Querido director:
La cola para entrar en la catedral de Turín es larga y, bajo el sol, agotadora. Es lunes 19 de abril, estoy con otros 2.500 universitarios de Comunión y Liberación, jóvenes procedentes de diferentes lugares de Lombardía y de distintas facultades. En silencio, esperamos entrar para ver esta tela que siempre ha suscitado el interés de tantos, creyentes y no creyentes.
Ni un espacio vacío en la larga fila, nadie se sale de ella, nadie habla. Silencio. Mientras todo alrededor rumorea, desde el cortacésped que está recortando el prado de la catedral a los ruidos de los coches o las voces de otros grupos, un pedacito de mundo aquella mañana está en silencio.
¿Cómo pueden estar tan unidos? ¿Por qué están así? Preguntan los que pasan por allí y se encuentran con nosotros. Se avanza muy despacio y a cada paso aumenta la espera para ver aquel signo tangible y concreto de la resurrección. Por fin llego frente a la Síndone y me quedo conmovida delante de la tela. Veo la silueta de un hombre, las huellas de sangre, los golpes de la flagelación. Me viene a la mente lo que cuentan los Evangelios: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Parece que esa misma pregunta surge del lienzo.
Juan Pablo II decía: “La Síndone es una provocación a la inteligencia. Ésta requiere especialmente la implicación de cada hombre”. Provocadora como aquel silencio que nos ha traído aquí, como los jóvenes que veo todos los días en la universidad y que están en fila, con una composición perfecta. No por una devoción ciega, sino por un desafío a mi inteligencia, que acrecienta mi fe y mi certeza de que Cristo es verdaderamente lo que basta para la vida.
Francesca, Milano
(Avvenire, 24 de abril de 2010)
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