«No podemos dejarnos guiar por el deseo de erigirnos en jueces de la historia, sino únicamente por el de comprender mejor los acontecimientos y llegar a ser portadores de la verdad». Juan Pablo II escribía estas palabras en 1983 al entonces presidente del Secretariado por la Unidad de los Cristianos, el cardenal Johannes Willebrands. Palabras que el Papa Francisco repitió en su homilía durante la oración común en la catedral luterana de Lund el pasado 31 de octubre. Este fue el punto de partida del diálogo que el 10 de noviembre tuvo lugar en el Centro Cultural de Milán entre el pastor Werner Neuer, teólogo evangélico amigo de Benedicto XVI (el único miembro no católico de la Schulerkreis), y monseñor Franco Buzzi, prefecto de la Biblioteca ambrosiana y estudioso del pensamiento de Martín Lutero.
Un enfoque de la historia y del presente que resulta nuevo y antiguo a la vez. Nuevo si tenemos en cuenta los 500 años de contraposición que siguieron al cisma luterano. Antiguo si miramos los 50 años de trabajo en común que siguió a las posiciones maduradas por el Concilio Vaticano II. Una posición vertiginosa, puesto que no cierra los ojos ante las diferencias, a veces muy grandes, sino que prefiere mirar «más lo que nos une que lo que nos divide».
El pastor Neuer comenzó planteando una pregunta que estaría en la base de toda la discusión entre católicos y protestantes: «¿Cómo es posible que Lutero, que tenía como objetivo la renovación de la Iglesia mediante un retorno al Evangelio, acabara produciendo un cisma?». Sobre las intenciones del monje alemán ya hay acuerdo entre gran parte de los expertos católicos y luteranos, según Neuer, pero dentro de la Iglesia las fuerzas disgregadoras ya estaban presentes desde los primeros siglos y continuaron hasta el cisma de Oriente. «Lutero quería una Iglesia santa, católica y apostólica, como se reiteró también en Lund. Por tanto, para entender lo que pasó hay que distinguir entre su deseo de renovación teológica y la Reforma entendida como proceso histórico, que implicó a una multitud de actores: los reformadores, los contrarreformadores y los príncipes».
Si conseguimos distinguir el plano de las invenciones teológicas del de las dinámicas históricas (a menudo también políticas), tendremos la posibilidad de identificar con más serenidad las responsabilidades de ambos. «Estos días he buscado en internet imágenes de la oración común en Lund, que dio comienzo con un momento en que las partes pidieron perdón por las culpas del pasado y del presente, y me he conmovido hasta las lágrimas. Fue un momento elevadísimo, que tuvo su culmen con el abrazo entre el Papa y el obispo Younan, presidente de la Federación mundial luterana».
Sin embargo, según Neuer, este gesto tan importante no debe dejar en segundo plano otro elemento decisivo: «Católicos y protestantes agradecieron juntos el don que ha supuesto la Reforma para la Iglesia. El cardenal Kurt Koch escribió que esto permitió un redescubrimiento del Evangelio. Hace solo veinte años una declaración de este tipo por parte de un miembro de la jerarquía católica habría sido impensable». ¿Pero gracias por qué? Por el acceso a las Sagradas Escrituras mediante su traducción a la lengua corriente, el desarrollo de los libros de cantos y el impulso que esto supuso para la tradición coral, que permitió llegar a obras maestras como las de Händel o Bach, por ejemplo. Pero no solo eso. Para el pastor protestante, la Reforma, desde el punto de vista católico, dio lugar al Concilio de Trento y la corrección de errores gracias a un gran compromiso por parte de la teología católica. Paradójico, pero cierto.
Por su parte, monseñor Buzzi puso de manifiesto hasta qué punto el prejuicio recíproco ha sido terreno fértil para siglos de incomprensiones y malentendidos a nivel teológico. La teología, tanto católica como luterana, quedó en el nivel de la controversia porque, según el prefecto ambrosiano, «al poder le convenía». Resulta significativo que el inicio del movimiento ecuménico tenga lugar tras el declive del poder temporal de la Iglesia y una mayor libertad para ella respecto de las presiones de la política. «De hecho, los últimos cien años las lecturas de la Sagrada Escritura por parte de católicos y protestantes se han alimentado mutuamente».
Sobre el encuentro de Lund, Buzzi señaló que respecto a la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación de 1999, que contempla un acuerdo sustancial sobre la profesión de fe, el texto firmado en Lund da un paso más, el de la caridad: «La fe es verdadera fe si se expresa en el amor, si se muestra en el mundo a través de la caridad. Por tanto, el compromiso entre católicos y luteranos es el de dar testimonio común mediante la atención a los necesitados».
Sobre la tarea de los cristianos en el mundo secularizado, el pastor Neuer observó que las presiones crecientes que han sufrido en el siglo pasado no han hecho más que incrementar la necesidad de unidad entre las diversas confesiones: «Esto no significa que haga falta una estrategia común. El martirio de la sangre nos lleva a una Iglesia más unida». Según el teólogo, a los que en la Iglesia católica se ponen en guardia ante el riesgo de "protestantización", corresponden en el otro bando los que temen una "catolización" de la Iglesia protestante: «Me parecen preocupaciones superfluas. Benedicto XVI dijo claramente que la dirección del movimiento ecuménico es Cristo mismo. La unidad se genera en la búsqueda compartida de Dios. Como dijo el Papa Francisco en Lund, Cristo debe llegar a ser el eje de nuestras vidas».
¿Se terminará llegando, tarde o temprano, a una unidad completa? «Sin duda, cuando Cristo vuelva para juzgarnos. Él nos unirá», afirmó Buzzi: «Mientras tanto, se nos pide caminar hacia una unidad que, dentro de las diferencias, vive y nos enriquece».
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