Miriam es una alumna de que viene repitiendo cursos y teniendo problemas desde hace años. Se ha enfrentado a casi todos los profesores y alumnos; su porte y su vocabulario es agresivo. Acumula decenas de partes y expulsiones, parece un caso perdido.
«¿Por qué te han echado hoy de clase?», le pregunto. «Lo de siempre, ya hay un prejuicio tan grande sobre mí que en cuanto pasa algo, salgo yo despedida». «Y ese prejuicio ¿a qué se debe?, ¿por qué tienes siempre problemas?». «En mi casa y en el instituto dicen que soy una antisocial, que agredo a la gente. Pero yo lo único que hago es mantener a la gente a distancia, porque cuando se acercan siempre hay problemas». «Miriam, quizás digas eso porque estás profundamente herida y no te sientes amada». Ella salta: «¿Cómo lo sabe usted si no me conoce? ¿Es adivino o algo así? Las personas siempre causan problemas, mi madre me abandonó cuando tenía ocho años. En el colegio todos los niños tenían que hacer un trabajo de manualidades para el día de la madre. ¡Yo tenía que hacerlo para mi hermana!». «Miriam, estás herida, pero Dios ha puesto en ti una exigencia infinita de ser amada. Y tú ya eres amada». «¿Yo, amada? ¿Por quién? Mis hermanos mayores también se fueron y me dejaron». «Eres amada porque existes, hay Uno que te hace, que te quiere, que te ama instante a instante». «Vale, pero yo abandoné la fe, y mi comportamiento ha sido de todo menos bonito, ¿cómo va a seguir amándome?». Miriam ya no me mira a la cara desafiante. «Porque su amor es incondicional, por eso existes y vives».
Al día siguiente Miriam me busca. Me dice directamente: «Quiero hacer eso de que se perdonan los pecados, no sé como se llama». Al terminar añade: «¿Y cómo se hace esa experiencia que dice usted de sentirse amada por Él?». Le digo «tú sígueme y vive como yo vivo, y pregúntame cuando no entiendas. De hecho ya has empezado a hacerlo porque tienes otra cara, eres más tú».
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