimientos con una serenidad y madurez desconocidas, y con alegría. Tengo otra cara. No soy la de antes, la del cabreo permanente, la de la búsqueda desesperada como si nada me hubiera sucedido. Soy otra: una que se mueve por la energía de una Presencia real en la vida. La gracia de esa Presencia es el don de mi cambio, el don de descubrirme cambiada. Gracias al capítulo de la caridad, he podido poner nombre a lo que me está sucediendo, insisto, por pura gracia. Me siento muy amada y sostenida por Cristo a través de los rostros –el primero el de mi marido– que «existen para revelar el bello rostro de Cristo ». Si soy amada de esta manera, puedo decir con un refrán castellano, que “amor con amor se paga”. Mi corazón está agradecido. Quiero conocer más a Quien me está transformando así y le pido que no deje de hacerlo.
Y la consecuencia de esto es que me conmuevo por los que me rodean con verdadera conciencia. Dice don Gius en el del libro de Escuela: «La perfección es esta conmoción en acto por las necesidades del hombre; necesidad de felicidad y de ser; de felicidad y de destino [...] Es la conmoción por la necesidad última del hombre» (p. 245). Alguien ha tenido piedad por mi nada y, como un regalo más, yo también empiezo a sentirla por los que me rodean de una forma imperfecta, pero verdadera. Eso me hace moverme. Me he visto moviéndome por mis padres por amor a su destino, pensando en ellos, en que en estos momentos difíciles de su vida, encuentren también esa piedad y conmoción por su nada; me sorprendo sin querer ajustarle las cuentas a mi padre: descubro en mi corazón endurecido el fruto inesperado del perdón, y como consecuencia de eso, una liberación de las viejas ataduras del odio. Libre. Soy más libre. Me siento más protagonista de mi vida que nunca, a pesar de que todo lo que había planeado para el futuro inmediato se me ha venido literalmente abajo. Yo preferiría no sufrir, pero, ¿cómo negar este bien incluso cuando se está sufriendo?
Doy gracias infinitas al Señor que me ha puesto en este lugar, donde soy amada, recuperada, corregida... Gracias a don Gius y a su paternidad siempre viva; gracias a Julián, a Nacho, a quienes se ponen a nuestro servicio y dan su tiempo, su vida, por mí, por nosotros, gracias a esta imperfecta pero bella compañía que me sostiene con su sí.
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