Estas semanas estoy asistiendo en la universidad a unos seminarios obligatorios con la psicóloga de mi escuela. El último llevaba por título “Motivarse hasta el final”. Hablamos de temas que a todos nos preocupan y que, sin embargo, suelen ser temas tabú. Fue un seminario distinto.
Ya no contestábamos a la pregunta “¿quién soy yo?” (tema del primer seminario) reduciéndonos a una lista de virtudes, defectos y sentimientos, sino poniendo delante realmente lo que éramos, y esto hizo que nadie saliera indiferente. Había mucho en juego porque engloba toda la vida, desde que me levanto por la mañana, cuando voy a la universidad, la relación con tus amigos, una enfermedad, todas estas cosas, ¿solo dependen de mi esfuerzo y de tratar de mirar el vaso medio lleno? Yo seguía defendiendo que no y, llegado a un punto, la psicóloga apuntó: “Muy bien, creo que te sigo, dices que el vivir así no depende ni de uno mismo ni de la propia capacidad, pero que es posible vivir así. Entonces, según tú, ¿de qué depende?”. Contesté que no podía seguir hablando de esto sin hablar del cristianismo. Y al instante siguieron preguntas y objeciones.
Una conversación increíble: ¡todos estamos hechos igual! Con las mismas exigencias, con el mismo deseo infinito en las relaciones, en el estudio, en que cada día sea grande. Pero, ¿de qué depende todo esto? ¿Hay algo que lo cumple? ¿Hay algo que responda hasta el fondo todo este deseo que tenemos y que ha salido a la luz? Aún más, no nos hemos dado a nosotros mismos lo que nos ocurre, ni las relaciones, ni una enfermedad, ni el hecho de levantarnos cada mañana, no lo hemos creado nosotros ni lo mantenemos nosotros en el tiempo y, sin embargo, ¿decimos que depende de nuestra capacidad y motivación?
Incluso en este punto es un tema tabú hablar del cristianismo (¡y más como algo real, que tiene que ver con mi vida, y no como un conjunto de valores y principios morales!), pero yo, por lo que me ha sucedido en la vida, a través de una circunstancia muy dura y luego en el día a día, puedo empezar a contestar a estas preguntas y afirmar que, gracias a Dios, no depende de “motivarse hasta el final”.
Aída
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