De pie y en silencio por las víctimas del terremoto comenzó el encuentro dedicado a Oriente Medio, como todos los actos del Meeting durante la jornada que siguió al seísmo. Junto al moderador, Roberto Fontolan, en el escenario están Jàn Figel, enviado especial de la Comisión Europea por la libertad religiosa fuera de la UE, y el padre Firas Lufti, superior del colegio de Tierra Santa y vicepárroco en la parroquia de San Francisco en Alepo, Siria. Estaba prevista la presencia del ministro italiano Paolo Gentiloni pero la emergencia sísmica le impidió acudir.
«Nos unimos al Papa Francisco en sus condolencias por las víctimas del terremoto y sus familias. Esto nos hace abordar este encuentro aún con más seriedad, pasión y atención hacia nuestros hermanos en Oriente Medio». Es el saludo de Pasquale Valentini, secretario de Estado de Asuntos exteriores y políticos de la República de San Marino, que expresa su «atención a la dimensión religiosa de la persona. Los organismos internacionales deben mirar los ejemplos de integración que ya existen».
El padre Lufti, sirio, viene de Alepo. Debería estar ya acostumbrado a ver escombros, miedo, muertos. En cambio, precisamente el hecho de vivir dentro de una guerra le hace decir inmediatamente: «Nos unimos al dolor causado por el terremoto que ha demolido casas y destruido vidas». Hace diez días, el único camino que unía la ciudad con el exterior fue cortado por los yihadistas y la contraofensiva del ejército sirio. «Entonces vi lo que es un terremoto. Nunca había visto una ciudad arrasada completamente al nivel del suelo». Así está Alepo, la segunda ciudad del país después de la capital, Damasco. Falta todo. Luz, comida, agua. «Sobre todo falta seguridad, las bombas caen día y noche». En casi seis años de conflicto han muerto más de 380.000 personas, la mitad de ellas mujeres y niños.
La pantalla muestra imágenes de las ruinas de Palmira. «El profesor Buccellati, arqueólogo, que tengo ante mí –comenta el franciscano– creo que está conteniendo las lágrimas. Aquí él no ve piedras muertas sino siglos de historia». Siguen pasando las imágenes: medio centenar de niños jugando en una diapositiva. «Es la sede de nuestra parroquia. Cada diez días los bombardeos la impactan. Humanamente, estamos muy cansados de reparar el convento. Un fiel me dijo: “Hemos soportado el hambre y la sed, pero no puedo soportar que hayan mutilado a mi hijo. Deme el certificado de bautismo, me marcho”. Es el éxodo de Alepo».
El padre Lufti administra la extremaunción y lleva la Eucaristía a los enfermos obligados a permanecer en cama, porque «no solo de pan vive el hombre, sino de gestos de caridad y compasión». Aparece la foto de un grupo de musulmanes voluntarios de la Cruz Roja. «Vinieron para decir a la gente que sufría: estamos con vosotros». Una maestra explica la clase a 60 niños sordomudos. «Hemos conseguido hacer los exámenes de tercero, y esta foto muestra la fiesta inaugural de nuestro centro estival. Este verano hemos tenido 350 chavales, cien más que el año pasado». Vemos un video conmovedor de una fiesta en el convento donde hace un mes un tiroteo provocó la muerte de una anciana. Los niños cantan con sus camisetas amarillas, como los voluntarios del Meeting de este año. El padre Lufti traduce la letra de la canción: «Quiero alegrarme, cantar, hacer los deberes, oír la campana de la escuela. Señor, no nos olvides, Tú eres nuestro protector, no nos abandones». Un grupo de niños bronceados y en traje de baño saludan desde la piscina. «Gracias a nuestros benefactores hemos podido limpiar la piscina de nuestro colegio San Antonio». La esperanza resiste. El hermano franciscano cita a Benedicto XVI: «Quien tiene esperanza vive de otro modo, recibe una nueva vida. Nosotros somos los tesoreros de Dios, que nos ha confiado su Evangelio. Cristo perdona a los que le crucifican. Creemos tener una misión en este lugar. Vivimos en la oscuridad, pero hace falta un don de lo alto, pues hasta la noche más oscura pasa. Si estoy vivo es para contar que hay personas que aún tienen esperanza».
La última foto es un arco iris en Alepo. «Si queréis venir a verme, aquí estaré. Estáis calurosamente invitados». El aplauso parece no acabar nunca.
El enviado de la Comisión Europea, Figel, es eslovaco. Comienza transmitiendo sus condolencias «a las familias de las víctimas del terremoto y al pueblo italiano. Es la confirmación de que somos mortales y necesitamos unos de otros, cada vez más». Recordó el premio Carlomagno otorgado al Papa. «La Unión Europea y sus instituciones deseaban afirmar que quieren hacer más por la libertad religiosa». Para Figel, las prioridades son Oriente Medio, el sureste asiático, y el África septentrional y oriental, donde se producen varios abusos: regímenes totalitarios, leyes tremendas contra la blasfemia, discriminaciones, violencia contra las minorías religiosas. El ponente describe un siglo sanguinario del que acabamos de salir: dos guerras mundiales, campos de concentración, genocidio armenio. «Creo que se está produciendo un genocidio en Oriente Medio. La violencia se ha denunciado y algunos parlamentos la han reconocido como genocida». Afirma que las fuentes de esperanza son la fe y la razón: no se comparte el miedo sino el coraje. «No estamos haciendo lo suficiente por la hermandad cristiana. Hace falta reconocer que todos somos hijos de Abrahán». Palabras que marcan el signo de una voluntad nueva por parte de Europa, destaca Fontolan, que dirige al padre Firas esta pregunta: «¿Cómo os podemos ayudar?».
«La primera ayuda ya nos la estáis dando: estar aquí, compartir nuestra experiencia con nosotros. La segunda ayuda es que cada uno realice su tarea allí donde se encuentra. La tercera ayuda es la económica. Si apoyamos a tantas personas es porque tenemos muchos amigos. La ayuda es esta: oración, misión, generosidad».
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