Un grupo de universitarios nos reunimos un domingo con Daiki, un estudiante de filosofía de origen japonés que vino a Barcelona para conocer a Etsuro Sotoo, actual escultor de la Sagrada Familia.
Daiki viene de una sociedad donde la forma de pensamiento predominante es la nihilista, que niega la posibilidad de que la vida tenga un sentido. Sin embargo, en medio de esta cultura que proclama la carencia de significado, Daiki nunca se ha conformado con eso: siempre ha tenido el deseo de felicidad, de belleza, de querer ayudar a los demás.
En la universidad conoció a un profesor con el cual empezó a plantearse muchas preguntas. Fue a partir de entonces que Daiki empezó a buscar, a moverse.
Siendo fiel a este deseo participó en una actividad de voluntariado para ayudar a los más necesitados. Este voluntariado estaba organizado por un grupo de protestantes. Lo que más llamó la atención de Daiki fue que un día algunos de los que estaban allí empezaron a rezar a su alrededor y, mientras lo hacían, lloraban y pedían por él. Daiki no entendía nada de lo que estaba sucediendo, no entendía que estas personas a las que apenas conocía tuvieran ese afecto hacia él. Pero pudo percibir cómo allí había “algo” más grande, la “presencia” de algo mayor, divino. Pero no sabía lo que era, no podía ver “su rostro y sus brazos”, como expresa él mismo.
El punto de inflexión para Daiki fue cuando leyó acerca de Etsuro Sotoo. Descubrió que lo que Etsuro entendía por belleza, y su manera de hablar de ella –expresada en la Sagrada Familia – correspondía a la misma belleza que él buscaba. Esta inquietud que Daiki tenía en su corazón le hizo venir a Barcelona para conocer a Sotoo.
Nos explicó a través de un dibujo lo que él percibía cada vez que estaba frente a algo bello: nos decía que la belleza hace despertar algo en él (unas emociones) y que toca directamente su corazón. Cuando está en frente de la naturaleza, de las montañas (de la belleza) él se emociona – y lo representaba mediante un corazón –. Nos decía que probablemente esto que a él le sucede cada vez que está delante de algo bello puede ser que tenga que ver con una mente más grande. De hecho nos contaba que él siempre ha sabido que hay muchos dioses, por las diversas religiones que existen, pero él aún no sabe si hay alguno verdadero.
También hubo un momento en la cena en que Daiki nos dijo que tenía una pregunta, un problema, y era cómo vivir. Fue entonces cuando le explicamos que este verano en las vacaciones a las que algunos habían ido habían tenido precisamente como lema «El problema no es quién tiene la razón, sino cómo vivir». Fue muy curioso porque viéndonos a nosotros, después nos preguntó: ¿y habéis encontrado la respuesta? Mientras él nos iba contando su historia nosotros nos íbamos mirando asombrados por lo que nos contaba, por ver que Daiki tiene el mismo corazón, el mismo deseo que nosotros; que está hecho de la misma manera, a pesar de los muchos kilómetros que nos separan.
Cuando acabó de contarnos su historia nos preguntó de qué nos conocíamos. Algunos de nosotros explicamos que esto que Daiki buscaba lo habíamos encontrado en la Iglesia, concretamente en el movimiento de Comunión y Liberación; y que tenía un nombre: Cristo. Fue entonces cuando uno de nosotros explicó el esquema que don Giussani siempre dibujaba, explicando a Daiki lo que es el cristianismo: un acontecimiento que responde a los deseos que ha tenido siempre el hombre. El hombre no podía llegar a Él, y Él se encarnó y se hizo hombre. Pensativo, Daiki nos dijo: «Qué manera más interesante de llegar a nosotros. Reconozco que el cristianismo es la hipótesis religiosa más lógica».
Ante tal humanidad no nos podíamos quedar indiferentes, yo no podía no dar razones de lo que estaba sucediendo. Bastaba con ver lo agradecidos que estábamos todos por aquella noche, incluido Daiki. Y es que el corazón que tiene Daiki responde a los mismos deseos y a la misma correspondencia que yo he encontrado con el movimiento y a través de personas muy concretas, que me han mirado y me han querido como nunca nadie antes lo había hecho. Al volver a casa y hablarlo entre nosotros no parábamos de decirnos: ¡es Él! y de dar gracias por esa noche. Esta semana no he podido estar delante de mis amigos, compañeros de la universidad, en casa con mi familia, sin tener presente Aquello que había sucedido el domingo. Ha sido un punto en el que poder respirar, un signo de liberación. Y es que sin esto que he encontrado, sin Cristo y esta compañía, yo no puedo vivir.
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