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Nuestra vocación es la historia, nuestro templo el mundo

Atlántida y Universitas
22/07/2014

La Universidad Complutense decidió unilateralmente hace unos días el traslado de la capilla de la Facultad de Historia a un lugar que la separa de los espacios habituales de vida de los estudiantes y profesores, sin tener en cuenta la motivación histórica de su actual ubicación. La razón aducida, necesidad de espacio, no es un argumento serio ni real, según refleja el comunicado de profesores, alumnos y PAS directamente afectados por el cierre. La decisión, tomada cuando ha concluido el curso lectivo, atenta contra el derecho fundamental a la libertad religiosa consagrado en el artículo 16 de nuestra Constitución.
¿Es esta medida un síntoma de la incapacidad de nuestra comunidad universitaria para comprender que fe y razón se implican y necesitan mutuamente y que cuando no lo hacen la universidad y la sociedad se empobrecen? La vida cristiana da testimonio de que la razón, motor de la vida universitaria, está abierta a la pregunta por el significado de la realidad y, como tal, no hay que acallarla sino favorecerla. La capilla que las autoridades quieren en última instancia cerrar es además expresión viva de una historia que, en palabras de Benedicto XVI, “nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma”, y que ha fraguado las señas de identidad del patrimonio cultural de Europa: “el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta”.
Como cristianos y universitarios, un hecho de esta naturaleza interpela nuestra razón. Para nosotros lo decisivo es comprender. Ya dice San Pablo que todo lo que le sucede a quien ha sido alcanzado por el cristianismo sirve para dilatar su corazón y su mente. Y ésta es sin duda una ocasión favorable para entender mejor la naturaleza del cristianismo. Podrán cerrar la capilla sin atreverse a poner sobre la mesa las verdaderas razones de esa decisión; pero, precisamente por esta vocación de comprender y de abrazar, no podemos olvidar que el cristianismo no es una religión del templo, como también decía San Pablo. Es una fe del tiempo. El nuevo templo es la comunidad de los que han sido alcanzados por la alegría. Pueden reunirse en el pórtico de Salomón como hacían en el siglo I, o en los gulag de Corea del Norte como lo hacen ahora. Esta es una buena oportunidad para experimentar, una vez más, que el cristianismo es un gusto de vida nueva, que crece y se contagia cuando, en compañía, se afrontan las circunstancias de la existencia. Nuestra capilla, nuestro templo, es el mundo y nos sentimos unidos a todos en nuestra humanidad herida, llena de curiosidad y preguntas, deseosa de encontrar respuestas que estén a la altura de nuestro deseo. Ese gusto de vida nuevo también es una posibilidad para los que han decidido el traslado.

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