Son las cuatro de la tarde cuando en un aula de la Universidad Estatal de Milán, el rector, Gianluca Vago, y la profesora de Derecho Constitucional Marilisa D’Amico se disponen a empezar un diálogo sobre La belleza desarmada con su autor, Julián Carrón.
En la sala se dan cita profesores y alumnos llenos de curiosidad por ver a su rector en un cara a cara inesperado y muy diferente al que le tienen acostumbrado sus citas institucionales. El primero en constatar la rareza de un encuentro como este es el propio rector: «Este libro remite a cuestiones fundamentales que tal vez no estamos habituados a abordar». Pero no se retira y parte justamente de sí mismo. «Comparto uno de los temas del libro, la dificultad que tenemos para despertar el interés y la curiosidad de los más jóvenes. Hay una dificultad para generar curiosidad en el mundo. Aún más que en la enseñanza, lo vivo como padre con mis hijos, y comprendo que el smartphone es el epifenómeno de un problema más profundo». Pero la cuestión que más le preocupa es otra. «Dentro de una comunidad académica extremadamente heterogénea, ¿cómo se puede encontrar un factor que verdaderamente una experiencias educativas tan distintas entre sí? Es algo que siento como una responsabilidad mía». En este punto se detiene también la profesora D’Amico: «Esta carrera sin fin hacia la satisfacción de los deseos, que según Carrón está en el origen de la proliferación de los nuevos derechos, es un tema que exige una responsabilidad por nuestra parte como educadores. ¿Por dónde empezar? Creo que un aspecto fundamental es la relación. Yo no puedo ser madre ni profesora sin aceptar entrar en relación con otro, y es dentro de una relación como se reconstruye la civilización. De ahí en adelante, el campo está abierto».
Carrón empieza haciéndose eco de sus provocaciones. «Hemos vuelto a mirar el deseo como en la antigüedad, intentando enjaularlo. ¿Pero de dónde nace esta desconfianza hacia el deseo? Pongo esta pregunta sobre la mesa». Lo suyo es un himno al deseo y una denuncia del miedo que tenemos, de las “barreras” que continuamente ponemos a su “desmesura”. No se trata de domesticar nuestro deseo sino de preguntarse qué es lo que lo despierta y lo cumple. «Todos nosotros, queramos o no, tenemos que hacer cuentas con esto, porque es una cuestión de física. La gota no llena el vaso».
En este punto, Carrón, como si se hubiera olvidado de que estaba en una sala llena de gente, se dirige personalmente hacia el rector. «La emergencia educativa no es ética. La cuestión es si existe algo capaz de interesar a los jóvenes hasta el punto de desafiar su libertad». El diálogo se intensifica, el ritmo aumenta y empiezan las preguntas. Vago: «Entonces ya no se trata de una cuestión cultural, sino que esta tensión tiene que ver con el núcleo más profundo del yo. Pero existen muchos caminos distintos para llegar a definirlo, y el mío tal vez no sea el de Carrón. ¿Dónde radica entonces la identidad de este núcleo fundamental?». El rector vuelve a preguntarse: «¿Existe o no un punto único con el que todos los hombres se pueden comparar?». Y sigue: «¿Cómo podemos distinguir una propuesta de otra, el cristianismo de otra religión? No podemos basarnos solo en la satisfacción que sentimos, porque cada uno encuentra la suya en lo que afirma y en lo que hace, aunque se trate de cosas o gestos discutibles». Carrón: «En palabras todo parece igual a todo, pero hay una forma de vivir que es más humana, donde hay más razón, más afecto, más libertad, más crecimiento del yo, más apertura al otro. Lo hermoso de una sociedad como la nuestra es que no se puede imponer nada a nadie. El cristianismo tiene una propuesta que ofrecer y donde hay libertad, donde hay pluralidad, se encuentra como en casa, porque ahí es donde puede mostrar su originalidad. A cada uno le toca tomar postura».
Al término de un diálogo de casi dos horas, los protagonistas se despiden calurosamente. Vago observa con sorpresa: «Tenemos “peligrosamente” demasiadas cosas en común…». Ha sucedido algo que nadie podía haber preparado, un encuentro, el nacimiento de una simpatía de uno por la persona del otro. El encuentro se ha mostrado como factor de conocimiento, de descubrimiento, de apertura de la vida y de comprensión de las cosas. Resulta significativo que todo se haya desarrollado aquí, justo en la universidad, lugar de la búsqueda compartida de la verdad, como sentido de la institución que lleva ese nombre.
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