Viernes 19 de junio, Aula Magna en la Universidad Bicocca de Milán; a la una está prevista la intervención del padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, sobre “Los monoteísmos, a prueba”. El encuentro está organizado por el Centro Pastoral Carlo Maria Martini. Falta media hora y la inmensa sala todavía está vacía. Entran algunas personas vestidas de negro que, con cara de duda, miran los asientos vacíos y parece que estén preguntándose si en los minutos que quedan se llenarán. En algunos rostros se percibe el miedo a haber elegido un aula demasiado grande.
Cuando quedan diez minutos, entra un grupo de estudiantes y toman asiendo. Poco a poco se ha formado una fila de gente (jóvenes y no tanto) que parece no tener fin. A la una la sala está llena. Alguno se toma la molestia de contar a los presentes: 713. En plena época de exámenes, profesores, estudiantes y muchas personas ajenas al ateneo han sacado tiempo para escuchar al padre Pizzaballa.
En la mesa, junto al Custodio, Marco Cianci, el capellán de la universidad; Cristina Messa, la rectora; Giorgio Vittadini, profesor de estadística; mons. Pierantonio Tremolada, obispo auxiliar de Milán; y Elena Bolognesi, de la revista Tierra Santa, que empieza diciendo que normalmente, en la universidad, los alumnos y también los profesores piensan en los exámenes, en graduarse lo antes posible. Sin embargo, el estudio es provechoso cuando permite entender el mundo y la realidad.
Las primeras palabras del padre Pizzaballa son para decir que el tema es sencillo y complejo al mismo tiempo. En Oriente Medio el elemento religioso coincide con el elemento identitario, en un doble sentido: las identidades se definen por las pertenencias religiosas, y el elemento religioso no puede separarse del civil. Pone dos ejemplos: Siria y Tierra Santa. Hasta hace 5-6 años, Siria era el símbolo de la convivencia inter-étnica e inter-religiosa. Se trataba de una convivencia natural, no siempre pacífica, pero que se mantuvo durante décadas. Ahora toda eso ha saltada por los aires a causa de la guerra o, mejor dicho, de las guerras. Una guerra contra la minoría chií, una guerra contra Assad, una guerra en la que tienen un papel ambiguo otros países, como Turquía, que deja 900 kilómetros de frontera abiertos a la entrada de armas y guerrilleros. Después de siglos en que las diversas experiencias religiosas han convivido y crecido, se quiere volver al califato y al principio, de memoria europea, del cuius regio, eius religió.
La situación en Tierra Santa es distinta, sobre todo porque no está en guerra, como Siria. Pero también aquí las instituciones civiles y religiosas están paralizadas y sus intervenciones no muestran eficacia alguna. En este momento, cada uno intenta defenderse del otro. Y el otro no es solo el palestino frente al hebreo, o viceversa. El presidente de Israel, Reuven Rivlin, dijo recientemente que hay cuatro tribus hebreas divididas entre sí: los seculares, los religiosos nacionalistas, los religiosos no nacionalistas, y los hebreos-árabes. Entre los distintos grupos no hay “fronteras abiertas” sino auténticos muros.
En medio de este embrollo, ¿dónde mirar? No parece haber respuesta para tal pregunta. Pero sorprendentemente el padre Pizzaballa afirma que, mientras las instituciones están paralizadas, en las “realidades triviales” se ve otra cosa. En Qaraqosh, Iraq, los cristianos de rito siriaco y caldeo han tenido que huir. Sus casas han sido saqueadas por los musulmanes de los pueblos vecinos, a los que conocían de toda la vida. Por otro lado, estos cristianos que huían han sido acogidos por otros musulmanes. También en Alepo, una ciudad continuamente bombardeada, cristianos y musulmanes se echan una mano mutuamente.
¿Qué será de Oriente medio? Muchos auguran territorios limpios, poblados solo por chiítas o solo por sunitas, solo judíos o solo cristianos. En cambio, según Pizzaballa, nunca existirá un territorio limpio, sino tierras contaminadas por diversas experiencias. Y ese es, por decirlo así, el sello del territorio medioriental. El diálogo interreligioso, antes que una necesidad, es una vocación: «Sin el hebreo y el musulmán, yo no puedo ser cristiano», observa Pizzaballa, citando una experiencia personal. Al terminar sus estudios teológicos en el seminario, fue a estudiar a la universidad hebrea. Allí los estudiantes “con rizos” le planteaban preguntas que él era incapaz de responder. Eran preguntas que no concernían tanto a cuestiones teológicas o exegéticas sino de otra naturaleza distinta: «¿Quién es Jesucristo para ti?», «¿Cómo te habla?». Pizzaballa se encontró ante personas que querían conocer su «experiencia» con Jesús, por lo que se vio obligado a tomar en consideración su propia fe de un modo nuevo, descubriendo así su pertinencia para la vida. Con esta experiencia, Pizzaballa comprendió que el otro no es una amenaza a mis fronteras, sino la posibilidad necesaria y vital para provocar en el yo una autoconciencia más profunda. Este es el camino para volver a empezar en Oriente Medio. Por lo demás, concluyó Pizzaballa, «para mí, cristiano, el otro es el rostro de Cristo. Y como yo soy amado, también él lo es».
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