Ariel es alumno mío desde hace años y ya está en bachillerato. Ha seguido todo este tiempo las clases haciendo preguntas, con interés, pero también con un poco de distancia como el que no se acaba de fiar del todo.
Es domingo por la noche y llaman a la puerta de mi casa. Es Ariel. Tras pedir las disculpas necesarias me dice si podemos hablar un momento. Le hago pasar y se sienta en un sillón. Le da vueltas a las palabras hasta que empieza a desgranar su historia en el último año desde que se enamoró de una chica que no le quiere. «Tú siempre hablas de nuestra propia humanidad, de cómo se despierta lo humano en nosotros – dice Ariel¬ –, pero para mí esta humanidad significa dolor». «Me parece que lo que tú quieres decir – respondo yo – es lo que el Papa ha escrito en el mensaje al Meeting: “¿No le es tal vez estructuralmente imposible al hombre vivir a la altura de su propia naturaleza? Y, ¿no es tal vez una condena este anhelo hacia el infinito que él mismo advierte sin poderlo satisfacer nunca totalmente? Este interrogante nos lleva directamente al corazón del cristianismo”. ¿No es esto lo que tú estás experimentando?».
Martes por la noche, una llamada de teléfono. Es la voz de Ariel: «Estoy estudiando en una biblioteca pública y no puedo quitarme de la cabeza la conversación del domingo, pero hay una dificultad y es que Jesucristo ha vivido hace muchos siglos para que pueda ser una respuesta para mí». «Ariel, ¿y si fuera contemporáneo? ¿Y si hubiese roto el límite del tiempo y del espacio y estuviera presente hoy?». «¿Cómo podría ser eso?», me pregunta. «La cuestión es si esto ya te está sucediendo a ti, desde el momento en que tu humanidad, además de experimentarla como desproporción y dolor, también detecta un lugar, una relación donde comienza a ser respondida».
Viernes por la noche, un mensaje en el teléfono: «Acabo de aprender que tu sed de alma humana no es de una belleza terrestre. ¿Qué es la belleza más que la verdad? Ariel». Respondo con otro mensaje: «La belleza de… es signo de la Belleza. Veritatis splendor».
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