Pronto será mi cumpleaños y me planteaba dos posibilidades: un año más, hacer la fiesta y continuar hacia adelante, o pararme y hacer cuentas con lo que me ha sucedido en estos cincos años, después del encuentro con CL.
Echando la vista atrás, observo cómo mi vida ha cambiado a partir del encuentro con uno que ha sabido ser cura, amigo, padre y profesor. Por aquel entonces, mis estructuras de la vida estaban hechas, todo calculado y bajo control. Pero este hombre llegó de repente hablando del sentido de la tristeza, hablando de un Hombre que entregó la vida por nosotros, y todo cambió.
Hace tiempo, y después de unos largos y difíciles meses de clase de religión, el profesor me invitó a un campamento en Navidad. Mi sorpresa fue cuando llegué al campamento, algunos chicos se acercaban a mí y decían: ¿Píter? ¿El famoso Píter del que nos habla el cura en la Escuela de comunidad? Allí había voluntarios trabajando gratis, se percibía una belleza en los cantos... Perplejo ante aquello, no cesaban en mí las preguntas: ¿personas trabajando gratis, y alegres? No lograba comprender lo que allí pasaba, y para rematar el día, el Señor me regalaba un cielo estrellado. Aunque no comprendía todo lo que estaba sucediendo allí, ese día, poco antes de dormir, no podía menos que dar gracias por lo que estaba viviendo. A partir de entonces, aconteció algo grande. Me sorprendió llegar del campamento y abrazar a mis abuelos, estando disponible para todo, con una energía que nunca había tenido.
Recuerdo que la tarde de un viernes me llamó uno de los responsables invitándome a la Escuela de comunidad. Como no tenía nada que hacer la semana siguiente, fui a la Escuela. A partir de ahí sucedió lo mejor: toda mi búsqueda de un afecto grande, un afecto que cumpliera el deseo de mi insaciable corazón había encontrado un camino. Cristo había tocado mi vida. A partir de este momento, todo cambió, me embarqué en el camino de la vida y, acompañado, he ido verificando mi fe tanto en lo bueno como en lo malo. Incluso hubo un momento en el que me alejé un poco de esta historia que tocó mi vida, pero al tiempo volví, porque no podía vivir sin esto.
Lo mejor sucedió cuando tiempo después, hablando con mi párroco, me decía: «Espero que hagas la primera Comunión y la Confirmación antes de morirme», y yo le decía que sí, que ya veríamos, pues no lo tenía muy claro. Entonces, como el Señor siempre que quiere algo busca la manera más bella para tocar a la puerta y preguntar si puede entrar, me regaló un ángel, una chica llegó a mi vida y todo cambió. En febrero planteé al párroco hacer la primera Comunión y posteriormente la Confirmación. Aquel viernes de Pascua todo estaba preparado, pero yo estaba un poco triste y lo hablaba con el responsable de la Escuela. Le decía: «Estoy triste, en este momento tan importante de mi vida, porque mis padres biológicos no estarán aquí, y ni siquiera sabrán que esto sucederá hoy». Posteriormente llegué a la iglesia, y efectivamente no estaban mis padres biológicos, pero mi sorpresa fue que estaban mis abuelos, que me han acompañado en todo este camino, mis amigos de la Escuela, algunas familias de trabajadores que me han tenido como un hijo, amigos universitarios, algunas Memores... En aquel momento todo se me hizo más claro: no he tenido a mis padres, pero tengo a esta compañía que me cuida y me ayuda. Una compañía que es signo de “la” compañía que no falla.
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