Me estremecía pensar que realmente es posible una relación con Aquel que todo lo puede y de modo tan familiar. Oía testimonios, pero parecían tener una “chispa mística” de la que yo carecía.
El camino que llevo haciendo se intensifica cada vez más y se vuelve a su vez más desconocido. La necesidad de una relación real, cercana y personal empecé a entreverla al llegar a la universidad. Con todo más a flor de piel que nunca (y eso es decir mucho) el modo en que el Padre Aldo, Don Giuss e incluso amigos cercanos hablaban del Misterio me conmovió hasta percibir un deseo de tener algo igual o al menos, parecido. Quería oírLe, hablarLe a Él y reconocer que verdaderamente Dios no tenía otra cosa más importante en ese momento que escucharme a mí. Que no Le hablaba al suelo, que no se quedaba en una conversación con alguien sino que Él estaba realmente presente.
Me puso circunstancias delante que me llevaron a dejar en sus manos la mayoría de las cosas que “hacía” (algo impensable en una mente como la mía) y verme satisfecha en esa dependencia me hizo apostar: es posible. Después de unas Navidades un poco dolorosas, me vi atravesada por completo, mendigando día y noche en cada cosa que sucedía. CuestionándoLe, pidiéndoLe más signos, suplicándoLe la apertura necesaria para mirar y dejarme cuidar aun cuando estaba envuelta de incomprensión.
Fueron días que, en ese momento, hubiese querido eliminar. Ahora los recuerdo con envidia. Nunca como en esas fechas de Adviento y Navidad era tan consciente de la dependencia de que si no fuera por Otro yo no estaría de ese modo, si no fuera porque Otro intentaba llamarme, intentaba conquistarme hasta la médula, yo no sería capaz de mantenerme en la espera. Si no fuera por Otro y el hecho de que yo haya entrado en relación total con Él, no tendría la sencillez necesaria para ver cómo se me sigue abrazando, se me sigue preguntando e indicándome a mirar no allí donde falta, disgusta o da pavor sino lo que hay, lo que se nos da más allá de los gustos y la valentía.
Al pensar en esos días, no lo vivo como un mero recuerdo, sino que los tengo presentes teniendo en cuenta que ese deseo sigue vivo y esa relación es posible. Otra vez, toca dejarse cuidar, volver a caer en la cuenta de cuánto Le necesito, de cuánto necesito lo que me pone delante para seguir mirando cada cosa por lo que es, cada circunstancia con todas las implicaciones que conlleva, cada persona con todo lo que acarrea e incluso para mirarme a mí misma y mi deseo, a mí misma y mi necesidad, a mí misma y la maravilla que es –aunque a veces no lo conciba así– que las cosas me desborden continuamente. ¿Por qué? ¿No es acaso una jugarreta el no poder controlar, el que de repente todo salte por los aires? No. Hiriendo al orgullo, no. Porque es ahí donde Él entra con pasos de gigante y se sienta conmigo, y me habla de Tú a tú.
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