Pilar
Mi nombre es Pilar, estoy casada con Juan Antonio y tenemos cinco hijos, tres chicas de 23, 21 y 20 años, y dos chicos, de 11 y 7 años respectivamente. El último, Alfonso, es Síndrome de Down. Desde que nació se me ha hecho más evidente que la vida no nos pertenece, que es de Otro. Soy profesora en una cooperativa de profesores en Loranca, barrio periférico de Fuenlabrada.
Participo en la obra de Caridad de “La Casa de S. Antonio” de la Asociación de S. Ricardo Pampuri en la parroquia de S. Juan Bautista, en Fuenlabrada. En concreto en Schöle, haciendo la caritativa con los estudiantes que tienen dificultades en el estudio. Yo voy los jueves por la tarde cuando acaba mi jornada escolar. Esto supone que salgo de casa a las 8 h. y que no regreso hasta las 20:30 h. o 21:00 h., según si me quedo al Ángelus que se reza todos los días en la parroquia a las 20:15 h.
Los viernes pasa lo mismo porque estoy en el grupo de juveniles o confirmación colaborando. A veces, regreso más tarde si vemos una película o cenamos con ellos.
Cuento todo esto para haceros ver que lo que hago en principio no es agradable, no “mola” como dirían los chavales, ya que más bien supone un esfuerzo físico y psíquico grande para mí, porque realmente acabo cansadísima, y para toda mi familia (Juan Antonio se queda con Alfonso estas dos tardes, Ángel, el de 11 años, está conmigo en el estudio, y mis hijas no tienen a su madre en casa cuando regresan para cenar o, simplemente, para hablar, algo que también es muy importante).
El capítulo sobre “La Caridad” que hemos visto en Escuela de Comunidad, lo primero que ha provocado en mi es la pregunta ¿POR QUÉ LO HAGO?
Comencé haciéndolo porque me fiaba de las personas que me lo propusieron, porque tengo la experiencia de otras veces en las que lo he hecho y me ha ido bien. Pero llega un momento en que, como dice el texto de escuela, “frente a la vida ya no hay teoría o abstracción”, es decir, hay que ir todos los jueves y viernes, con su problemática, distinta cada vez, y su sacrificio.
Me gustaría decir que era sencillo, pero no sería cierto, porque el cansancio a veces es muy grande. Recuerdo un día que me pasé la salida para Fuenlabrada cuando iba del colegio hacia allí, y Ángel me lo dijo…
Bueno, le dije, estaría de Dios que no fuéramos, y él me contestó que de ninguna manera, que tenía que ir, y yo pensé: “¡ay que ver! ¡cómo se entera mi hijo de todo…” La sorpresa fue cuando me dijo: “¡y qué pasa con mi pepito frito! ¿eh?”(es que todos los jueves le compro un pepito frito y un donut para merendar antes de entrar en el estudio). Me sentí vencida. Así que fui, y, encima, no hubo nadie con dificultades en lengua en el estudio.
Volviendo a la pregunta ¿POR QUÉ LO HAGO?
Sé que no lo hago por GENEROSIDAD, ni porque me siento bien después, ni porque yo sea maja… La generosidad a mi edad (por lo que veo a mi alrededor) o se ha terminado o está acabando. No tengo nada más que mirar a mis compañeros de trabajo, que comienzan el curso diciendo: “ya queda un día menos para las vacaciones”. Incluso los profesores más jóvenes decaen después de dos o tres años de clases. Es como si ya tocase vivir cómodamente y descansar, y que sean otros los generosos.
En cuanto a lo de sentirme bien, a veces el sacrificio se me hace muy grande (sobretodo cuando voy al estudio y no viene ningún estudiante a preguntarme; entonces el diablo me tienta y me dice: “¿Ves? No eres necesaria. Estarías mejor en tu casa cuidando a tus hijos, y Juan Antonio te lo agradecería, porque aquí ni siquiera te lo agradecen”.) Sin embargo, sé que el valor de la caritativa no depende de si te lo agradecen o no, o de si vienen o no.
El otro día me preguntaba Esther en una entrevista sobre esto y contesté sin grandes razonamientos (porque no había tiempo para ellos): lo hago POR AMOR A CRISTO, como agradecimiento a todo el amor que Él me ha dado antes, supongo que desde siempre, pero de una forma más consciente por mi parte desde hace ya siete años que nació Alfonso, mi quinto hijo (Síndrome de Down). Es impresionante como todo el llanto del primer día al recibir la noticia, se ha ido volviendo alegría, pero alegría de verdad (laetitia), con sacrificio, con dolor, con mucho sacrificio algunas veces, pero Alfonso para mí es la Caridad personificada, él da amor y produce amor desinteresado, sin esperar nada a cambio. ¡Ojalá pudiera mirar a mis otros hijos con esa mirada! Es un punto de unión para toda mi familia… ¿Dónde estaríamos ahora sin él? Gracias a él he conocido el amor de los amigos, amor con hechos, incluso se han quedado con mi hijo en el hospital para que pudiera descansar; he conocido el valor de la oración, de que recen los demás por mí y de que yo rece.
Realmente es muy sencillo, yo devuelvo gratis lo que me han dado gratis, sin intereses, porque quiero que se encuentren los demás con Cristo, igual que yo.
Así puedo mirar de frente a mis hijos y decirles que la vida tiene un sentido, un sentido bueno, y que están hechos, como yo, para la felicidad.
El jueves tuve que hacer una sustitución en el colegio al profesor de religión, y me sorprendía hablando de Cristo, de la positividad de la vida, con un entusiasmo que nacía de dentro, como si yo estuviese hecha para eso. De hecho me parecía extraño que el profesor se dedicara sólo a ver películas, a la búsqueda de los valores, y no se centrara más en la novedad que supone la figura de Cristo, su amor hacia el extremo, su muerte y su resurrección.
Por eso puedo invitar a mis alumnos al estudio, a las jornadas de estudio o a las mañanas de estudio, como la que hemos tenido hoy en Fuenlabrada, o a hacer el camino de Santiago, con lo que eso supondría para y para mi familia de trastorno.
Y todo esto que cuento sucede partiendo de mi fragilidad, porque también he aprendido que el cambio de vida, el cambio de mentalidad no va unido a la impecabilidad, por el contrario, va unido a mi fragilidad, que tantas veces me escandaliza. Pero también he aprendido que el perdón es muy importante para seguir adelante: yo sólo soy capaz de la caridad con la ayuda de Dios. El perdón para con mi familia, con los alumnos, sobretodo cuando les corrijo sin amor. Entonces vuelvo a comenzar con mucha paciencia, no más de la que Dios usa conmigo.
Dios se ha conmovido de mí, a pesar de mi fragilidad y mezquindad, o por ello precisamente, porque sabe que soy víctima de tentaciones, de debilidades; y yo puedo, a veces, conmoverme del que tengo al lado porque sé por lo que tiene que pasar en la vida (quizá otras tentaciones, otras debilidades…) y porque sé que él también está hecho para la felicidad.
Sólo cuando miro al otro (mi marido, mis hijos, mis alumnos) como personas cargadas del mismo deseo de felicidad que yo tengo, los puedo amar, porque los veo frágiles como yo, y me puedo conmover ante su debilidad y quiero que se encuentren con Cristo, que es su bien igual que el mío: quiero que se salven.
Me gustaría decir que todo me va bien. Mi vida va como Él quiere que vaya… por eso va bien.
Juan Antonio
Tengo cinco hijos y mi relación con ellos es difícil. Los cuatro primeros son objeto de mis prejuicios y mis pretensiones; mi relación con ellos era y es una lucha contante por imponer mis puntos de vista. Sin embargo, con Alfonso nunca ha sido así. (La Escuela me ha hecho tomar conciencia de dónde nace y cuáles son las razones de mi estar con Alfonso).
Creo que éste es un camino de aprendizaje que Dios me está proponiendo a través de mi hijo, porque con él soy padre verdaderamente, porque él es un hijo verdadero y provoca en mí la experiencia de la ternura de Dios conmigo; pide cuando necesita, es decir, siempre; le basta con la presencia de sus padres; su padre le perdona siempre, es paciente con él. Esta relación tiene la misma forma que la de Dios con cada uno de nosotros, CARIDAD.
Este es un cambio de mirada aprendido lentamente, más consciente de la realidad de mi ser nada si no está Cristo, necesito más su presencia porque cada vez soy más consciente de las veces que le traiciono, necesito más su perdón porque Él no ceja en su empeño de amarme más y yo le necesito como mi hijo a su padre; y esta necesidad nos iguala a ambos y a todos los demás: inmigrantes, voluntarios… laicos, sacerdotes… yo soy, todos somos esta necesidad… y no la necesidad de alimentos o de cariño paterno u obediencia filial.
Cristo es la Caridad del Padre conmigo y Cristo sois vosotros, los que pertenecen a mi familia y los que están en la Casa de San Antonio conmigo y aquellos a los que ayudamos. Este cambio de mirada lo hace Cristo a través de vosotros, que me ayudáis a no ceder al cansancio, a la comodidad o a la reacción violenta e impositiva de un padre autoritario como yo, a través de vuestra corrección constante, de vuestra guía incansable, siempre dispuesta a pedirlo todo sin dejarme sólo.
La Escuela de Comunidad ha cambiado mi relación con vosotros. Hay una frase que se repite en mi cabeza con insistencia: “La mayor Caridad no es dar lo que queramos, (porque al fin y al cabo es medir) sino dar lo que te piden”; es decir “sí” a lo que se nos pide”. Esta es la dificultad de la Caridad: lo que otros te piden, porque a este nivel se juega mi libertad si me adhiero a la belleza de lo que nos sucede.
Esta es la razón por la que estoy aquí, otros me pidieron un testimonio y yo he dicho “sí” porque, cada vez que lo he dicho, he crecido; objetivamente, he crecido. Aunque mis pecados sigan siendo los mismos.
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