Un grupo de gente de la Universidad Católica de Milán se ha puesto en marcha para llevar la exposición de Florenskij a la universidad. La semana pasada tuvimos la presentación con Lubomir Žàk sobre el título: “El conocimiento como experiencia del misterio. Diálogo con Pavel Florenskij". Para mí, ha sido un auténtico encuentro, con Žàk y con Florenskij.
Desde el principio, Žàk se mostró muy sorprendido por lo que veía. Por el solo hecho de que le hubiéramos invitado, por ver a cuarenta personas que estudian carreras diferentes y que hacen juntas esta exposición porque quieren, sin ningún motivo puramente “académico”, y sobre todo por cómo hemos estado con él. Hasta el hecho de que le hayamos acompañado a la estación le ha conmovido, ¡cuando nosotros habríamos pagado por poder estar un rato con él!
En la presentación pública, al entrar en la cripta del Aula Magna, que estaba abarrotada, se quedó bloqueado por un momento. Yo pensaba que no era capaz de avanzar porque había gente sentada en el suelo y había que dar codazos para llegar hasta la mesa. Pero en realidad se había parado para mirar a los estudiantes y profesores que se apretujaban en el aula. Me preguntó si la asistencia a aquel acto era obligatoria en alguna asignatura, estaba desorientado, no podía entender cómo todos aquellos estudiantes, de facultades distintas, profesores de la Católica y de otras universidades, la decana de la Facultad, estuvieran allí, muchos de ellos en el suelo o de pie, para escucharle a él hablar de Florenskij y del conocimiento. “Cuando lo cuente en Roma no me van a creer”.
Y en la estación nos volvió a preguntar: “¿pero qué hacéis para ser tan amigos? Sois afortunados por tener esta afinidad cultural entre vosotros”. En ese momento yo pensé, incrédula: “¿¡Amigos!?”. Cecco y Tommaso, un chico de Filosofía que se apuntó al grupo de guías, le confesaron inocentemente que en realidad ellos sólo se conocían desde hacía una semana o poco más, desde que empezaron a trabajar juntos en la exposición. Y esto nos obligó a pensar en el verdadero motivo por el que hemos hecho todo esto.
Ninguna explicación bastaba: ni la historia de que seamos amigos desde tiempos inmemoriales, ni nuestra “afinidad cultural” (los que están apasionados por Rusia no están especialmente interesados en la filosofía, y los filósofos no están precisamente enamorados del increíble mundo ruso), ni el rendimiento académico, ni el deseo de parecer unos alumnos estupendos. De hecho, la mayor parte del tiempo que hemos dedicado a organizarlo todo nos ha hecho descuidar bastante el estudio, la tesis... y ha habido muchos problemas organizativos.
Descartar todas estas opciones nos ha llevado a reconocer la educación constante que el movimiento es para nosotros. Como nos recordaba el padre Scalfi hace poco, para nosotros las dimensiones de la cultura, la caridad y la misión van unidas. Para nosotros, el conocimiento comunional del que habla Florenskij no es sólo el panel número 18 de la exposición, sino una experiencia real. Por eso decidimos compartir con toda la comunidad universitaria algo tan bello y verdadero como lo que habíamos descubierto trabajando sobre Florenskij.
Muchos de nosotros se han dado cuenta, estudiando la exposición, de que los momentos de diálogo en común, los encuentros de controntación entre nosotros, han sido determinantes. El trabajo personal no habría dado estos frutos, ha sido mucho más humano estudiar y conocer juntos. Me he dado cuenta de que el momento de la Escuela de comunidad, el hecho de que se nos propongan ciertos encuentros con personas que guían el movimiento, que don Giussani diga que la comunidad es como un sacramento, sucede porque es verdad que el conocimiento para nosotros, hombres, por cómo el Señor nos ha hecho, sólo puede ser comunional. Que yo sola, con lo pequeña que soy, no voy a ninguna parte.
Lo que yo deseo para mí ahora es aprender a conocerlo todo de este modo: a mi madre y a mi padre, a mis amigos, a los autores que estudio, la lengua... A menudo se me olvida el hecho de que yo soy relación con Dios a través de los amigos, y entonces me vuelvo “autista”, acabo en una biblioteca pegada a mis libros, encerrada en mí misma y en mis pensamientos sobre lo que debería ser la amistad, pero me concibo sola y me descubro triste; muy instruida pero con muy poco conocimiento real. Pero ahora puedo reconocer el porqué de esa tristeza mía y puedo volver a empezar a buscar los rostros que hacen presente el amor de Dios en mi vida, porque Él es carne viva desde hace dos mil años.
En la Estación Central, junto al tren, antes de salir hacia Roma, Žàk nos confesó: “Desde que me llamastéis intuí que eso no sería sólo una conferencia. Pero esta mañana en el tren he pensado que estaba loco por venir a Milán, con todo el trabajo que tengo en Roma y con mi próximo viaje a San Petersburgo. Sin embargo, ahora tengo que agradeceros que me hayáis invitado”. Yo no conseguía enteder por qué estaba tan agradecido, me parecía una exageración. Tommaso le respondió diciendo que cuatro horas antes, mientras le estaba esperando allí mismo, en la estación, le esperaba como se espera a un amigo, a pesar de que nunca antes le había visto.
En cuatro horas de estancia en Milán, Žàk ha visto lo mismo que yo, durante tres semanas, te tenido delante de mis ojos, pero que, tan pendiente como estaba de las prisas y de los problemas organizativos, no había visto: la desproporcionada obra del Señor, que hace suceder cosas grandes sirviéndose de pobre gente minúscula. Creo que éste es el verdadero motivo del continuo “gracias” de Žàk. El único al que dar las gracias es Cristo. Veremos qué hace suceder entre los paneles de la exposición.
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