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COLOMBIA

Una llamada para ir al fondo del sentido del perdón

Diego Fermín
04/10/2016

Estando en Lima recibo una llamada telefónica desde Bogotá. Son las 5:30 PM del 2 de octubre. Es mi hermana quien me cuenta que, en el plebiscito de los colombianos, ha ganado el no al acuerdo entre el gobierno y las FARC. Después de un corto y lacónico saludo, me pasa a mi sobrina, una chica de 21 años que recién ha empezado un nuevo trabajo. Ella en medio del desconsuelo y entre sollozos me dice: «Tengo una tristeza inmensa, es decepcionante lo que pasó». Entiendo que las razones que ella pide son las mismas que necesito yo, y me veo obligado a ir al fondo de mi humanidad para responder al malestar sin erigirme en juez implacable de los otros.

Empiezo a decirle que necesitamos entender que el sí que hemos dado con alegría no será derrotado si en las relaciones cotidianas dejamos entrar una mirada distinta que abraza y perdona; que sana el dolor, la rabia y la desesperación; una mirada que responda a los deseos de justicia o de venganza que se alberga en muchos de los corazones de quienes han optado por el no, o quizás simplemente acoja el deseo de no salir de la violencia siendo demasiado condescendientes con los violentos. Nuestro sí nos hace responsables para llevar la verdadera paz a aquellos que nos encontramos y esto solo es posible si dejamos alojar en nosotros la misericordia que permite mirar al otro en la verdad de su ser, en su naturaleza de hijo y de hermano. Le digo que necesitamos pedir y poner todo nuestro malestar, dolor y decepción en manos de Quien ha vivido hasta el fondo esta condición, luego de un “plebiscito” en el que el pueblo decidió liberar a Barrabás y condenarlo a Él. Le pregunto qué le permitió a Cristo vivir esta situación que lo llevaba a la muerte y ella me contesta: «el perdón». Entonces le digo que Él nos trae la posibilidad de entender que la verdadera justicia es el perdón y la misericordia, que mirándolo entendemos que solo en la relación con el Padre podemos respirar, dejar entrar un aire nuevo que reconstruya la vida y perdonar a quienes nos ha hecho daño durante años.

La escucho más sosegada y me escucho también mejor. Ella me pasa a su hermano, quien está terminado ingeniería forestal y me dice: «Es decepcionante lo que ha pasado, voy a terminar la carrera y me voy del país». Esto me pone de nuevo en juego para entender qué es lo que me permite vivir aquí. Le digo que la esperanza no la podemos poner en quienes deciden: el pueblo, los políticos o en los acuerdos a los que puedan llegar las partes; que existe una posibilidad de vivir el día a día afirmando la realidad y siendo constructores de esa paz en los rincones del mundo en donde estemos, a hacer presente un modo distinto de estar en la realidad que permita intuir que existe una respuesta a ese deseo de bien, de paz, de construcción de un país mejor, que esta posibilidad está presente en un encuentro que hemos tenido y que nos permite esperar partiendo de la certeza de Él, presente en una compañía humana que nos acompaña, nos sostiene, nos provoca y limpia la mirada permitiéndonos ver la realidad en su profundidad.

Luego de escucharlo con un tono más calmado, me pasa a su mamá. El combate no termina, ella me dice que llegó a la casa, encontrando a sus hijos postrados, no le salió más respuesta que abrazarlos y llamarme para que hablara con ellos. Me conmovió la sencillez de su corazón para reconocer que sola no podía ser sostenida, ni ella ni su familia, y cómo el Señor mueve los corazones para ayudarnos a conocerlo más en medio de las situaciones dolorosas que vivimos. Le cuento lo que he conversado con ellos y le propongo que siguiendo aquello que nos enseñó en vida nuestra madre Olivita, recen en familia el Rosario pidiendo por las autoridades del país, por los líderes del no, por los jefes de la guerrilla, por todos los que pueden tener una posibilidad de decidir y en especial por nuestros corazones para que no se llenen de veneno o desesperanza y podamos mirar en esta condición cómo Él vence, reconstruyendo nuestra relación con la realidad a partir del perdón y de la magnanimidad de la reconciliación: es la audacia de poner signos de su Presencia que llenen de calidez y luz los rincones más inhóspitos de Colombia, Perú o de cualquier parte del mundo.

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Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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