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Una belleza capaz de ampliar la razón

Paola Bergamini
17/04/2017

Miércoles 5 de abril. En la gran pantalla del Aula Magna de la Universidad Bicocca de Milán, la imagen de un niño de ojos brillantes recibe a estudiantes y profesores, que poco a poco van llegando para el encuentro “Educar la razón en una sociedad que cambia. El papel de la universidad”. El punto de partida es el libro La belleza desarmada de Julián Carrón. En la mesa, tres docentes del ateneo milanés: Adolfo Ceretti, profesor de Criminología; Gianfranco Pacchioni, vicerrector de investigación; Paolo Cherubini, vicerrector de didáctica; y Julián Carrón.

El diálogo comienza a partir de la pregunta de uno de los estudiantes organizadores del encuentro: «Con la incertidumbre ante el futuro no solo profesional, sino también existencial, ¿cuál es el desafío, la misión última que debe afrontar la universidad, como comunidad académica, compuesta de estudiantes y profesores?».

Ceretti parte del título del libro, porque «cada uno de nosotros, ante el mal, está llamado a oponer su presencia: una presencia desarmada, que no quiere decir inerme sino dotado de algo profundamente bello». ¿En qué consiste este “algo”? Ante todo conviene darse cuenta de que vivimos en «una sociedad tardo-moderna, donde el yo está confuso y fluctuante, y le cuesta responder a la pregunta ¿quién soy?». Como docente, Ceretti dialoga con «la mejor juventud», es decir, con los estudiantes; mientras que luego, como criminólogo, se encuentra en la cárcel con «la peor juventud». Sin embargo, en estos dos “universos” lo que emerge es la «poca vibración del yo, es decir, la escasa concepción que los chavales tienen del valor de sí mismos».

Aquí se ve qué quiere decir «ampliar la razón». Hacen falta maestros, es decir, alguien que desde fuera de los propios pensamientos, de la propia capacidad reducida para mirarse a sí mismo, pueda ofrecer al hombre la posibilidad de llegar a ser él mismo. Hacen falta encuentros, relaciones que generen expectativas. Precisamente, en el diálogo con la “mejor juventud”, con los que empiezan a adentrarse en el ámbito de la criminología, prevalecen a menudo las preguntas estereotipadas, dictadas por un mundo virtual. Y, peor aún, se piensa que en internet será posible encontrar todas las respuestas, que el conocimiento puede reducirse a una masa de datos “descargados”. Ir a clase casi resulta inútil, y los chavales terminan cayendo así en un frágil solipsismo. Sin embargo, es justamente en clase, en la relación entre los alumnos y el profesor, donde acontece ese algo más que “amplía la razón”, porque «enseñar significa saber que las personas que tenemos delante esperan de nosotros una pasión que responda a una exigencia de conocimiento que los libros e internet por sí solos no pueden dar».

Para Pacchioni, el presupuesto desde el que empezar a reflexionar es que la sociedad está viviendo un cambio de época con una rapidez nunca vista antes. Todos están comunicados con todos. La universidad es un lugar de conocimiento pero en cambio no puede limitarse a ofrecer nociones técnico-científicas de cara al trabajo futuro, eso no basta para afrontar el cambio que se está produciendo. «No en vano el lema de nuestra universidad es: “Elige ser”. Ese debe ser nuestro principal objetivo, no bastan las especificidades técnicas».

En su intervención, Cherubini ofreció algunos puntos de reflexión. ¿Sobre qué se razona? Sobre opiniones, sobre conocimientos, sobre decisiones y sobre sus eventuales consecuencias. «El término “razón” no implica en sí mismo un valor: hay razones buenas y malas». Quien determine la bondad o no nos llevará a creer, pensar o hacer una cosa en lugar de la otra. ¿A qué llamamos racional? A lo que tiene buenas razones. Todo ser humano está dotado de razón, de pensamiento, pero estos factores no están desencarnados. «Solo se aprende por experiencia, a través de estímulos que recibimos. Después llega la racionalidad como consecuencia de las cosas coherentes que yo pienso». En un contexto así, por tanto, la tarea de la universidad es ante todo una: «Educar para reflexionar».

El último en intervenir fue Carrón, que reiteró que el libro ha querido ofrecer una contribución para comprender este cambio de época, para entender si la fe puede dar una contribución. Pero la cuestión crucial sigue siendo «crear sujetos capaces de estar en la realidad con todos los factores propios de la vida, incluida la fragilidad». Aquí se juega la tarea de la universidad, porque «la emergencia más significativa es la educativa. En la relación profesor-alumno se juega este desafío: para el profesor, suscitar el interés; y para el alumno, plantear preguntas».

Al terminar el encuentro, llegó el momento de las preguntas de los estudiantes. ¿Cómo ampliar la razón delante, por ejemplo, del libro que tengo que estudiarme? ¿Cómo no tener una actitud pasiva? Para todos los ponentes, la respuesta es unívoca: implicarse. «¡Intentad usarme!», fue la provocadora reacción del profesor Pacchioni. «El aula es mi comunidad académica. El riesgo, el día de mañana, es no disponer ni siquiera de la presencia física de los docentes, sino solo videos específicos sobre la asignatura». A lo que Ceretti añadió: «Como profesores, debemos poner las condiciones necesarias para invitar a la reflexión. Hay que preguntarse: ¿qué hago yo con las nociones que estoy aprendiendo?».

A punto de despedir el acto, un último alumno agarró el micrófono. «Carrón ha hablado de lo real, ¿pero qué es concretamente “lo real”??». «Todo lo que te provoca: desde tu novia hasta tu madre. Es necesario estar activos, atentos, para que el atractivo de la realidad no nos deje indiferentes». El reto ha comenzado.

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