COLOMBIA

Una chispa en el corazón

07/06/2016

Bogotá. A medida que se acerca el 26 de mayo, día de la presentación pública de Luigi Giussani. Su vida, de Alberto Savorana, me da la sensación de que en mí todavía no se mueve nada, o al menos no lo suficiente. ¿Será que la vida está demasiado llena de cosas que hacer? Trabajo intenso, al menos de once años a esta parte, amigos y ciertas relaciones que me cuestan especialmente, y ahora la organización del evento. Quizás sea que no basta con repetir las palabras de siempre, aunque sean sinceras y ciertas. Hace falta una chispa, como se dice en Colombia, una chispa en el corazón.

26 de mayo, 13.00 horas. Alberto Savorana aterriza en Bogotá, que me sorprende inmediatamente cuando, al preguntarle cuántas veces ha presentado ya el mismo libro y qué piensa de todas ellas, me responde que cada vez es un acontecimiento increíble para él ver lo actual que es don Giussani, con qué seriedad responde a la realidad concreta del hombre de hoy, en cualquier parte del mundo a la que vaya.

Es verdad. Me doy cuenta ese mismo día, a las 18.45h, cuando empiezan las intervenciones de la presentación, con monseñor Pedro Salamanca, obispo auxiliar de la Archidiócesis de Bogotá, y el profesor Edwin Horta, vicerrector y profesor de Derecho en la Universidad Católica de la ciudad.

La intervención de Horta resulta especialmente impresionante sobre la actualidad y eficacia del método educativo propuesto por don Giussani en sus textos, pero sobre todo en su vida. De un modo absolutamente objetivo -como conocedor atento de la situación actual- comunica su estupor al toparse con un auténtico "maestro" en el método del conocimiento.

En estos tiempos, donde parece imposible poder alcanzar un conocimiento verdadero, donde reina la opinión sobre todas las cosas, o peor aún, la duda, no solo podemos afirmar que se puede conocer verdaderamente la realidad sino que también, apoyados en don Giussani, que la fe es el instrumento más adecuado, que permite recorrer un camino sin tener que dejar fuera ningún aspecto de la vida. La razón y la fe como compañeros en el conocimiento, en un camino necesariamente humano.

Nada que decir al respecto: ha entendido, ha visto y ha entendido. Y pensar que yo, después de 40 años en CL, todavía pienso que entiendo las cosas sin verlas. En cambio, sin la chispa, incluso lo que uno cree saber deja de existir.

Muchos de los invitados salen contentísimos. Algunos me paran y me dan las gracias porque es la primera vez que oyen hablar así de la fe, de la educación, de la vida-vida. Estoy realmente contenta, extrañamente feliz, como cuando pasa algo que no pensabas que pudiera ser tan sencilla y hermosa a la vez.

Nace en mí un deseo: «Alberto, ¿me regalarías mañana por la mañana una hora para un diálogo con mis alumnos en el instituto?». Cuatro clases de sesenta adolescentes, como volcanes en busca de algo que pueda dar un sentido a su vida, una chispa que no se apague fácilmente.

Al principio, silencio. Sesenta chavales que escrutan y escuchan para ponerte a prueba y ver si merece la pena, si puede haber algo que despierte su corazón. Parecía que ninguno fuera a atreverse a hablar, pero luego toma la palabra Alejandra, y después Valentina, David, Diego, Juan Pablo y Ángela. Una hora y media de diálogo sobre nuestro límite y nuestra exigencia de infinito, sobre quién es este Dios del que habla Savorana, «porque yo no creo en Dios», «¿por qué has venido a vernos?», «¿cómo nosotros, tan limitados, podemos desear algo infinito?, ¿cómo se concilian el límite humano y el infinito?». Al final, fue difícil poner el punto final. Cuando volvieron a clase, era imposible seguir como antes, los chavales no dejaban de hacer preguntas a los profesores, casi desafiándoles a ese nivel tan sencillo y verdadero como el que habían visto en el diálogo con Alberto.

Permanece en mí el deseo de mirarles y acompañarles en su búsqueda de esa chispa, la única que enciende el motor de cualquier movimiento, el suyo y el mío.
Chiara Neri, Bogotá

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