Tengo 21 años y hace medio que me convertí, cuando descubrí que yo también podía ser querida y que toda mi historia podía tener un valor. Mi vida está marcada por el abandono de las personas que quiero, he crecido sin conocer a mi padre hasta los 19 años y la relación con mi madre ha sido complicada. He cambiado varias veces de hogar y de pueblo buscando encontrar un lugar para mí en el mundo y así, hace un año, llegué a Barcelona en busca de una nueva vida.
En la Universidad conocí a varias personas, todas ellas imprescindibles para que yo ahora pueda estar hablando de lo que ha sucedido en mi vida. Al principio simplemente pensaba que eran buenas personas y me pegué a ellas pero siempre con un punto de desconfianza, aunque al mismo tiempo intentando aferrarlas a mí –recuerdo con especial cariño el primer abrazo, yo dije que no sabía abrazar–. Lo importante es que descubrí que ellas seguían a Cristo, algo abstracto para mí por aquel entonces, pero a medida que me juntaba más con ellos y participaba de las cosas que hacían, intuía que podría ser la respuesta que yo estaba buscando. Hasta que un fin de semana, cuidando de unos niños, mi vida brillaba, y por primera vez pude decir que me sentía querida y esto era más grande que todo el dolor que había en mí e imposible que fuera algo humano. Aun así, durante este tiempo he intentado negar muchas de las cosas que me han sucedido, intentando buscar personas que cumpliesen mi necesidad. No es fácil, pero entiendo que a través de mi miseria el Señor me desafía constantemente y mi deseo por conocerle crece cada día.
Quiero contar lo que me pasó en la Universidad hace poco tiempo; estaba con mi amigo Carlos, la primera persona que conocí y me enseñó que en la vida había algo más grande, explicándole qué suponía para mí el encuentro que tuve con Jordi y Glòria, y vivir con mi familia de acogida Toda-Brugarolas: necesito buscar estos ojos que me miran distinto, donde yo descanso, me sé querida y me descubro más sencilla; estoy en un punto en que no puedo dejar de ser fiel a esto porque sé que estoy creciendo, ya que puedo querer mejor a mi familia, aunque no entienda muchas cosas de las que suceden. Mi amigo, que llevaba un tiempo intentando vivir sin fe, se dio cuenta de que yo vivía mejor que él. En un momento dado me detuvo y me empezó a hacer preguntas, hasta que dijo: «No eres tú, es el Señor que me llama a través de ti». Juntos llegamos a la conclusión que lo mejor que podíamos hacer para testimoniar era vivir nuestra vida y así es cómo se contagia.
Después de este hecho me quedé desconcertada y fui en busca de Marcos, quien guía la Escuela de Comunidad, para intentar juzgar lo que había sucedido. El Señor me dio la Gracia haciéndose presente a través de mi nada. Él se hizo concreto, en ese momento caí en la cuenta de lo que significa «yo soy Tú que me haces», una relación de dependencia con Aquel que permite que esto suceda, que mi vida cada día sea más grande sin exigirme nada, siendo yo misma con la única diferencia de que ahora sé que lo que construye mi vida es seguir a Otro (o quien construye mi vida es Otro) y no a mis ideas. Siempre he tenido el deseo de ser amada por lo que soy y esto me ha llevado a violentar la realidad pero ahora tengo claro que mi vida tiene un valor y no puedo negar que todo el dolor ha sido necesario para estar donde estoy, el contraste es tan grande que cada vez es más fácil discernir cualquier cosa que me recuerde a Él.
Es la experiencia más verdadera que he podido hacer en este camino y pido que no deje de venir a mi encuentro.
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