La visita del profesor Ian Ker a Madrid para participar en un congreso nos ha dado ocasión a unos cuantos miembros de Universitas y de Atlántida a organizar, junto con el Departamento de Filosofía Teorética en el que trabajo, un coloquio con este grandísimo especialista en la vida y la obra de John Henry Newman. Al coloquio, celebrado el 10 de abril en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, le dimos el título: «¿La fe fuera de la Universidad? Las razones de J. H. Newman». En uno de los carteles que anunciaban el acto, bajo la pregunta: «¿La fe fuera de la universidad?», una mano anónima escribió: «Por supuesto». Pero nosotros no buscábamos una respuesta dogmática, fruto acaso de una ideología o de un prejuicio, que nos dejara otra vez sumidos en un agradable sopor. Buscábamos una respuesta razonada y razonable. Por eso el título del coloquio se completaba con la frase: «Las razones de J. H. Newman».
La hora y cuarto de conversación con este sabio que es el padre Ian Ker no defraudó a nadie. Las preguntas que le dirigieron los numerosos asistentes, estudiantes y profesores de distintas facultades, abarcaron gran número de temas: la fe y su relación con la razón, la esencia y la misión de la Universidad, la crisis educativa que vivimos, el reto que representa la llamada postmodernidad, la Iglesia postconciliar y hasta el modo de hacer presente a Cristo en el día a día de la vida universitaria. Ian Ker respondió a las preguntas con sabiduría y sencillez. Expuso con anécdotas y ejemplos brillantes, de esos que quedan grabados en la memoria, la enseñanza del beato Newman sobre las cuestiones planteadas.
¿La fe fuera de la Universidad?
Según nuestro invitado, Newman no concibió la fe como algo ajeno a la razón. Nuestra vida diaria sería imposible sin esa fe o confianza natural que tenemos en las personas y en la solidez de las cosas. Sin esa fe natural, nadie se levantaría de la cama, nadie probaría el alimento, nadie se casaría, nadie emprendería un viaje. Si todo hubiera de ser demostrado mediante el método científico, nuestra vida se detendría al instante. El padre Ker nos recordó que, en los tribunales ingleses de justicia, el juez les pide a los miembros del jurado que emitan un veredicto «más allá de toda duda razonable» (beyond all reasonable doubt). En algunos casos, la duda es lo razonable; en otros, por el contrario, lo irrazonable es dudar. La fe natural está, pues, en estrecha e inseparable conexión con la razonabilidad. En este sentido, nos dijo Ian Ker, Newman concibió la fe en tanto que virtud teologal como el ápice y la culminación de esta fe natural: nada, pues, más razonable, más de acuerdo con la naturaleza humana, que creer. ¿No sería entonces irracional e inhumano expulsar a la fe de la Universidad?
La misión de la Universidad
Newman, a juicio de su erudito biógrafo, tenía una concepción unitaria de la Universidad, asentada en dos fundamentos: la existencia de la verdad y el hecho de que todo ha sido creado por Dios. Se tergiversa por completo el pensamiento de Newman si se cree que el cardenal inglés excluyó la investigación de la Universidad. Lo que ocurre es que Newman afirmó una verdad obvia: que sin estudiantes no hay Universidad. Un centro de investigación que no imparta docencia no es ni será nunca una Universidad. Una Universidad en la que no se investiga, pero se enseña, será, ciertamente, una mala Universidad, pero siempre será una Universidad. Lo cierto, según explicó Ian Ker, es que Newman promovió infatigablemente la investigación de los profesores de su Universidad y fundó órganos adecuados para la difusión de los resultados obtenidos.
¿Qué ha de enseñar sobre todo la Universidad? La respuesta de Newman es clara: al enseñar el «conocimiento universal» (universal knowledge), la Universidad tiene como principal tarea enseñar a los estudiantes a pensar por sí mismos. ¿Y cómo puede uno pensar por sí mismo?, preguntó una joven asistente al coloquio. No, ciertamente, respondió el padre Ker, en el vacío, sino meditando sobre los hechos y los datos concretos que nos ofrecen los distintos saberes y haciéndose preguntas sobre ellos. El estudiante ha de aprender a pensar no solo gracias al ejemplo de sus profesores, sino también incitado por el diálogo y la discusión con sus propios compañeros. En este respecto, Ker nos hizo notar que del ideal de vida universitaria defendido por Newman formaba parte esencial que el estudiante compartiera con sus colegas no solo las horas de clase, sino sus preocupaciones intelectuales y aun su vida misma. De ahí que en la Universidad de Newman profesores y estudiantes hubieran de vivir juntos.
El actual problema educativo
Según Ian Ker, el problema educativo que vivimos, mirado a través de los ojos de Newman, tiene en muy buena dosis sus raíces en el abandono de la noción de verdad por parte de nuestra época postmoderna. Se ha impuesto una mentalidad utilitarista. Desde el momento en que aceptamos que algo es verdad para ti, pero acaso no para mí, la Universidad y, en general, la educación, cae por su base. ¿Qué habría de enseñarse entonces? ¿Gustos personales? ¿Opiniones incontrastables? ¿Puros sentimientos subjetivos? Ker mencionó la crisis por la que pasó la Universidad inglesa cuando decretó que la ética no debía formar parte de los estudios universitarios. Como se llegó a pensar que no había juicios morales objetivos y que lo bueno y lo malo no eran sino expresiones de sentimientos subjetivos, nada quedó que pudiera enseñarse en tales cuestiones. La Universidad separada de la verdad pierde su razón de ser.
Newman y el Concilio Vaticano II
Una nueva pregunta dio ocasión al profesor Ker para informar a su auditorio de que actualmente se halla escribiendo un libro sobre Newman y el Concilio Vaticano II. A su juicio, Newman vería en el Concilio y en la Iglesia postconciliar una continuidad, y en modo alguno una ruptura, con la Iglesia de siempre. La Iglesia cambia para permanecer la misma, solía decir el beato inglés. A la «hermenéutica de la ruptura», en la que coinciden personas tan diversas como Hans Küng y el tradicionalista Lefèvre, el cardenal Newman, fiel a su idea del desarrollo orgánico de la doctrina cristiana, habría opuesto la «hermenéutica de la continuidad», que en tiempos recientes ha tenido defensores tan eminentes como los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Newman ante el cristianismo primitivo
Al final de su intervención, y al hilo de varias preguntas, Ian Ker comentó algunos aspectos esenciales de la visión de Newman sobre el cristianismo. La lectura de los Padres de la Iglesia a la que se dedicó denodadamente Newman en Oxford jamás pudo llevarle a pensar que el cristianismo es contrario al hombre, como hoy día se afirma no pocas veces. Antes bien, consideró que la Encarnación es tanto la humanización de Dios como la divinización del hombre. A este propósito, el padre Ker adujo una frase de la Gaudium et Spes, que el papa Juan Pablo II gustaba mucho de citar, según la cual Cristo es el único que revela al hombre quién es el hombre y a que altísima vocación está llamado. Y todavía nos recordó la fórmula con la que Newman resumía el modo en que se expandió el cristianismo primitivo: fe y comunidad. No fe en soledad. Pero tampoco comunidad sin fe, como algunos pretendieron en los revueltos tiempos del postconcilio. Solo la unión inextricable de fe y comunidad tiene el poder de suscitar la pregunta que en la Antigüedad movió a la conversión a muchos: ¿Por qué estos son más felices que nosotros, a pesar de las circunstancias adversas por las que atraviesan?
No sé bien qué merece más agradecimiento: si el derroche de inteligencia, de bondad y de generosidad con que nos obsequió el padre Ker en sus respuestas, o la atención sin desmayo con que los asistentes, jóvenes y no tan jóvenes, absorbieron la enseñanza de Newman expuesta por uno de sus mejores conocedores.
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