Plaza del Santo Oficio en Roma, 6.45h del 2 de junio. La voz de Giovanni irrumpe con fuerza: «Chicos, juntaos, tomad vuestros instrumentos, entramos dentro de poco y empezamos a ensayar». Treinta jóvenes músicos de entre once y catorce años se agrupan en torno al director de la Mauro Moruzzi Juniorband. Vienen desde Cremona, han viajado durante la noche en autobús. Y estos ensayos no son para un concierto “normal”. En el aula Pablo VI acompañarán los cantos de los más de cinco mil Cavalieri (nombre con el que se conoce a los grupos de jóvenes de enseñanza media) que, como ellos, vienen desde toda Italia y de otros países para participar en la audiencia con el Papa Francisco. Ellos no son los únicos que han viajado durante la noche, y tampoco son los únicos que están allí tan temprano.
A las ocho se abren las puertas. Vera, con su camiseta verde fluorescente, agita en alto las manos para indicar a los jóvenes que muestren la pulsera de goma que dice “Cavalieri 2017”: es la tarjeta de acceso para los controles policiales. Ese será el único momento en que estos chavales se muevan con lentitud.
Luego empieza la carrera hacia el aula. Parada en el patio para recoger las bufandas amarillas y blancas donde puede leerse “I Cavalieri incontrano il Papa”. Algunos se la atan en la cabeza y luego siguen corriendo.
En el escenario la orquesta afina los instrumentos. A la banda de Cremona se han unido chavales de otras ciudades. En total son cincuenta, incluidos los cuatro colegas de Giovanni, que han ido hasta allí movidos por la curiosidad de ver qué eran esos Cavalieri de los que tanto hablan sus alumnos. Es la primera vez que tocarán todos juntos. Marcello Brambilla, el responsable de los Cavalieri, se acerca a ellos: «Chavales, vosotros hoy seréis un signo para todos si sois conscientes de que Jesús está con vosotros. Lo digo para vosotros y también para mí. Podemos tener la tentación de sentirnos mejores por estar aquí arriba, pero en realidad estáis haciendo un servicio a todos los demás. Estad unidos y seguid las indicaciones. Si os equivocáis, lo haréis delante de Jesús, que estará sonriendo, os lo aseguro, así que no hay problema». «Esto es otra cosa», suspira aliviado un chaval.
A las 9.30h el padre Marcello sube al escenario y dice desde el micrófono: «Rezamos el Angelus. Este es el primer momento en que Jesús se hizo presente en la historia. Exactamente igual que ahora». Cinco mil chavales que hasta ese momento no han dejado de reír, hablar y empujarse, callan inmediatamente. No hace falta reclamar silencio. «Ahora, sigamos dándonos cuenta de la presencia de Jesús con los laudes. Tomad el libreto, vamos a aprender el tono recto, que significa seguir una sola nota todos juntos. Sincronicemos la voz y el corazón». El primer intento fracasa, quizás la explicación no ha sido muy clara, o quizás la mayoría no haya rezado nunca los laudes, y mucho menos en tono recto. Vuelta a empezar. «Dejaos tocar por alguno de los versos del salmo y os acompañará durante toda la jornada. Será el regalo de Jesús a cada uno de vosotros». La oración llena el aula.
A partir de ahí todo el tiempo es para preparar el encuentro con el Papa. Ensayan las canciones y por la pantalla fluyen las imágenes de la vida de los Cavalieri, donde los chicos cuentan lo que hacen y cómo han conocido esta compañía tan fascinante. Cuando aparece Mustafa silabeando: «ya no estoy solo», estalla la ovación de los cinco mil. Ante de volver a poner el video, Marcello explica: «Podéis superponer vuestro rostro a los que veis, porque a vosotros os ha sucedido lo mismo. Os habéis encontrado con alguien y luego la vida se ha vuelto hermosa».
Suben al escenario Frank y Uwa, nigerianos. Leen su historia. El asesinato de sus padres, la travesía por el mar, el miedo a morir, el desembarco en Sicilia y al final en encuentro con los Cavalieri gracias a una profesora. «Estos amigos son nuestra familia. Dios nos ha salvado con ellos y ya no tengo miedo». La vida se ha vuelto hermosa también para ellos. Los chicos escuchan en silencio y luego aplauden con fuerza.
Mientras terminan de ensayar la canción Quando uno ha il cuore buono, todos se giran de pronto hacia el pasillo central. Se ha corrido la voz de que el Papa está llegando. Falsa alarma. Marcello les dice: «Mirad que con Jesús sucede igual. Uno espera y basta un pequeño signo para moverse. Pero aún no es el momento. Volved a vuestros sitios para ver el final del video».
Aún hay tiempo para otros cantos. Van llamando a los diversos grupos de Cavalieri, que se van poniendo de pie para cantar When the saints go marchin' in. Los últimos son los que vienen de fuera, de España, Portugal, Francia y Suiza. Ya son las 11.30h. «Ahora cantemos Ojos de cielo. Buscad siempre ojos así, que estén llenos de Él».
A las 11.50h se oye un rugido. Esta vez no es falsa alarma. El Papa Francisco ha llegado. Bufandas al vuelo, los que están más lejos se ponen de pie en las sillas. A lo largo del pasillo las manos se estiran para tocarlo, para rozarlo al menos. Parece que estamos reviviendo la escena del Evangelio donde la multitud de gente quería al menos tocar la túnica de Jesús.
Las voces se acallan cuando Marcello saluda al Papa: «Santo Padre, estamos contentísimos por poder encontrarnos con usted, mirarle, escucharle. Le presento a chicos de enseñanzas medias, junto a los adultos que les acompañan en un camino cuyo único objetivo es reconocer que la vida es bella porque Jesús nos quiere. Estamos aquí porque su persona nos muestra continuamente la alegría que experimenta quien sigue a Cristo. Nosotros queremos seguirlo y estamos ansiosos de ver cómo responde a las preguntas que tres jóvenes le van a plantear».
La primera que se acerca al micrófono es Marta, de tercero. El año que viene da el salto a la enseñanza superior. «¿Por qué tiene que cambiar todo? ¿Por qué me da tanto miedo crecer?». La vida es un continuo hola y adiós», comienza diciendo el Papa. «Lo que tú dices es un desafío, el desafío de la vida». Francisco comienza un diálogo con Marta a propósito del miedo. «Debemos aprender a mirar la vida mirando horizontes, siempre hacia delante. Esta es la decisión que debes tomar». El miedo abre paso al desafío.
Julia quiere saber «¿qué podemos hacer los jóvenes para cambiar el mundo que nos rodea?». Francisco invita a responder a todos y pone el ejemplo de un amigo que les puede caer antipático. Abre y cierra la palma de la mano para decirles cómo se puede estar delante de la realidad: abiertos o cerrados. Los chicos le imitan alzando los brazos y abriendo sus manos. «El mundo se cambia abriendo el corazón, escuchando a los demás, acogiendo al otro. Cambiar el mundo con las pequeñas cosas de todos los días. ¿Qué nos ha enseñado Jesús? A rezar por todos». Entonces les hace una propuesta: «En grupo, durante una media hora, hablad de esto. Si me hacen esto, ¿qué debo hacer yo?».
La última pregunta es la más dramática, llega directa al corazón de cada uno de los presentes, grandes y pequeños. Tanio, búlgaro, después de cinco años en un orfanato fue adoptado por una familia italiana. Al año siguiente su madre murió y más tarde, también los abuelos. «Los Cavalieri son un regalo porque siempre están conmigo, ¿pero cómo puedes creer que el Señor te ama cuando hace que te falten personas que tú no querrías perder nunca?».
El Papa tampoco puede explicar el sufrimiento. «Solo puedo mirar al crucificado. Si Dios ha permitido que su Hijo sufriera así por nosotros, algo debe haber ahí que tenga sentido». Detrás del sufrimiento siempre está el amor de Dios. «Solo te harán sentir el amor de Dios aquellos que te sostengan, que te acompañen y te ayuden a crecer». Uno puede dirigirse a la Virgen, confiándole todo su dolor. «Ella entiende, como una madre».
Todos en pie rezan la oración de consagración. Después de la bendición, el Papa se dirige directamente a los chicos. Les pregunta cómo debe ser un corazón generoso para seguir adelante. Quiere que le respondan con un gesto, el que les acaba de enseñar. Cinco mil palmas abiertas de par en par se alzan hacia lo alto. Pero no ha terminado. Francisco les pregunta si todo lo que sucede en la vida se puede explicar con palabras. El coro de «no» no le parece lo suficientemente fuerte y repite la pregunta. Esta vez la sala Pablo VI retumba.
Antes de bajar la escalinata, se acerca a los chicos de la banda, que le regalan una camiseta. «Me gustaría volver a oíros», dice. Corren hacia sus instrumentos y tocan I cieli. Mientras se va, Francisco levanta el pulgar. Luego va a abrazar a los Cavalieri de la primera fila, que sufren alguna discapacidad. A su alrededor no dejan de estirarse los brazos para tocarlo. Luego llega el turno de los tres chavales que han preguntado. A cada uno, una frase. A Marta: «Acuérdate de crecer»; a Julia: «Se puede cambiar el mundo»; a Tanio: «No te enfades con Jesús», para luego bendecirle en la frente.
Después saluda al padre Marcello, a Julián Carrón (presidente de la Fraternidad de CL), a Gloria, Lucio y Franca, los primeros que dieron vida a esta aventura junto a don Giorgio Pontiggia. Y luego los chavales. Los dos nigerianos y otros 54 Cavalieri en representación de los otros cinco mil. A cada uno un abrazo, un beso, una mirada, incluso un selfie para inmortalizar el momento. Casi todos le entregan algún papel que lleva dentro sus inquietudes, sus peticiones, sus preguntas… su vida.
A la una se cierran las puertas del aula Pablo VI. Los chicos ya están comiendo. Por la tarde muchos grupos inician el viaje de regreso, otros se quedan un día más. En el tren, uno de los chavales comenta: «Hoy en el escenario había tres personas: Marcello, el Papa y Jesús». El cristianismo es algo sencillo, una compañía de amigos.
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