Cristina escribe al volver de las vacaciones de los Bachilleres de Comunión y Liberación en España, celebradas del 9 al 16 de julio en Picos de Europa
Lo que más me ha llamado la atención de estos días es que me he sentido querida. Sinceramente, no es algo que yo eche en falta ya que mi familia, mi novio y mis amigos me demuestran cada día que me quieren, pero esta vez me ha sorprendido porque ese cariño venía de gente que no conocía mucho y de gente a la que probablemente antes de estos días sólo les había dicho “hola” y poco más. ¿Por qué Ana Boccanera me ayudó tanto con la mochila o a secar el saco? ¿Por qué María Ávila me preguntaba “qué tal” o se interesaba en saber si había conseguido secarme el pelo en medio de esa burbuja de frío que había allí? ¿Por qué Edu me saluda, o me invita cuando nos despedimos a pintar el cuadro? Y mucho más... Me paro a pensarlo y no me entra en la cabeza, no puedo entender que alguien sin conocerme se preocupe tanto por mí (y por todos los demás). Edu en su testimonio dijo que la vida es injusta, que tenemos mucho más de lo que merecemos y que por eso él da sin pedir a los demás todo lo que le deberían dar. Y Edu se ha encontrado con Jesús a través de personas, ¿y si a todos los demás también les ha pasado lo mismo?, ¿y si los de mantenimiento y los pinches fueron a Picos por la misma razón? Estoy segura de que sí, algunos lo han testimoniado, a otros se les veía en la cara.
Mi deseo de ir a Picos sin ningún esquema y abierta a todo lo que pudiera ocurrir me ha ayudado a que ni la lluvia, ni el frío me apartaran de lo que yo buscaba allí: aprender, disfrutar, estar cómoda y continuar creciendo acompañada de mis amigos, tanto de mi edad como adultos. Me acordé mucho de lo que Pablo de Haro me dijo en los ejercicios de 2010: “aprovecha estos días, intenta buscar a Cristo en los sitios donde menos te lo esperas y en el momento de las charlas y la asamblea no estés tomando notas como el empollón todo el rato, estate como el que no sabe nada, como el que quiere aprender y el que se deja sorprender por cualquier cosa”.
Ahora me paro a pensar y veo que todo lo que he aprendido ha sido gracias a que ha habido personas que continuamente me han ido poniendo delante las cosas que realmente merecían la pena. Había unos amigos que una vez al día rezaban el rosario y todos los días me decían la hora a la que nos íbamos a juntar, había veces que iba, otras que no podía y otras que se me olvidaba, pero a pesar de eso cada día volvían a recordarme la hora a la que iban a quedar.
La marcha fue otra oportunidad para disfrutar y, de nuevo, para aprender: hacía calor y me empecé a marear, pero yo (que soy demasiado orgullosa) no quería decir nada para que no me mandaran delante, siempre había ido bien yendo al final. Pero hubo un momento en el que me empecé a encontrar peor y al final lo tuve que decir, y enfadada me fui adelante. Es un ejemplo muy simple quizás, pero aunque en el momento no reconocía que lo que Pablo me decía era verdad, después me paré a pensarlo y tenía razón: “¿Ves? Esto es como la vida, hay veces que tienes que dejarte ayudar porque sola no puedes. Hay momentos en los que puedes ir cantando y de risas al final, pero otras tienes que ponerte delante porque te cuesta más”. ¡Qué razón tenía! Además, fue al principio de la fila donde tuve probablemente la conversación más interesante de todo el campamento: yo, qué quiero, qué busco, cómo me planteo la relación con mi novio, etc. Ese momento acabó siendo un regalazo.
Otro momento importante para mí fue cuando llegamos arriba del todo, se veía un mar de nubes increíble, estuvimos tres minutos en silencio observando la belleza de aquel lugar. Era imposible negar que Dios estuviera en medio de todo aquello. Si allí había tanta paz, cosas tan bonitas, “¿cómo será estar en el cielo?”, me dijo una amiga. Pero lo que más me impactó fue cuando César dijo: “¡Señores, Dios nos quiere a cada uno de nosotros más que todo esto!”. ¿Cómo es posible?
Y es que cuando llegaba la noche tenía ganas de llorar. Era como si mi corazón no fuera capaz de aguantar tanta alegría y grandeza juntas, y esta fuera su forma de gritar, de avisarme de que esto era diferente y de que quería aún más. Cuántas gracias tengo que dar por la relación con mis amigos, todos queríamos disfrutar y abrirnos a más gente, y muchas veces decíamos que casi no nos habíamos visto en todo el día, y una amiga me decía: “¿Qué más da, Cris? Esto no se rompe por no estar todo el día juntas porque está unido por Algo grande”. Cuántas gracias tengo que dar por la relación con mi novio, porque aunque no hayan sido los días en los que mejor hemos estado, también “estamos unidos por Algo grande”. En mi cabeza sólo se quedan momentos como la Misa, cuando me decía: “¡¡atiende, Cris!!”, porque me veía despistada y no quería que me perdiera un momento así. Cuántas gracias tengo que dar por todo; por cada uno de estos días y por los que vienen después; por cada persona con la que he podido hablar, jugar dándolo todo, comer, andar, fregar, etc.; por los testimonios en la carpa o por lo que la gente testimoniaba, quizás involuntariamente, en los gestos que hacía; por mis amigos y los mayores que se toman en serio nuestras inquietudes. “Y ahora no nos queda más por hacer que seguir su camino y comenzar a trabajar” (L’iniziativa, Claudio Chieffo).
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