Del 3 al 7 de febrero se han celebrado en el Valle del Mantaro las vacaciones del CLU del Perú. Visitamos, entre otras iniciativas, el Convento de Ocopa, punto de partida de los misioneros franciscanos que iban a la selva amazónica, que cuentan con una biblioteca de 22.000 volúmenes, en medios de los Andes, a 3500 metros. Además de tantos testimonios de pasión por Cristo y por el hombre pudimos vivir la memoria de 80 mártires que, desde el siglo XVII hasta el siglo XX, dieron su vida por este Amor incondicional. Después de esta visita, una chica comentó: «Si ellos han dado todo por Cristo, lo podemos hacer nosotros ahora». Publicamos la carta que chica una chica escribió después de estos días.
«Hace unos días que hemos regresado de las vacaciones a Huancayo y recién hoy creo que puedo dar un juicio de lo que he vivido. En estos días he escuchado a mis amigos testimoniar lo que Cristo ha hecho en sus vidas, durante las vacaciones y después de regresar de ellas. Sin embargo, como leí en los últimos Ejercicios del CLU, mi hipocresía ha sido mayor, ya que he dicho que “no” varias veces ante lo que sucedía, sin reconocer al Autor de lo que estaba ante mis ojos. Tenía miedo a seguir caminando, a pasar de nuevo por cosas dolorosas, como ya las he pasado. En mi vida me he cuestionado mucho las cosas que me pasaban y, por no entenderlas, me he quedado bloqueada y no he querido avanzar más por temor a sufrir. Por ejemplo, ahora tenía que dejar a los chicos de la CLU porque ya acabé la carrera, y me dolía. No entendía porqué tenía que dejar a esa compañía de universitarios que tanto me ayuda. Pero en estas vacaciones he podido entender que Cristo me ha preferido a mí, personalmente. En mi vida pasada jamás me lo hubiera imaginado, porque yo fui rescatada de la nada y hace un año me hice cristiana. Cuando me bauticé le dije que “sí” al Señor, pero mi vida seguía llena de incertidumbre y de olvido. Gracias a estos días me he dado cuenta de que si uno mira su humanidad, siente compasión de su yo y se deja de nuevo abrazar por el Señor. Todo vuelve a renacer como la primera vez que lo encontré. Ahora puedo decir que la cáscara que tenía mi corazón, aquella que no le dejaba mirar, se ha terminado de romper y puedo ver más claro las cosas, y entender que si Dios permite que sucedan ciertas cosas, por más tristes que sean, es para alcanzar nuestra felicidad. Lo único que deseo es seguirle, porque mi corazón ya no se conforma con menos sino quiere cada vez más su Presencia».
Rocío
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