¿Quién es Jesús? Es la pregunta que planteo en la clase. «¿A qué responde esta presencia que ha entrado en el mundo? A nuestra propia y más profunda humanidad. A ese anhelo profundo que no desaparece ni siquiera cuando estamos distraídos».
Nicolás está en mi clase desde el curso pasado casi por casualidad, por no separarse del resto del grupo de sus compañeros. Este curso sin embargo viene por decisión personal acompañado ahora de la chica con la que está saliendo. Levanta la mano para intervenir: «Para mí la relación con mi novia es la mayor alegría y al mismo tiempo mi mayor condena, porque es verdad que ella despierta todo mi deseo de felicidad pero no puede cumplirlo, me queda siempre la insatisfacción a la que estoy condenado». «El deseo inmenso que ella despierta en ti, ¿es absurdo?», le pregunto. Rápidamente responde tajantemente: «Profe, yo pienso que el hombre es como los demás animales, nace, crece, se reproduce y muere. No hay nada más». «Nicolás, ¿me puedes responder a una pregunta? Tú eres un chico sano, no padeces ningún tipo de patología por la que te sientas atraído a sufrir una clase donde durante todo un año te están diciendo todo lo contrario de lo que tú supuestamente piensas. ¿Por qué vienes a esta clase?». Nicolás es inteligente y maduro, pero se ve un poco pillado y titubea: «Porque me interesa lo que usted dice. ¡Usted no habla de religión!». «¿Has estado en alguna de mis clases donde yo directa o indirectamente no ponga encima de la mesa el Misterio, no me has oído mencionar o citar a Jesucristo una y otra vez? ¿Doy clases de psicología o de humanismo?». Nicolás permanece callado, su novia también. «¿No será que experimentas una correspondencia entre lo que se enseña en esta clase y lo que espera tu corazón? Es la prueba más grande de que esperas a alguien que responda; por eso no has dejado de venir a esta clase, incluso arrastrando a tu novia». Ella sonríe. Él contesta: «Es verdad».
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