«Por esa razón os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él». No puede decirse que san Francisco no tuviera las ideas claras. En 1217, dos años antes de su famoso encuentro con el sultán Malik al Kamil en Damietta, el pobrecillo de Asís convocaba el Capítulo de las Esteras. Justo en esa ocasión, y por primera vez, la orden fundada por él se abre a la dimensión misionera. Francisco envió aquel año a sus hermanos por todo el mundo, incluida las provincias de Ultramar o Siria, hoy más conocida como Tierra Santa, lugar de la Encarnación, que el santo amaba hasta el punto de retar al nieto del Saladino poniendo allí sus pies. No sabemos qué se dijeron esos dos grandes personajes en aquel encuentro del que la historia solo nos ha dejado algunas fuentes, pero es indudable la continua presencia ininterrumpida de los franciscanos que ya nunca se fueron, siendo la única orden religiosa que ha permanecido en la zona sin interrupción.
Este año los discípulos de san Francisco festejan un cumpleaños que pocos pueden decir haber celebrado: ochocientos años de presencia. Ocho siglos en esas tierras tan importantes y golpeadas durante siglos de guerra y violencia: Israel y Palestina, pero también Líbano, Jordania, Rodas, Chipre, Egipto, además de la pobre Siria, segunda cuna de la cristiandad y donde por primera vez los discípulos de Jesús empezaron a llamarse cristianos. Todos estos países son en realidad "Tierra Santa" porque quedaron santificados al paso de Cristo y san Pablo, apóstol de los gentiles. Es una historia herida que se prolonga a lo largo de los siglos, pero donde también tienen lugar ejemplos extraordinarios de diálogo y encuentro. Por ahí empezará precisamente una exposición del Meeting de Rímini, donde un video procedente del Terra Sancta Museum
Pero la obra de los hermanos es actualmente mucho más. No podemos olvidar las emergencias humanitarias, especialmente su «presencia en Siria», señala Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, «que ha pagado su contribución con la sangre de muchos de sus hijos, muertos como mártires». Ya son casi 300 los discípulos de san Francisco en oriente Medio. Les guía, desde hace poco más de un año, el hermano Patton, que estará en Rímini inaugurando la exposición "La tierra preferida de Dios"
Pero el programa del Meeting reserva otras sorpresas relacionadas con Oriente Próximo. A pocos metros de la sede de la Custodia, de camino a la antigua puerta de Jaffa, nos encontramos con monseñor Pierbattista Pizzaballa. Hasta hace un año era el responsable de los franciscanos en Tierra Santa, cuando el Papa le pidió ocupar la responsabilidad de guiar el Patriarcado Latino de Jerusalén. Hoy desempeña la complicada tarea de Administrador Apostólico. Será un placer volver a verlo en Rímini para presentar el lema de este año dos días después de la conferencia de Patton. Hablamos con él sobre la cita de Goethe que da título al evento. «Como Iglesia de Jerusalén, debemos repensar nuestro futuro», confiesa sin ningún problema, «pero nuestro futuro también está formado por nuestras raíces y nuestro pasado».
Tal vez no haya un lugar más privilegiado como la Ciudad Santa para volver a los orígenes, y por ese motivo «no solo podemos preguntarnos cómo restaurar técnicamente el Santo Sepulcro, sino que debemos entender sobre todo qué significan la muerte y resurrección de Cristo para nosotros». De otro modo, ¿qué podría hacer «una Iglesia pequeña e impotente» como la de Tierra Santa ante los desafíos que Oriente Medio nos pone delante cada día? Pizzaballa no es de los que les guste dar rodeos a la cuestión. «La herencia que hemos recibido es Cristo. Debemos partir de ahí. Si no todas las estrategias que creemos fracasarán». De modo que no ha cambiado tanto desde aquel 1217. La herencia de Francisco aún sigue viva.
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