La tesis, el novio con una Erasmus y una etapa incierta. Para Silvia, se trata de «cosas que hay que colocar». Pero cuando todo se resuelve, queda «esa necesidad inextirpable»...
Después de las vacaciones de estudio, he retomado el trabajo de la tesis, que cada vez se convierte más en una lucha cuerpo a cuerpo con la realidad. Al estar sola, me surgen muchas preguntas, inseguridades y fragilidad, algo que a veces me asusta un poco. Hacía mucho que no me miraba a mí misma con tanta atención. He entendido que no me soportaba ni a mí misma y me he dado cuenta de que a menudo las razones que me doy no me mueven, valen hasta un cierto punto pero luego el cansancio o la incapacidad siempre tienen la última palabra.
En la soledad de la escritura de la tesis, me parecía que no llegaría a ver ningún designio bueno para mí, ningún signo, ninguna Presencia: cada día era igual al anterior, sólo que con más cansancio. Primero empecé a buscar puntos de apoyo, pero ni siquiera la relación con mi novio y mis amigos resolvía mi tristeza, y mucho menos la tesis. Así que probé de otra forma: retomé apuntes viejos y correos electrónicos que había escrito cuando estaba más segura, retomé la Escuela de Comunidad, leí con interés la revista Huellas, pero nada. Todo seguía siendo árido y me dejaba un sabor amargo. El verdadero problema no era buscar algo que me reclamase a estar más atenta. Me di cuenta de que el punto era yo misma. Y lo sigo siendo: la situación de tensa espera (por saber cuándo me graduaré, esperar que el profesor me corrija las páginas que quedan, qué haré en el verano, cuál es mi vocación) me ha hecho totalmente dependiente de la resolución de los problemas.
De pronto, en dos semanas todo se resolvió: mi graduación será a finales de mayo, tengo tiempo para escribir la tesis con calma, mi novio ha regresado de su Erasmus y este verano iré a Washington, como deseaba. Sin embargo, todas las preguntas que han surgido en estos meses no se habían ido. Había conseguido todo lo que quería, pero había recibido estas respuestas como si Jesús fuera el genio de la lámpara. Y seguía profundamente triste.
Hace unos meses, organicé unas vacaciones de estudio con algunos amigos. Antes de irme estaba muy inquieta y preocupada por que todo saliera perfecto, a pesar de que (como luego vimos) no soy yo quien lleva el timón. En todo mi afán, en un cierto momento me di cuenta de la mirada de ternura que aquellos amigos tenían hacia mí y descubrí que mi tristeza era mirada hasta el fondo, completamente y sin escándalo: no era la última palabra sobre mi vida, sino un punto de partida para entender aquello que verdaderamente necesito.
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