Desde el miércoles 7 de enero, me pasé más de tres días pegada a la radio y a twitter. En el momento del primer atentado, estaba en casa y recibí un mensaje de mi madre desde España que me decía: «Ha habido tiroteos en París, ten mucho cuidado». Como todo el mundo, necesitaba entender. La cantidad de información me ha desbordado, he podido leer más de 200 artículos diferentes durante esta semana. No temía por mi vida en sí, aunque me daba algo de reparo coger el metro, pero no me dejaba para nada tranquila el pensar si esto no era más que el principio. Después de los otros atentados, me levantaba por la mañana preguntándome: «Y ¿hoy? ¿Dónde?». Es cierto, quizá no temía por mi vida, pero estaba y estoy preocupada por París, por Francia, por Europa, Occidente. ¿Qué estamos construyendo?
La ciudad está llena de militares armados, llena de carteles de apoyo con el eslogan “Je Suis Charlie”. Predomina el silencio: apenas hay músicos y cuando hay ruidos la gente mira algo asustada hacia los lados. Abunda la sospecha. Más allá de la libertad de expresión (derecho que me interesa entender pero que al menos a mí no me parece ahora mismo el punto fundamental de la tragedia), no entendía casi nada. Estudio Derecho y algunas preguntas relacionadas con la política, la sociedad, el uso de la fuerza o el límite de algunos derechos me urgen hasta el punto de tender a encerrarme en estudios académicos o sociológicos. Es verdad que necesito entender, pero algunas de las preguntas más acuciantes no las respondían ciertos autores o periodistas. El miércoles por la noche, fui a Misa. No sabía adónde más ir. Quería saber qué decía la Iglesia, qué decía el cura de mi parroquia. Estaba triste, casi sin palabras, y en la homilía, dejó algunos minutos de silencio para pedir que el deseo de paz nazca en el corazón de los hombres. El día anterior al atentado, tuvimos asamblea de CL (una de las asambleas más bonitas, creo) y un amigo, Silvio, me preguntó después de los sucesos qué tenía que ver la carta de Julián (publicada en Navidad en el Corriere della Sera) con lo que acababa de pasar. Tenía que ver con todo: desde la necesidad de ver dónde está mi salvación (¿En la seguridad? ¿En la «tolerancia»? ¿En la libertad de expresión?) hasta el punto de verificar si realmente las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian mi corazón. No seamos ingenuos, estamos ante una tragedia y no querría soltar frases a la ligera. Realmente me pregunto si lo que puede cambiar la sociedad, París, mis amigos, todo lo que me rodea es el mismo Hecho que me cambió la vida en su día en el colegio, y que sigue cambiándome –de forma sutilísima tantas veces– continuamente. He estado algo escéptica. A veces la mentalidad jurídica pretende que los esfuerzos humanos resuelvan ciertas situaciones sin tener en cuenta «que las tragedias no son suficientes».
Un poco de casualidad, di con el encuentro de Pizzaballa en el Meeting este verano. Es realmente oportuno leerlo ante lo que sucede y además es un testimonio que abre una brizna de esperanza, con realismo y sin eliminar el dolor. Ha sido desgarrador ver que después de las numerosas manifestaciones no ha habido ninguna propuesta concreta. Es conmovedor ver cómo todo un pueblo se lanza a las calles de este modo, cómo la gente necesita ir al encuentro de otros… pero ¿qué queda después? Me pregunto bastante cómo responder a este desafío, sobre todo a nivel social, y cuál es la forma más inteligente de actuar. ¿La fuerza? ¿La integración “sin más”? ¿Qué tipo de laicidad? ¿Cómo? Pizzaballa en su encuentro dice que el uso de la fuerza es algo inútil y destructivo si no conlleva una prospectiva clara de reconstrucción, un camino. Es doloroso ver que los partidos políticos y las instituciones no saben cómo responder… pero en lo que a mí respecta, ¿cuál es mi papel? ¿Cuál es mi misión ante un deseo tan imperioso? Por el momento, con toda mi pequeñez, quiero verificar si realmente es verdad que amando la realidad que tenemos delante, es decir, en mi caso la universidad, el estudio, las relaciones que se me dan, lo que hay delante de mí, mi nueva casa, París, respondo a lo que estoy llamada.
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