Alex fue bautizado la pasada vigilia pascual. En noviembre le pedí que presentara su tesis del master, que yo había seguido, a mis alumnos de la Universidad Técnica de Lisboa. Alex hizo una investigación sobre el santuario de Nossa Senhora do Cabo Espichel, situado al sur de Lisboa, en un acantilado impresionante, orientado hacia el oeste y con la particularidad de tener un acceso plano, horizontal. Es por eso que al peregrinar a este santuario se tiene siempre de frente la línea del horizonte, donde cielo y mar se encuentran. Se trata por tanto de un lugar singular porque la experiencia que se hace no consiste en andar hacia lo alto, hacia Dios, como en tantos otros sagrados lugares, sino caminar hacia adelante: tomar en consideración el propio destino («¿qué será de mí?»). De hecho, allí resulta difícil escapar de la confrontación con el destino, del cual es signo el horizonte inaccesible donde el cielo se encuentra con el mar y donde se esconde el sol. Allí, la pregunta sobre el de-venir se hace acuciante.
Recuerdo un día en que Alex y yo estábamos en mi despacho. Él me hablaba de los sucesivos asentamientos que tuvo este santuario hasta establecerse definitivamente aquí. Me hablaba de la sacralidad del lugar, y en un momento dado yo le dije: «Mira, éste tiene que ser por fuerza un lugar cristiano, porque es el hecho cristiano lo que permite acoger el propio destino». De pronto me callé y pensé que había hablado demasiado. Ni siquiera sabía si él era creyente o no. Aquello podía parecer una gran pretensión por mi parte, y me sorprendió cuando después de unos instantes de silencio, Alex me preguntó qué libros podría leer para profundizar en esa idea. Así que le respondí que, en mi opinión, los libros que mejor explicaban esa cuestión eran los de Luigi Giussani, concretamente el Per-corso.
Después de un par de meses, Alex me presentó las 200 páginas de su tesis, donde citaba abundantemente a Giussani, incluso en libros que yo no le había sugerido pero que eran absolutamente pertinentes para explicar el sentido de aquella arquitectura.
Ahora, cuando Alex ha presentado su tesis ante mis alumnos, ha hablado de la identidad del santuario sustancialmente en los mismos términos, citando también a Giussani de tal modo que ha impactado a muchos. De hecho, al terminar, uno de los más despiertos le ha preguntado: «¿Pero cómo sabe usted que todo lo que dice es verdad y no una proyección suya?». Alex ha respondido: «Lo sé porque yo era ateo».
Al terminar la clase, vino a mi despacho y le pregunté qué significaba esa respuesta. Me explicó que él, siendo nieto de comunistas, hijo de comunistas, ateo, sin que esto le crease problema alguno había llegado a un punto en que necesitaba el bautismo. Según él, el problema había empezado con mis clases, hace tres años, donde yo empecé a plantear el sentido, la implicación humana de la arquitectura.
Sin embargo, fue con el trabajo sobre Cabo Espichel cuando la cuestión se aclaró. Ya había hecho un curso de introducción a la religión que le habían sugerido unos amigos suyos cuyo testimonio le había impresionado particularmente. Y ahora había tomado la decisión de pedir el bautismo.
Su novia había hecho un recorrido similar: había trabajado con él durante el primer año de investigación sobre Cabo Espichel y, después de un periodo de alejamiento de la Iglesia, había recibido la Confirmación. Le pregunté si podía acompañarlo durante su preparación al bautismo y aceptó. Le presenté a un párroco de nuestra comunidad la noche de Navidad y poco después me pidió que fuera su padrino.
Cuando Julián Carrón estuvo en Lisboa para presentar el segundo volumen del Per-corso (el 17 de febrero pasado), Alex y su novia estuvieron allí. Al terminar, él me preguntó qué más podía hacer. Le invité a la Escuela de comunidad, y desde entonces ha venido siempre. Incluso me preguntó si tenía que pagar algo: había oído que en algunas Escuelas se pagaba una inscripción. La semana pasada yo no fui y, en cuanto nos vimos, me preguntó por qué había faltado. Ahora ha ido también a los Ejercicios de la Fraternidad.
Más que la historia de un milagro, ésta es para mí la inolvidable verificación de que la realidad es positiva: cuando un ateo encuentra a Cristo en una arquitectura hasta el punto de convertirse…
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